Tardaron dos días en llegar al pie de la sierra. Era un terreno muy abrupto, lleno de cortados y de rocas inmensas, pero a Ellie le encantaba. Cabalgaba sin ninguna dificultad y disfrutaba del espacio y la luz que la rodeaban. Por la noche se metían en los sacos y dormían bajo las estrellas. Ellie era feliz. A primera hora de la mañana volvía a montar su caballo y a sacar el ganado de los desfiladeros para que se uniera al rebaño principal que se estaba formando en la llanura. Cuando la casa apareció en el horizonte, el rebaño era una masa gigantesca de bestias que bramaban en medio de una nube de polvo.
El último día, cuando Ellie se bajó del caballo, estaba agotada y le dolía todo el cuerpo, pero se sentía más feliz que nunca y la alegría de Alice al verla fue un bálsamo para su corazón herido. Jack no se había acercado a ella ni una vez mientras habían estado fuera, pero Alice la necesitaba. Ellie la tomó en brazos y le dio un beso y pensó que mientras tuviese a Alice y a Waverley, se daba por satisfecha.
Jack no había disfrutado nada de esos días. Se arrepentía de haberle dicho que fuese. Intentó no hacerle caso, pero era imposible, cada vez que miraba a algún lado, ahí estaba ella, cabalgando como si fuese su elemento natural, como si ese paisaje fuese su hogar. Quitó la silla con un suspiro. Por las noches, cuando se sentaban alrededor del fuego, él se ponía lo más lejos posible, pero eso también había sido un error. Desde su sitio, no podía apartar la mirada de ella mientras hablaba con los hombres o miraba pensativa las llamas. Habría querido poder pensar que su presencia había sido decorativa o una molestia, pero no había sido así. Se había integrado perfectamente en el equipo. Sabía instintivamente qué tenía que hacer. Había sido muy útil. Debería haberle dado las gracias por la colaboración, en vez de despedirse secamente cuando llegaron a la casa. La sensación de culpa lo irritaba.
– Todo ha ido bien.
Se giró y vio a Gray apoyado contra la valla.
– Sí -contestó lacónicamente.
– ¿Qué pasa?
– Nada.
Gray levantó las cejas, pero no insistió. Esperó a que Jack cerrase la verja y lo acompañó.
– Es fantástico tener a Ellie cerca, ¿verdad? -Jack gruñó. Gray lo miró oculto por el sombrero-. Y, además, es muy guapa -Jack emitió un sonido indescifrable. Quería que se callase. Para él todo era perfecto, tenía una mujer adorable que lo esperaba en casa. Gray no sabía lo difícil que era vivir con una amiga-. ¿Sabes Jack?, creo que tienes mucha suerte con ella.
Jack, harto, se giró.
– Tú…, ¿qué sabrás? -dijo en tono cortante.
– Solo lo que veo con mis propios ojos.
– Pues no puedes verlo todo, ¡y basta!
Su mal humor duró hasta avanzada la semana siguiente, hasta bastante después de que Gray y Clare se hubiesen marchado. Para Ellie, las esperanzas de que la reunión del ganado cambiase las cosas se desvanecieron pronto. Jack no daba señales de que pensase hacerla participar la gestión de la finca. Apenas le hablaba, tan solo se dirigía a ella para decirle cuándo llegarían los hombres a comer. Esta actitud la hería y enfurecía, y pensó que se conformaría con el trato amistoso que tanto la disgustaba antes. Prefería cualquier cosa antes de que la tratara como a un ama de llaves. La sensación de haber acertado que tuvo al volver del campo se había evaporado. ¿Estaba haciendo lo que tenía que hacer? Sí, estaba en Waverley en vez de en una oficina. Sí, Alice era adorable. Pero comprendió que no era suficiente, por mucho que hubiese intentado convencerse de lo contrario.
No quería ser un ama de llaves, quería que Jack la tratara como a una pareja.
Como a una mujer.
Como a su mujer.
CAPÍTULO 9
PERO CUANTO más lo deseaba Ellie, más improbable parecía que lo quisiese Jack. Le espantaba notar que cada vez estaba más resentida con él, y se entregó a las tareas domésticas, como si barrer y fregar pudiesen aliviar su soledad y desengaño.
Un día estaba limpiando el suelo de la zona de estar cuando entró Jack. Era la primera vez que la buscaba intencionadamente desde que había vuelto de reunir el ganado y ella se enfureció al darse cuenta de que, a pesar de todo, el pulso se le alteraba.
– ¿Qué haces? -Jack frunció el ceño al verla de rodillas.
– ¿Tú qué crees?
Después de una mirada rápida volvió a su tarea con un suspiro. ¿Qué pasaba con Jack? La desdeñaba, la hería, era desagradecido, pero ella seguía queriéndolo. Todo sería más fácil si pudiese dejar de quererlo. Si pudiese dejar de preocuparse porque era infeliz, como lo era ella. Si pudiese dejar de tener la esperanza de que algún día la quisiera.
– ¡Debe haber cosas más importantes que hacer que fregar el suelo!
– Sí, las hay, pero no las puedo hacer ahora mismo -seguía exasperándola que le dejase todas las tareas de la casa y que, para colmo, criticase la forma en que organizaba su tiempo-. Alice está dormida, y tengo que estar en algún sitio desde donde pueda oírla. Ya que tengo que quedarme en casa, voy haciendo cosas que no puedo hacer cuando está despierta.
Jack ni siquiera notó el tono de su voz. Gruñó algo y se sentó en el borde de una silla con las manos en los bolsillos. Miraba el suelo, perdido en sus pensamientos, y no tenía ningún interés en lo que ella estaba haciendo.
Muy típico, pensó Ellie amargamente, y siguió frotando el suelo con ira. El ruido del cepillo chirriaba en medio del silencio, Jack levantó la cabeza.
– ¿No podrías parar un minuto? -dijo con irritación-. Hay algo que quiero comentar contigo.
Ellie se sentó sobre los talones y lo miró con cautela.
– ¿De qué se trata?
– No te va a gustar.
Ellie sintió un nudo en el estomago. Había llegado el momento, pensó aterrada. Iba a decirle que no podía soportarlo más y que quería dar por terminado el matrimonio.
– Dime.
Vio cómo Jack dudaba, ella se preparó para lo peor.
– He estado hablando con Scott Wilson.
El alivio fue tal que se le cayó el cepillo. Ella lo miraba sin saber si saber si reírse histérica o si creer las palabras que acababa de oír.
– ¿Scott…?
– Lo conoces, ¿no?
Ella se limpió las manos en los vaqueros dándose un tiempo para adaptarse a una conversación para la que no estaba preparada.
– Claro que lo conozco -dijo cuidadosamente, todavía sin creérselo del todo-. Estuvo en la boda.
– Desde luego que estuvo, también estuvo en la fiesta de compromiso, ¿no?
– Sí. ¿Por qué? No le habrá pasado algo…
– Viene a dormir.
– ¿A dormir? -Jack asintió con la cabeza y Ellie parpadeó intentando darle sentido a una conversación que cada vez le parecía más extraña-. ¿Cuándo?
– Esta noche.
– ¡Esta noche! ¿Por qué?
– Mañana vamos a reunir los potros del oeste. Es una zona perfecta para utilizar un helicóptero y Scott se contrata para ese tipo de trabajos. Con él en el aire y nosotros tres en tierra lo haremos más rápido. Scott dijo que vendría esta noche para empezar mañana. Pensé que debería avisarte de que esta noche hay una persona más para cenar.
¡Y todo para decirle que tenía que pelar un par de patatas más! El alivió que sintió en un principio estaba desapareciendo rápidamente y ella volvía a sentir que nada, absolutamente nada, había cambiado. Ni siquiera sabía que pensaba reunir esos potros. Podía haber ayudado… Pero no, soló servía para preparar comidas.
– Muy bien -dijo secamente.
– El asunto es que Scott viene como un favor. Tiene varios hombres trabajando para él, pero están muy ocupados, de forma que vendrá él personalmente. Me dijo que podíamos considerarlo como un regalo de bodas -dijo con un hilo de voz-. En estas circunstancias, creo que deberíamos ofrecerle una cama dentro de la casa.