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Ellie lo miraba asombrada, sin saber dónde quería ir a parar.

– De acuerdo.

Jack se levantó inquieto. Estaba claro que había más. Fue hasta la ventana y miró fuera; sus hombros estaban rígidos por la tensión.

– Ya sabes cómo es Scott. No conozco a nadie que hable tanto como él. Cuenta todo lo que sabe…

– ¿Y qué?

– Que si tiene la más leve sospecha de que no vivimos como unos recién casados, lo difundirá por toda la provincia -dijo Jack en tono impaciente.

Ellie se levantó despacio.

– Entiendo -dijo pensativamente.

– No parece que te preocupe. Pensé que no te gustaría que tu familia se enterase de que las cosas no son tan perfectas…

Ellie lo miró fijamente a los ojos.

– Estoy preocupada. ¿Qué me sugieres que hagamos?

Jack bajó la mirada.

– Creo que deberíamos fingir que somos una pareja normal. Habría que actuar un poco, pero ya lo hicimos una vez y convencimos a todo el mundo.

– ¿Quieres decir que deberíamos fingir que estamos enamorados?

– Sí…, ¿crees que podrás?

– Me imagino que lo conseguiré.

Jack respiró hondo.

– Creo que también deberíamos dormir juntos esta noche -Ellie se ruborizó y el aire se cargó de electricidad de repente-. Ya sabes lo que quiero decir -dijo cautelosamente, intentando apartar el recuerdo de su cuerpo, de su boca y de sus caricias-. Me refiero a compartir la habitación, nada más.

– Es posible que a Scott le guste hablar, pero no creo que vaya fisgando en los dormitorios -dijo Ellie, igual de inquieta por los recuerdos. Le parecía esencial convencer a Jack de que ella tenía tan poco interés en dormir juntos como lo tenía él.

Él se encogió de hombros.

– Es una cuestión tuya, tú eres la que quiere convencer a tu familia de que este es un matrimonio perfecto.

Tenía razón. Si sus padres intuían siquiera que ella no era tan feliz como decía ser, aparecerían al instante para preguntarle qué pasaba y Lizzy la llamaría desde Perth. Lo último que quería era disgustarlos.

– Está bien. Haremos eso.

Una vez Jack se hubo ido, Ellie siguió frotando el suelo, pero su brazo se movía mecánicamente mientras que sus pensamientos estaban en esa noche. Ellie no sabía qué hacer para que las cosas fuesen mejor, pero sabía que tenía que hacer algo. La situación era desgraciada para los dos. Ser amigos no había funcionado, así que a lo mejor era el momento de agarrar el toro por los cuernos y preguntarle a Jack si consideraría la posibilidad de ser amantes. Quizá dijese que no. Seguramente diría que no, pensó Ellie, pero merecía la pena intentarlo. No iba a pedirle que olvidase a Pippa, solo quería que también la reconociese como mujer. ¿Era eso mucho pedir?

«Qué aspecto tengo», pensó Ellie mientras se lavaba las manos. En el espejo se reflejaba una figura colorada, sucia, despeinada y sudorosa. Estaba horrible.

No importaba que Jack no pareciese muy ilusionado ante la idea de tener que fingir estar enamorado. Ellie hizo una mueca al espejo. ¿Por qué iba a quejarse de que Jack solo la considerase un ama de llaves si ella no hacía nada por parecer otra cosa? A lo mejor era el momento de hacer algo.

Alice dormía. La cena estaba preparada. Ella estaba preparada. Todo lo que tenía que hacer era salir y unirse a Jack y Scott en el porche. Pero se quedó un rato en su habitación intentando reunir valor suficiente para enfrentarse a Jack, la aterraba que se diera cuenta al instante de lo que intentaba hacer y también la aterraba que ni siquiera se diese cuenta. Solo se había puesto una falda con reflejos azules y una blusa blanca sin mangas. Se había lavado el pelo que le caía suave y brillante alrededor del rostro, y se había pintado los labios con una de las múltiples barras que Lizzy la había obligado a comprar y que nunca usaba. No era para tanto, pero Ellie se encontraba cohibida. Respiró hondo y salió antes de que tuviera tiempo de cambiar de idea. Scott y Jack se tomaban unas cervezas sentados en las viejas sillas, pero al oír la puerta se dieron la vuelta y se levantaron.

– ¡Ellie! -Scott la recibió con un gran abrazo-. ¡Estás fantástica!

Ellie sonrió nerviosamente.

– Gracias -dijo, pero el alma se le cayó a los pies cuando miró a Jack. Tenía el ceño fruncido y los dientes apretados.

– Me alegro mucho de verte -decía Scott, mientras la admiraba-. No pude hablar contigo durante la boda. ¿Desde cuándo no tenemos una conversación de verdad?

Ellie era muy consciente de la cara de Jack y tuvo que hacer un esfuerzo para concentrarse.

– Debe de hacer unos cuantos años. En cualquier caso, desde antes de que me fuese a Estados Unidos.

– Exactamente. Recuerda que te llevé a la fiesta de los solteros antes de que te marcharas -Scott sonrió-. Lo pasamos bien esa noche. Parece increíble cómo han cambiado las cosas desde entonces. ¿Sabías que me he casado?

– Sí, mamá me lo contó -dijo Ellie girándose un poco para ver mejor a Jack-. No sabía que Anna y tú fueseis novios.

– No lo éramos. Nunca nos habíamos gustado y, de repente, un día… ¡bang! Fue como caído del cielo. No puedo entender que no me diera cuenta antes de lo maravillosa que es Anna. Y cuando me enteré de que ella también me quería… Bueno, que os voy a contar a vosotros…

– Desde luego…

Había tal ironía en la voz de Jack que Ellie siguió hablando inmediatamente.

– Me alegra que seas feliz, Scott.

– Lo soy, nunca pensé que un hombre pudiese ser tan feliz. Ya sabes todos esos rollos románticos sobre encontrar la media naranja. Pues yo me siento así. Sabes lo que quiero decir, ¿verdad?

– Sí, lo sé -dijo Ellie con media sonrisa.

Jack la miró y vio cómo se le oscurecían los ojos, de repente todo encajaba. Había sospechado desde que se le cayó el cepillo a Ellie cuando oyó el nombre de Scott. No parecía el tipo de persona de la que Ellie se pudiera enamorar, pero podía ser él. Cuanto más lo pensaba más convencido estaba de que había desvelado el secreto de Ellie. Las pocas pistas que había dado señalaban en la dirección correcta. Conocía a Scott más de lo que él había pensado y el matrimonio de este con Anna podía ser el motivo por el que decidiera que no tenía esperanzas. Scott tenía su base en Mathison, donde Ellie quería haberse quedado para estar cerca de él. Scott había estado en la fiesta de compromiso y Jack recordaba la cara que había puesto cuando le preguntó si el hombre al que amaba estaba ahí. «Sí», dijo ella.

Comprendió que para Ellie tuvo que ser impactante enterarse de que Scott iba a ir a Waverley. No era de extrañar que se molestara cuando se lo dijo. De haberlo sabido, no le habría pedido la ayuda. Para Ellie tenía que ser una tortura fingir que era feliz mientras estaba con Scott. Pero no era culpa de él, no tenía telepatía; si Ellie no quería ver a Scott, podía haberlo dicho. Salvo que realmente quisiera verlo. El rostro de Jack se ensombreció cuando vio el esfuerzo que había hecho Ellie vistiéndose para Scott. Nunca usaba ese tipo de blusas ni carmín. Jack habría cruzado el porche y le habría borrado esa sonrisa complaciente de un tortazo, y después habría arrastrado a Ellie hasta su habitación para que se pusiese sus vaqueros y su camisa vieja.

Pero se giró bruscamente sobre sus talones.

– Te traeré una cerveza -le dijo a Ellie.

Ella, desesperada, lo vio salir. Todo era culpa suya. No podía parecer femenina, pensó con tristeza mientras intentaba sonreír a Scott. Tenía que haberse puesto los viejos vaqueros. Debía ser muy evidente que hacía todo lo posible por seducir a Jack, sin ningún éxito. No era de extrañar que estuviese tan enfadado.

Por lo menos Scott creía que estaba guapa. Él no parecía pensar que estuviese ridicula. Su alegría amistosa y el placer que había demostrado al volver a verla fueron un consuelo para sus sentimientos heridos y se dirigió agradecida hacia él. Además, alguien tenía que hacerle sentirse cómodo y, desde luego, no iba a ser Jack. Sin esa mirada atravesada sobre ella, Ellie podía estar tranquila y disfrutar hablando con Scott de los tiempos cuando todo era más fácil.