En la cocina, Jack oyó las risas y cerró la puerta de la nevera de un portazo. Parecían muy contentos sin él. Scott Wilson… qué demonios podía ver Ellie en él. No era que lo preocupara de quién estaba enamorada Ellie, pero después de todo lo que le había dicho sobre cuánto quería a ese hombre, esperaba que fuese alguien un poco más especial que Scott Wilson. Scott era un tipo que hablaba demasiado y se reía demasiado de sus propios chistes. Ellie nunca sería feliz con alguien así. Ella necesitaba alguien que la mimara, alguien como… Bueno, alguien distinto a Scott.
Aunque Ellie parecía no pensar lo mismo. Cuando salió al porche, ella parecía tranquila y contenta. Estaba sentada y se inclinaba provocativamente hacia Scott. Jack dejó con frialdad una cerveza sobre la mesa que tenía Ellie a su lado. Ella lo miró y pudo sentir la tensión que le producía su proximidad.
– Gracias.
Hubo algo en la forma en que Ellie apartó la silla cuando él se iba a poner a su lado que enfureció a Jack. ¡Por el amor de Dios!, se suponía que era su marido. Se acercó y le acarició la nuca intencionadamente. Pasaba los dedos una y otra vez, muy posesivamente, dejándole claro a Scott que era suya.
– Haría lo que fuese por ti, cariño -dijo Jack con una sonrisa provocadora.
Scott soltó una risotada.
– ¡Ellie!, veo que tienes bien agarrado a Jack.
Los insistentes dedos de Jack la hacían sentirse incómoda, tenía que hacer un esfuerzo enorme para no cerrar los ojos y abandonarse a sus caricias.
– Yo no diría tanto -dijo, nerviosa.
– ¿No…?
La mano de Jack bajó de la nuca al cuello de la blusa y a los hombros, y Ellie no pudo evitar un escalofrío de deseo que le recorrió toda la espalda con una intensidad tal que tuvo que reprimir un jadeo.
– No -consiguió decir a duras penas y Jack retiró la mano en un arrebato repentino de ira. Con Scott por sus comentarios estúpidos, con él mismo por su comportamiento y, sobre todo, con Ellie por la forma en que, incómoda, se retiraba cada vez que él la tocaba.
– Entiendo -dijo Jack.
– Jack sabe quien manda de verdad -dijo Scott entre risas-. El matrimonio es algo maravilloso, ¿eh, Jack?
– Maravilloso.
– Eres un hombre muy afortunado por tener a Ellie.
– Lo sé -consiguió decir entre dientes. Él no se sentía afortunado. Se sentía desconcertado como un principiante e inexplicablemente deprimido.
Ellie le dirigió una mirada cariñosa. Había sonado como si hubiese tenido que sacar las palabras con sacacorchos y esa no era la mejor forma de convencer a Scott de que eran una pareja feliz. Invitar a Scott había sido idea de Jack, pensó furiosa. Podría hacer un pequeño esfuerzo. Scott no era tonto. Podía ver como sus astutos ojos iban de uno a otro. Acabaría dándose cuenta de que algo no funcionaba.
– Espero que te hayas comprado un coche nuevo desde la última vez que nos vimos -dijo Ellie rápidamente para cambiar de conversación.
– Lo primero que hizo Anna cuando nos casamos fue obligarme a deshacerme de él. Dijo que o el coche o ella -se rio ruidosamente-, ¿te acuerdas cuando se estropeo camino de las carreras?
Jack bebía su cerveza sin decir una palabra. No sabía que Ellie y Scott se conocían tanto. Por primera vez, Jack se dio cuenta de su edad. Los dos eran ocho años más jóvenes que él. Escuchaba con aire taciturno mientras ellos hablaban de las fiestas, las carreras y los rodeos a los que habían ido juntos. Para él era una experiencia nueva comprender que Ellie también tenía amigos propios, una vida propia que no tenía nada que ver con él, y no le gustaba nada esa experiencia. Furioso, dio un trago a su cerveza. Estaba acostumbrado a considerar a Ellie como parte de su vida, no de la de nadie más y, menos, de la de Scott Wilson.
Cuando Scott decidió irse a la cama, Jack apenas acertó a decirle adiós. Estaba harto de oír hablar de fiestas en las que a lo mejor se habían besado y enamorado. Estaba harto de la forma en que Ellie miraba a Scott, de sus risas y de la forma que había apoyado el codo en la mesa para acercarse a él sin tener en cuenta lo que pudieran pensar los demás hombres. Desde luego, no le importaba lo que él pensara, decidio amargamente Jack. Apenas lo había mirado en toda la noche.
Jack esperaba que, cuando los demás hombres se retiraran a dormir, Scott haría lo mismo, pero no lo hizo. Ellie le ofreció más café, más vino, y él tuvo que aguantar otra hora escuchando sus recuerdos interminables. Por fin Scott dejó escapar un bostezo y Jack se levantó.
– Debes de estar muy cansado, y mañana nos tenemos que levantar pronto. Te diré cuál es tu habitación.
Esperó hasta que la puerta del cuarto de Scott estuvo cerrada y volvió a la cocina, donde Ellie estaba fregando con una furia controlada.
– Siento haber interrumpido una charla tan amena -dijo en un tono muy desagradable-, pero quiero que mañana Scott empiece a trabajar temprano y, si dependiese de ti, no se habría acostado nunca.
Ellie tiró una sartén contra el fregadero.
– ¿Charla amena…? No puedo imaginarme nada menos ameno que la noche que acabamos de pasar, contigo ahí sentado con cara de perro. ¿Por qué fuiste tan grosero con Scott?
– No fui grosero.
– No has abierto la boca en toda la noche. Has hecho que todos nos sintiéramos muy incómodos.
– No me ha parecido que tú estuvieras muy incomoda. Parecías muy divertida.
Ellie respiró hondo. ¿Muy divertida…? Había sido una de las peores noches de su vida y Jack creía que se había divertido mucho. Hizo un esfuerzo por controlarse.
– Bueno, esperemos que Scott piense lo mismo -dijo sosegadamente.
– No tengo la menor duda.
– Te recuerdo que fuiste tú quien dijo que Scott nos estaba haciendo un favor y, como no has hecho el más mínimo esfuerzo por ser amable, he pensado que alguien tendría que hacerlo.
– ¿Ser amable? -dijo en tono de burla-. A eso te refieres con hacer el ridículo contoneándote y provocándole. ¡Dios mío, nunca había visto algo tan lamentable! «Scott, ¿te acuerdas cuando fuimos a nadar?» -se burló cruelmente imitando su voz-, «Oh, Scott, te acuerdas qué mona era…». No te imaginas lo aburridos que habéis resultado, te acuerdas de esto, te acuerdas de aquello…, ¿no hay nada más interesante de lo que hablar?
– ¿Cómo qué? -Ellie estaba tan furiosa por la injusticia que estaba oyendo que apenas podía hablar-. Créeme, Jack, me habría encantado tener algo distinto de lo que hablar con Scott, pero no creo que le interese mucho la cocina, la limpieza de la casa o el cuidado de Alice, y eso es todo lo que he hecho desde que me casé contigo. Entiendo que mi pasado te parezca aburrido, pero te puedo asegurar que es mucho más divertido que mi presente. Esto sí que es aburrido.
La cara de Jack se crispó.
– ¿Qué tiene de malo?
– No hago otra cosa que cocinar para ti, limpiar para ti y cuidar de tu hija por ti, y ni siquiera me lo agradeces. Estoy todo el día encerrada en casa. Nunca voy a ningún lado, ni veo a nadie, ni hago nada.
– Antes no te importaba.
– Pues ahora me importa.
– Sabías a lo que te exponías. Si no querías ser un ama de llaves, no haberte ofrecido.
Ellie palideció.
– Me ofrecí a ser tu mujer, Jack, no tu ama de llaves -dijo con toda la frialdad de la que fue capaz.
– Es lo mismo -Jack daba vueltas por toda la cocina-. Hicimos un trato. Tú querías estar en el campo y yo quería alguien que se ocupara de Alice, eso es todo.
– ¡Acordamos ser socios!
– Tienes la mitad de Waverley -dijo sin inmutarse-. ¿Qué más quieres?
Ellie quitó el tapón del fregadero y observó cómo se iba el agua, igual que sus esperanzas. No tenía sentido seguir discutiendo. Jack no entendía nada.