Выбрать главу

– Quiero participar -dijo sintiéndose impotente-. Nunca me dices nada de lo que vas a hacer.

– No puedo venir corriendo a la casa cada vez que se me ocurre algo. Ellie, no hay motivos de queja. Las cosas son así. Lo sabías cuando te casaste, ¿o no? -Ellie negó con la cabeza-. ¿Cómo que no? -Jack estaba furioso.

– Tienes razón -dijo Ellie con una voz carente de toda expresión-, lo sabía.

Su afirmación enfureció todavía más a Jack. Lo único que quería era herirla.

– En ese caso sugiero que cumplas lo que acordaste y que dejes de quejarte porque no participas y de contar historias aburridas de tus aburridos amigos. Y que dejes de soñar sobre tu ridículo romance que nunca ocurrió.

Ellie no podía apartar la mirada del paño de cocina con el que se estaba secando las manos. Era de cuadros azules y blancos desteñidos por el uso. Sentía frío y estaba mareada. Eso era lo que Jack pensaba de ella: aburrida, quejica, ridicula. Colgó el paño del respaldo de la silla y se dirigió hacia la puerta.

– ¿Dónde vas? -preguntó Jack con un grito.

– A la cama.

– No puedes irte en medio de una discusión.

– Sí puedo.

Jack la miraba impotente.

– No he terminado.

Ellie ni siquiera se volvió para responder.

– Creo que ya has hablado suficiente -dijo Ellie, y salió al pasillo.

Jack se subía por las paredes. Lo espantaba que Ellie actuara así. No podía soportar que se fuera sin más en vez de afrontar las cosas que no le gustaban. Ni siquiera lo insultaba. Sencillamente se iba. Salió y la alcanzó en la puerta del dormitorio.

– Vas a hablar conmigo. Vamos a dormir en la misma cama y no puedes hacer como si no existiera.

Ellie se giró con la mano en el picaporte.

– No creo que tenga mucho sentido compartir la habitación.

– ¿Y Scott? -Jack se sorprendió de encontrarse gritando-, ¿qué va a pensar cuando mañana nos vea salir de habitaciones distintas?

– Ya no importa -Ellie entró y le cerró la puerta en las narices.

Pasó despierta toda la noche, demasiado impresionada para poder llorar. ¿Cómo no se había dado cuenta de cuánto la despreciaba Jack? Sus palabras resonaban una y otra vez en la cabeza de Ellie. Aburrida. Quejica. Ridicula. Se sentía terriblemente humillada cada vez que se acordaba de las esperanzas que tenía cuando se vestía para él. Lo único que había conseguído era hacer el ridículo. Jack tenía razón, era penoso. Había sido penoso esperar que él la amara; era penoso creer que si alguna vez miraba a otra mujer que no fuese Pippa, sería a ella; había sido penoso desperdiciar todo esos años por algo que nunca iba a ocurrir.

El sueño había terminado.

Jack nunca la perdonaría por no ser Pippa. Era el momento de acabar con esa situación que estaba haciendo desgraciados a los dos. Lo habían intentado.

Lo único que podía hacer por él era marcharse.

CAPÍTULO 10

AL DÍA siguiente Ellie iba a darle la cena a Alice cuando oyó pasos en el porche. Sabía que tenía que hablar con Jack, pero todavía no estaba preparada. En ese momento no podía enfrentarse con él, seguía confusa por el cansancio y la tristeza, y demasiado desesperada como para poder explicarle tranquilamente que iba a dejarlo.

Esa mañana apenas habían hablado. Jack se había ido temprano con Scott y habían pasado todo el día en el campo. Por una vez Ellie se alegraba de no estar con los hombres. Necesitaba tranquilidad, aunque en todo el día no había conseguido pensar en nada que no fuese en despertar de esa pesadilla.

– ¡Ellie!

Con alivio, Ellie se dio cuenta de que era Scott y no Jack.

– ¿Ya estás de vuelta? -preguntó con una sonrisa.

Scott asintió con la cabeza y entró en la cocina.

– Los demás están trayendo la manada, pero tengo que volver a Mathison antes de que anochezca. He venido a despedirme de ti y de Alice.

Ellie pensó en pedirle a Scott que no dijese nada sobre las tensiones entre ella y Jack, pero al final decidió que tampoco importaba tanto. Antes o después todo el mundo se enteraría de que su matrimonio había terminado.

– Gracias por venir -fue todo lo que dijo. Y fue a buscar a Alice para que se despidiera de la niña.

– Me ha encantado -se puso el sombrero y dudó-. ¿Estás bien, Ellie? No tienes muy buen aspecto.

– Estoy bien -su voz era tensa y su sonrisa incierta-. Todo va bien.

Vio cómo se marchaba hacia el helicóptero. De repente, se paró para hablar con Jack, que volvía de los corrales. Estuvieron un rato e, incluso desde tan lejos, Ellie pudo notar la tensión en el rostro de Jack. Al verlo el corazón se le partió. Era difícil recordar su buen humor y su encanto descuidado, tan típicos de él. Hubo una época en que era tranquilo y despreocupado, en el que su mirada tenía un brillo arrebatador y su sonrisa era irresistible. Eso se había terminado. El matrimonio lo había convertido en un desconocido, le había apagado la mirada y la tensión dominaba su expresión. Y era ella la que había conseguido todo eso, la que había producido esos cambios.

Vio cómo despedía a Scott con un gesto inexpresivo y siguió su camino hacia la casa. Alice se agitaba en brazos de Ellie.

– ¡Papá! -gritaba llena de excitación.

– Lo sé -Ellie tenía la garganta seca mientras Jack se acercaba.

Sabía que la decisión que había tomado era la correcta. Tenía que darle la oportunidad de ser feliz… pero cómo iba a soportar la idea de dejarlos a él y a Alice. Todo lo que amaba estaba en Waverley.

Jack se paró al pie de la escalera y miró hacia arriba, donde estaba Ellie con Alice entre los brazos. Los ojos de ella parecían enormes en su cara pálida, tenían una expresión de angustia que le encogió el corazón.

– ¿Te has despedido de Scott? -su voz era ronca por la preocupación.

Ellie no contestó, asintió con la cabeza. Jack dudó, porque no le parecía adecuado intentar consolarla. Él sospechaba que quería a Scott, pero hasta ese momento no se había dado cuenta de cuánto lo quería en realidad. En esos momentos podía ver lo que le había costado ver cómo se marchaba.

– ¿Te pasa algo? -preguntó Jack bruscamente.

¿Por qué no paraban de preguntarle lo mismo? ¡Estaba perfectamente! Ellie intentó decirle que no le pasaba nada, pero no le salieron las palabras y la boca empezó a temblarle. Se la tapó con la mano para que no se diera cuenta de su debilidad y miró a Jack con una mirada desoladora. Jamás había llorado. No podía llorar en ese momento; si lo hacía, no pararía nunca. Jack, sin pensárselo, subió las escaleras y se puso a su lado.

– Ellie… -empezó a decir. Ella dejó a Alice en sus brazos, lo apartó y corrió escaleras abajo-. ¡Ellie! -gritó, pero ella corría en dirección al arroyo y Alice protestaba por el repentino cambio.

Solo pudo ver, impotente, cómo se alejaba. Sentía una punzada en la boca del estomago. Se había enfurecido con ella la noche anterior. El resentimiento de Ellie lo había sacado de sus casillas y, aunque su enfado había continuado durante todo el día, había acabado sintiendo cierta culpa. Jack se había dado cuenta de que no la había tratado como a una pareja y eso lo hacía sentirse peor. Se había marchado sin decirle cómo se sentía y él se había quedado con la terrible sensación de que en algún momento había dado un paso equivocado y había perdido algo muy precioso.

Cuando Ellie volvió, Jack estaba bañando a Alice. O, mejor dicho, estaba en plena batalla con el baño, con las magas remangadas y una mano por detrás de Alice para evitar que se cayera. La niña se resistía a que nadie la ayudara e insistía en que se quería lavar sola, lo cual hacía que todo se alargara y ponía nervioso a Jack. Este tuvo que reconocer que a Ellie se le daba mucho mejor. Normalmente, cuando él llegaba, ella ya había bañado y dado de cenar a su hija, y a él le tocaba la parte fácil. Ese día le había tocado hacerlo todo y había sido una lección bastante difícil. Al ver llegar a Ellie, intentó sonreír, pero ella tenía un aspecto tan horrible que la sonrisa nunca llegó a sus labios. Tenía los ojos enrojecidos y húmedos. Nunca la había visto llorar. Ella se sentó en el borde de la bañera y se colocó el pelo detrás de las orejas.