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Tardó un momento en poder hablar y, cuando lo consiguió, su voz sonaba como de otro mundo.

– Parece perfecta.

– Se llama Wanda -dijo Jack-. Ya ha trabajado en el campo y sabe lo que la espera.

– Fantástico. ¿Cuándo llegará?

– Pasado mañana.

Era demasiado pronto, pensó Ellie espantada.

– Entonces, todo resuelto.

– Sí -dijo Jack rotundamente-. Todo resuelto.

– Puedo… puedo prepararme para marcharme.

– Te quedaras hasta que llegue, ¿verdad? -dijo Jack agarrándose a cualquier excusa para retenerla un poco más.

Pero Ellie negó con la cabeza.

– Creo que sería mejor para todos que me fuese antes de que ella llegue.

– ¡Pero eso es mañana!

– Lo… Sí… Lo sé -dijo Ellie casi sin poder articular palabra.

Jack la miraba. Conocía perfectamente su espalda, y al día siguiente, cuando se diese la vuelta para marcharse, sería la última vez que la vería.

Sabía que se quería marchar, pero hasta ese momento no había comprendido del todo lo que iba a significar. Se quedaría solo. La casa se quedaría vacía, solo con sus recuerdos. Cuando él llegara, no la encontraría en la cocina ni con Alice, nadie le sonreiría. Jack pensó en todos los momentos en que no había apreciado su presencia y se maldijo por estúpido. Ahí estaba Ellie, pelando patatas. Él, sacudido por la transformación, solo podía mirar su espalda.

Estaba enamorado de ella.

Era evidente, ¿cómo no se había dado cuenta antes? Todas esas semanas había estado luchando contra ello, se había negado a reconocer cuánto la necesitaba, y ya era demasiado tarde.

– Ellie… -dijo en tono apremiante.

Se volvió con una patata en una mano y el pelador en la otra.

– ¿Qué pasa…? -preguntó con voz preocupada.

«¿Qué pasa?, quiso gritar Jack, ¡pasa que te quiero y estoy a punto de perderte!». Tuvo que resistirse a la tentación de acercarse y abrazarla hasta que le prometiera que se quedaría. Comprendió desolado que nada había cambiado porque él se hubiese dado cuenta de algo que debería haber sabido hace tiempo. Jack sabía que si se lo rogaba, Ellie se quedaría por Alice, pero ella seguía enamorada de Scott. No quería que se quedara por lástima. Quería que se quedara porque estaba enamorada de él, porque lo necesitaba como él la necesitaba a ella. Pero también quería que fuese feliz. Ella tenía razón, nunca sería feliz con él, y él nunca aceptaría ocupar el segundo lugar. Sería mejor empezar de cero.

– ¿Jack…?

– Nada -dijo lacónicamente-. No pasa nada.

– Deberíamos hablar -volvió a ser Jack quien rompió el silencio.

Estaban en la cocina fregando los platos de la cena. El sonido de la loza era como un estruendo en ese ambiente. Ellie estaba absorta fregando cada cacharro con una minuciosidad obsesiva.

– Supongo que sí -dijo al final, dejando una sartén en el escurridor.

– Si te vas mañana, deberíamos resolver algunos detalles -dijo con la voz entrecortada-. Te pagaré tu parte de Waverley, naturalmente, pero a lo mejor no puedo hacerlo por el momento. Me llevará algún tiempo arreglarlo, pero mientras te daré una asignación.

Ellie, pensativa, limpiaba el fregadero.

– No quiero dinero, Jack -dijo intentando reprimir las lágrimas-. No quiero nada…

– Hicimos un trato -insistió-. Eres mi mujer y tienes derecho a una asignación. Te has pasado todo este tiempo ocupándote de Alice y no has recibido nada a cambio.

Ellie se acordó de todas las puestas de sol que había visto, de los primeros pasos de Alice, del sonido de las botas de Jack en el porche. Tenía recuerdos que guardaría toda su vida, recuerdos de los labios de Jack, de su cuerpo, de sus caricias.

– Sí he recibido -dijo en voz baja.

– Necesitarás algún dinero para volver a empezar. Es lo mínimo que puedo hacer por ti -dudó un instante-. ¿Se lo has dicho a tus padres?

Ellie no pudo seguir fregando. Se quitó el delantal y lo dejó sobre una silla. No había pensado en su familia. No había podido pensar en nada que no fuese en cómo iba a soportar dejar Waverley, dejar a Alice y dejarlo a él. Respiró hondo y se volvió con una sonrisa forzada.

– No, todavía no.

Jack la miró. Tenía un aire de absoluta fragilidad, un soplido la habría derrumbado, pero mantenía la cabeza erguida y a Jack le dolió su sonrisa desafiante.

– ¿Qué vas a hacer, Ellie? ¿Dónde te vas a ir?

La sonrisa de Ellie se borró y tuvo que apartar sus ojos de los de Jack.

– No lo sé -reconoció deseando poder mentirle-, pero no te preocupes, todo irá bien.

– Pero, Ellie…

Ella ya no pudo resistir más.

– Será… será mejor que me vaya a hacer la maleta -murmuró. Tenía que salir de la cocina antes de que rompiera a llorar.

Jack la vio girarse y dirigirse a la puerta. Como haría al día siguiente, pero para siempre.

– ¡Ellie, no te vayas! -gritó, sin poder evitarlo.

El apremio que había en su voz consiguió detener a Ellie en el quicio de la puerta, pero no se volvió.

– Ahora no puedo hablar -dijo con voz sollozante.

– No… Quiero decir que no te vayas nunca -dijo Jack desesperado-. No te vayas mañana, no te vayas nunca -Ellie se quedó paralizada y con los ojos completamente cerrados. Aterrada de que le pidiera que se quedase por Alice y que no fuese capaz de rechazarlo-. Por favor, Ellie -Jack se puso detrás de ella y, aunque estiró una mano, no la tocó-. Por favor, quédate -aunque sea por lástima, pensó-. Sé que quieres irte. Sé que debo dejarte. Pensé que podría, pero no puedo. No pensaba decir nada, pero cuando te he visto darte la vuelta, he comprendido que no podría estar sin ti.

– Encontrarás a alguien. No te preocupes por Alice -dijo Ellie a duras penas.

– ¿Y yo? -Jack dudo, quería encontrar las palabras adecuadas-. Te necesito, Ellie.

– No…, no vamos a dejar de vernos. Siempre… seremos amigos.

– No quiero que seamos amigos. No me basta con eso -hubo un silencio sepulcral en el que las últimas palabras retumbaron por toda la habitación. Ellie se giró lentamente con una expresión de incredulidad absoluta en los ojos. Si no hubiese estado tan desesperado, se habría reído de su cara sorpresa. ¿Cómo era posible que ella no se hubiese dado cuenta?-. Estoy enamorado de ti -Ellie lo miraba, incapaz de hablar o de moverse. Ni siquiera podía creer lo que había oído-. Ya sé que tú no sientes lo mismo -reaccionó rápidamente Jack antes de que ella dijera que era inútil-. Ya sé que estás enamorada de otro y que yo no he hecho nada para que te enamorases de mí. Simplemente te tenía ahí. Tú lo hacías todo y yo nunca he hecho nada por ti. Nunca te he demostrado lo que significas para mí. ¿Cómo iba a hacerlo si ni siquiera lo sabía? Lo comprendí cuando dijiste que te querías ir.

Ellie tragó saliva. Se sentía desconcertada, como si estuviese en medio de un sueño terrible y maravilloso.

– Pero… tú quieres a Pippa -contestó, sorprendida de poder hablar.

– Sí, la quise. Pero nunca la quise como te quiero a ti. Pippa era divertida y animada. Fue maravilloso, pero algo irreal -en ese momento se daba cuenta por primera vez-. No sé si ese amor habría durado. Solo sé que lo que siento por ti sí es real. No contaba con enamorarme de ti, Ellie. Ni siquiera sé cómo ha pasado. Me había acostumbrado a verte como a una amiga, pero la noche que hicimos el amor fue una revelación. Comprendí que no quería ser tu amigo, que te quería como amante. Quería que fueses mía y de nadie más. Habría abofeteado a Scott cada vez que te miraba -Jack se detuvo y, como Ellie no decía nada, continuó lentamente-. No me merezco otra oportunidad, pero te pediría de rodillas que lo pienses, que te quedes, no por Waverley ni por Alice, sino porque quieres quedarte conmigo -era un sueño, tenía que ser un sueño, Ellie sacudió la cabeza con incredulidad y Jack se acercó desesperado-. No digas que no, por lo menos piénsatelo. Sé que estás enamorada de Scott, pero él tiene a Anna. No te necesita, y yo sí.