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– Tomé un avión a Londres -dijo Jack, que hablaba más despacio a medida que se acercaba a la parte más dolorosa de la historia-. Sabía que podría encontrar a Pippa a través de su hermana, así que fui a verla. Tenía perfectamente planeado lo que iba a decir. Iba a decirle a Pippa cuánto la quería. Iba a rogarle que se casara conmigo y que volviera a Bushman's Creek. Iba a prometerle que la haría feliz.

Ellie escuchaba paralizada. Cada palabra era como una capa de hielo que agarrotaba su corazón. Quería cerrar los ojos y taparse los oídos, pero no podía apartar la mirada de la expresión de angustia de Jack, que suspiró prolongadamente.

– Era demasiado tarde -dijo él con un hilo de voz-. Cuando por fin llegué al piso de Clare, allí no había nadie. Un vecino me contó que Pippa había fallecido poco tiempo después de que naciera su hija y que Clare se había llevado a la niña a Australia para que estuviera con su padre.

– Oh, Jack… -dijo Ellie, sintiéndose impotente.

El dolor que ella había sentido al enterarse de que Jack era padre resultaba frivolo comparado con lo que este había tenido que padecer. Sintió una compasión enorme por él y por la mujer que había amado.

– Así me enteré de que Alice existía -dijo Jack como si le estuvieran arrancando las palabras-. Al principio no lo asimilé. Todo lo que sabía era que Pippa había muerto y que yo no le había dicho cuánto la quería.

– Clare es la hermana de Pippa -continúo Lizzy al observar las dificultades de Jack-. Pippa, antes de morir, hizo prometer a Clare que traería a Alice a Australia para que creciera en Bushman's Creek junto a Jack. Clare cumplió su promesa, pero cuando llegó aquí Jack se había ido. Gray y ella cuidaron juntos a Alice hasta que volvió.

Ellie escuchaba, pero su atención estaba puesta en Jack. La desolación de este era tal que se moría por consolarlo, pero no podía decir ni hacer nada que sirviera de ayuda.

– Ahora estoy en casa -dijo Jack-. Gray y Clare tienen que vivir su vida y yo tengo que cuidar a mi hija -miró a Ellie con gravedad-. De no ser por Lizzy, no sé qué habría hecho cuando se fue Clare.

– Habrías aprendido a cambiar pañales más rápidamente de lo que lo has hecho -contestó Lizzy-. Y hablando de cambiar pañales…

Miró el intercomunicador, los balbuceos de Alice se habían convertido en un quejido imperioso. Jack se levantó con una sonrisa triste.

– En cualquier caso, estoy aprendiendo mucho -miró a Ellie-. ¿Quieres conocer a mi hija?

Ellie se oyó decir que le gustaría y, sin saber bien cómo, consiguió levantarse. Para sorpresa suya, las piernas se mantuvieron firmes mientras seguía a Jack por el pasillo.

El abrió la puerta y, al verlo, un bebé con mechones rubios y un par de descarados ojos marrones exactamente iguales que los de su padre, estalló en una radiante sonrisa. Se había puesto de pie y se agarraba a los barrotes de la cuna; sus piernecitas rechonchas se tambaleaban mientras ella luchaba valientemente por mantenerse erguida.

– ¡Papá! -gritó.

Jack la sacó de la cuna, sus grandes manos la sujetaban firmemente en el aire, sonrió tiernamente y le dio un beso, pero Ellie sintió un profundo dolor. Ya no había duda sobre quién ocupaba el primer lugar en el corazón de Jack.

– Esta es Alice -dijo él con orgullo mientras olía los pañales-. Pero será mejor que la adecente un poco antes de presentártela como Dios manda.

Ellie colocó en su sitio una vieja caja de juguetes mientras observaba cómo él ponía a Alice sobre una mesa y le desabrochaba el pijama. Era evidente que todo lo relacionado con el cuidado de un bebé le resultaba nuevo, pero la ternura y el cuidado que puso al cambiar los pañales a su hija resultaban más conmovedores en alguien tan poco hábil.

Ellie, al observar los torpes intentos por quitarle los pañales sucios y ponerle unos limpios mientras Alice jugueteaba, pensó que nunca lo había tenido tan cerca ni, paradójicamente, tan lejos de su alcance. Era difícil imaginar al gran Jack cambiando pañales, pero una vez las preocupaciones de la paternidad habían diluido el aire sofisticado que lo acompañaba en el pasado, tampoco había más probabilidades de que se fijara en ella que antes, cuando él era el centro de todas las miradas.

Debería aceptar que solo sería una amiga para Jack. Y las amigas estaban para echar una mano.

Sin decir una palabra, Ellie se levantó y le quitó a Jack el pañal sucio, lo tiró y puso el limpio en su sitio.

– ¿Cómo lo haces para que parezca tan fácil? -preguntó él mientras peleaba con los corchetes del pijama.

– Cuestión de práctica -se rio Ellie-. Siempre he ejercido de tía, al revés que Lizzy. Además, cuando estuve en Estado Unidos cuidé bastantes bebés. Llegó un momento en que podía cambiar los pañales con los ojos cerrados.

– Yo tengo esa misma sensación -reconoció Jack con cierta tristeza-. ¡ Solo que lo hago mucho peor que tú! -Alice se agarró de sus dedos y él tiró hasta que se sentó-. No tenía ni idea de lo agotador que puede ser cuidar un bebé -continuó mientras miraba a Ellie por encima de la cabeza de Alice-. Tenía la ligera idea de que había que darles un biberón de vez en cuando y que el resto del tiempo lo pasaban dormidos. Ahora he aprendido un poco, ¿verdad? -le dijo a Alice, quien le contestó con unos gorgoritos, se soltó de sus dedos y se agarró de la camisa, utilizándolo de apoyo para ponerse de pie con un gritito de satisfacción-. Creo que nunca había estado tan cansado como este último mes -Jack estaba preparado para agarrar a Alice cuando perdiera el equilibrio-; he tenido un curso acelerado de paternidad, y ni siquiera he pasado todo el día ocupándome de ella. En realidad ha sido Lizzy quien se ha ocupado.

– Bueno, eres un alumno aplicado. ¡Nunca me pude imaginar que te vería cambiando pañales! -respondió Ellie.

– Me lo figuro -Jack hizo una mueca-. Si me llegas a preguntar hace dos meses que si quería hijos, habría contestado que ¡ni loco! Pero en el momento en que Clare dejó a Alice en mis brazos me sentí perfectamente -acarició el pelo rubio de Alice con tal ternura que Ellie sintió que las lagrimas acudían a sus ojos-perfectamente pero asustado. Nunca había sido responsable de nadie. Es tan pequeña e indefensa… Me da terror no ser capaz de cuidarla adecuadamente.

– Por supuesto que podrás -contestó Alice con decisión-. ¡Mírala, es maravillosa!

Alice, como si hubiese entendido, miró a Ellie con una sonrisa de oreja a oreja.

– ¿Quieres sujetarla tú? -le ofreció Jack.

– Me encantaría.

Alice resultaba cálida y mullidita, y Ellie la acunó mientras se deleitaba con su suave olor a bebé.

– Me encantan los bebés -confesó sonriendo-. ¿Qué tiempo tiene?

– Diez meses -de repente la expresión de Jack se entristeció-. He pasado mucho tiempo sin ella.

– Lo estás recuperando -contestó Ellie amablemente-. Está sana y protegida, y es feliz. No se puede pedir más.

– Eso se lo debe a Clare -Jack no estaba preparado para que lo tranquilizaran-. Ella estuvo todo el tiempo con Alice, y me preocupa que yo no pueda hacer lo mismo. Con Gray ausente, no puedo ocuparme de la finca y de Alice a la vez. Lizzy se ha portado maravillosamente, pero no puedo pedirle que se quede mucho tiempo. Sé que quiere montar un negocio propio y tiene que ir pensando en volver a Perth.

– Estoy segura de que se quedará hasta que vuelva Clare. No creo que vaya a tardar mucho.

– Lo sé, pero no sería justo depender de Clare. Ya ha hecho bastante por Alice, y ella y Gray se merecen poder disfrutar juntos -Jack recogió distraídamente uno de los juguetes que Alice había tirado fuera de la cuna -. He pensado mucho sobre el asunto, y he decidido que Alice y yo debemos empezar desde cero en un lugar nuestro.

Ellie apoyó su mejilla sobre la cabeza de Alice. La idea tenía sentido.