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– ¿Estás pensando en comprar algún terreno?

– La finca de Murray está en venta -contestó-. Len Murray falleció hace un par de meses y su hija no está interesada en las tierras. Hay unas grandes extensiones al norte y al este que se venden por separado, pero Waverley será una finca más que suficiente apara mí. Podría ser lo que estoy buscando.

– Pero Jack, Len Murray era prácticamente un ermitaño -Ellie, preocupada, levantó la cabeza -. Recuerdo que la última vez que papá estuvo allí nos contó que Len no había tocado la tierra en quince años y que todo estaba en un estado lamentable, y eso fue hace casi cinco años. No creo que haya mejorado desde entonces.

– Creo que merece la pena echar una ojeada -dijo Jack obstinadamente-. Waverley Creek está a una media hora en avión de aquí. No quiero alejar mucho a Alice de Clare, y no se me ocurre ningún sitio tan idóneo que esté en venta. Mañana voy a verlo. ¿Por qué no me acompañas? -miró a Ellie, que instintivamente-se había colocado a Alice sobre una cadera.

– ¿Yo? -dijo sorprendida.

– Tú sabes llevar una finca mejor que la mayoría. Siempre estabas arreglando vallas y reuniendo toros, mientras Lizzy se pintaba las uñas y soñaba con las luces de la gran ciudad.

– Es verdad, aunque al final la experiencia de Lizzy ha resultado más útil a la hora de encontrar un empleo -suspiró Ellie.

– Para mí, no. Quiero mucho a Lizzy, pero no creo que sea de ayuda cuando se trata de comprar una explotación ganadera. Tú sabes de lo que hablas y podrías darme una opinión muy valiosa. Acompáñame -le rogó-. Podrías evitar que hiciese una tontería.

La miró con una sonrisa aduladora que echó por tierra cualquier resistencia. No era justo que le sonriera de esa forma, pensó Ellie, y abrazó a Alice como para protegerse de la fuerza de su encanto. Si fuese sensata, le diría que estaba muy ocupada. Asimilaría que Jack no iba a amarla nunca y se marcharía para conseguir olvidarlo. De una vez por todas dejaría de torturarse y evitaría que la volviese a absorber la espiral del deseo secreto. ¿Pero se podía resistir a la perspectiva de pasar un día con él? ¿Qué tenía de malo si lo único que quería era alguien que pudiese conducir un camión y entendiera de ganado? Por primera vez durante años de sueños sin esperanza, tenía la oportunidad de estar con Jack y saber que la quería con él. Así que, ¿dónde estaba su sensatez?

– Vamos -dijo Jack-, te lo pasarás bien.

Ellie sucumbió a la tentación, tal y como sabía que iba a ocurrir.

– De acuerdo -dijo-, me encantará ir.

CAPÍTULO 2

BUENO, ¿qué te parece? Ellie dudó. Había un par de sillas en el porche de Waverley, pero estaban tan viejas y desvencijadas que ella y Jack se habían sentado en los escalones del porche. Pensó en la casa que acababan de ver, cada cuarto más sucio y deprimente que el anterior, en los patios llenos de matojos, en la vallas rotas y en los establos derruidos.

– Es una… tarea difícil -dijo por fin.

Jack no pudo evitar una sonrisa ante la delicadeza de su respuesta.

– Crees que estoy loco por considerarlo, ¿verdad?

– No -contestó sorprendentemente-. Ha debido de ser una finca muy bonita y podría volver a serlo, pero llevará muchísimo trabajo.

– Eso no me importa, mientras trabajas no tienes tiempo para pensar.

Ellie asintió con la cabeza, sus ojos estaban puestos en el molino roto.

– A veces es más fácil así.

Su comprensión hizo que Jack la mirara con curiosidad. Le había resultado de gran ayuda su compañía. Pedirle que fuera había sido un capricho, pero se quedó sorprendido por lo mucho que le agradó que aceptara.

Siempre le había gustado Ellie. Gray y él habían crecido con Lizzy y Kevin. Ellie era mucho más joven, una niña callada eclipsada por sus exuberantes hermanos y a la que solo se le consentía que los siguiera. Lizzy y Kevin se quejaban por tener que cuidar de ella, pero Gray y él no tenían una hermana pequeña y encontraban muy halagüeña la indisimulada adoración de Ellie, aunque en esa época habrían preferido morir antes que reconocerlo.

Se encontró observando el perfil de Ellie mientras esta miraba los patios desolados, pensando en sus cosas, y se preguntó por qué habría tenido que sumergirse en el trabajo. Por primera vez pensó en lo poco que sabía realmente de ella. Ellie siempre escuchaba, no hablaba. Incluso de niña se podía contar con ella para confiarle penas, planes o éxitos, pero Ellie nunca había contado los suyos. «También es verdad que nunca se los pregunté», pensó Jack.

De repente se dio cuenta de que Ellie había vuelto la cabeza y de que lo estaba mirando con ojos inquisitivos.

– Perdona -dijo apuradamente-, ¿qué me has preguntado?

– Te he preguntado qué piensas tú de Waverley.

– Creo que debo ver un poco más antes de hacerme una idea -dijo Jack sin pensarlo. ¿Nos vamos de exploración?, he visto unas sillas en un establo y esos caballos parecen dispuestos a cabalgar un rato.

Se levantó, se sacudió el polvo de los vaqueros y se puso en marcha con grandes zancadas hacia el prado, donde unos caballos pastaban a la sombra y espantaban las moscas con la cola. Ellie lo siguió dócilmente, como había hecho tantas veces en el pasado.

– ¿Crees que debemos? -preguntó dubitativamente cuando alcanzó a Jack en la valla.

– ¿Por qué no? -y dio un penetrante silbido que hizo que los caballos levantaran la cabeza.

– Bueno, no son tuyos -precisó Ellie con una mirada inexpresiva-. Deberíamos preguntar antes de irnos de paseo con los caballos de otro.

– No hay nadie a quien preguntar -dijo Jack juiciosamente-. Además, no nos estamos llevando los caballos, los estamos tomando prestados durante un rato.

Volvió a silbar y, esa vez, los caballos sucumbieron a la curiosidad y se acercaron a medio galope. Asomaron su cabeza por encima de la valla y Jack tuvo que gritar un poco para que se le oyera por encima de la ruidosa bienvenida.

– ¿A quién le puede importar? Si yo fuese el vendedor, estaría feliz de que alguien que piensa seriamente en quedarse este sitio hiciese lo que quisiera; y si fuese un caballo, ¡estaría feliz de hacer algo de ejercicio! -como comprobó que Ellie no estaba muy convencida dio una palmada a un bayo con una mancha blanca en el morro-. ¿Tú que opinas, viejo amigo?, ¿te gustaría enseñarnos Waverley Creek? -el caballo sacudió la cabeza arriba y abajo y resopló-. ¿Has visto?, está deseando salir.

«Es típico de Jack» pensó Ellie con resignación, «puede conseguir que hasta los caballos hagan lo que él quiere», pero no pudo evitar una sonrisa y partió deseosa de acompañarlo.

Los caballos no estaban tan dispuestos a que los montaran como había predicho Jack, pero Ellie, como él, había montado a caballo desde que aprendió a andar y era perfectamente capaz de controlar su montura. Eligieron un camino entre los árboles que se agrupaban en las orillas del riachuelo. Durante la estación húmeda bajaba como un torrente caudaloso, pero hacía meses que no llovía y el agua estaba almacenada en profundas pozas verdes. Todo estaba en calma.

Ellie sentía muy cerca a Jack cabalgando junto a ella. Se lo notaba cómodo sobre el caballo, con una mano sujetaba las riendas mientras la otra descansaba sobre su muslo. Evaluaba todo con mirada experta, indiferente a todo lo que lo rodeaba. Era posible que Jack hubiese sido el alma de todas las fiestas, pero eso no quería decir que no supiera lo que costaba dirigir con éxito una explotación ganadera.

Mientras Jack estaba concentrado en la productividad, las cosechas y las hectáreas, Ellie aspiraba el olor a hojas secas y calor y se dejaba llevar por el placer de estar junto a él. La noche anterior, en la cama en la que había dormido desde niña, se había hecho una serie de reflexiones. Ya era hora de dejar de soñar. Jack estaba apenado por Pippa, y bastante tenía con tener que adaptarse a la paternidad. No estaba preparado para volver a pensar en el amor y cabía la posibilidad de que nunca lo volviera a estar.