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– ¿Vas a matarme si te digo que eres la mujer más guapa del mundo?

– No.

– ¿Y si te digo que eres la más inteligente, la más generosa?

– Eso tampoco está mal.

– ¿Y si te digo que eres la mujer más sexy de la galaxia, que haces que me sienta orgulloso de ser un hombre porque tú eres una mujer de los pies a la cabeza?

– Bueno, se acabó. Ahora te la cargas -rió Phoebe.

– Espera, espera, no me mates. Antes tengo que preguntarte algo muy importante.

– ¿Qué?

– ¿De qué color son las paredes de tu habitación?

Phoebe salió del agua y Fox corrió tras ella.

– Ah, de modo que ésta es tu habitación -murmuró, mientras se secaba con una toalla-. ¿Blanca?

– Después de pintar el piso de abajo no me quedaba más dinero. No quería pintarla de un blanco virginal, un blanco de novia…

– Ah, hablando de novias, ¿qué tal si empezamos a buscar una fecha? Y no me digas que no. Voy a construir una casa para nosotros, Phoebe. Y para nuestros hijos, de modo que no puedes decir que no. Sé que ahora mismo no tengo trabajo, pero mi padre me dejó un dinero, tengo unos ahorros… y empezaré a trabajar como profesor el año que viene.

Maldito hombre. Tenía que volver a besarlo.

– Muy bien.

– Sabías que volvería a trabajar.

– Sabía que te gustaban mucho los niños, pero no sabía si estabas curado del todo.

– Lo estoy. Gracias a ti.

– Gracias al amor -sonrió Phoebe, besando su cara, su cuello, su frente-. El amor lo cura todo.

– Eso significa…

– Que te quiero. Con todo mi corazón.

– Yeso significa…

– Que sí, que sí, que sí.

Fox dejó de hacer preguntas. Ya no tenía que hacerlas.

Jennifer Greene

***