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– Yo voy a Marsillac -dijo él, por fin.

– ¿De verdad? -preguntó Polly, poniendo la taza encima de la mesa.

– Es el pueblo cerca de mi casa. La Treille sólo está a ocho kilómetros de allí.

– ¿Estarías dispuesto a llevarme? -preguntó Polly con cautela, algo asombrada por el cambio de actitud en Simon.

– Puede que lo hiciera. Pero con una condición.

– ¿Cuál?

– Que seas mi prometida durante las dos próximas semanas.

– ¡Venga ya! Ahora en serio, ¿qué quieres?

– Es exactamente eso. Te llevaré a Marsillac si prometes actuar como mi prometida durante quince días.

– No hablarás en serio, ¿verdad?

– ¿Es que no te lo parece?

– Pero… ¿por qué?

– Te lo explicaré -dijo Simon, mientras hacía una seña al camarero para que trajera más café-. Te dije que estaba aquí de vacaciones, pero es algo más que eso. Estoy intentando conseguir un contrato crucial para el futuro de mi empresa. Nos va muy bien en América y en el Pacífico, pero tenemos que establecernos en Europa. Ahora hemos encontrado una compañía que complementa nuestros intereses perfectamente. Todo lo que tenemos que hacer es convencer al director general que esta fusión les beneficiaría también a ellos.

– ¡Espera un momento! Lo que quiero saber es por qué necesitas una prometida, no que me des una conferencia sobre teoría económica.

– Si me escuchas, te lo diré -replicó Simon, irritado por aquella interrupción-. El director general de la otra compañía se llama Julien Preucel y está casado con Chantal, que fue una antigua novia mía. Fue Chantal la que sugirió que mi empresa y la de Julien tienen mucho en común cuando se enteró de que yo estaba investigando la posibilidad de una fusión con otra empresa europea. Mis empleados han hecho los estudios pertinentes, pero a mí se me ocurrió que sería una buena idea tener una reunión informal con Julien para ver si podríamos pactar un trato a nivel personal, por lo que les invité a él y a Chantal a pasar dos semanas en La Treille.

– ¿Y estos son los amigos con los que te vas a reunir? -preguntó ella. Simon asintió, mientras el camarero llegaba con más café. Polly volvió a llenar las dos tazas-. Todavía no entiendo en dónde encajo yo en todo esto.

– Enseguida te lo explico. Cuando hablé con ella con teléfono, Chantal me avisó que Julien parece tener celos de nuestra relación. Ella y yo seguimos siendo muy buenos amigos cuando Chantal decidió volver a Francia. Es maravillosa -explicó, con la voz llena de afecto-. Hermosa, amable, inteligente… Chantal es una de las mejores personas que conozco.

Polly intentó imaginarse a Simon describiéndola a ella así y fue consciente de que estaba algo celosa. Nunca antes le había oído hablar de nadie con tanto afecto. Chantal tenía que ser una mujer muy especial.

– Si es tan maravillosa, ¿por qué no te casaste con ella?

– Eso no es asunto tuyo -respondió fríamente-. Lo que importa es que Julien se siente molesto por el hecho de que Chantal y yo sigamos siendo buenos amigos. Una de las razones principales por la que les invité era para demostrar a Julien que no tiene ningún motivo para tener celos de mí. En aquellos momentos, por supuesto, Helena iba a venir también. Pensé que si él veía que yo tenía una relación estable con otra mujer, dejaría de preguntarse si yo seguía interesado en Chantal y nos podríamos dedicar a los negocios. Pero tal y como están las cosas…

– Helena está en Londres y él se va a pensar que tú y Chantal lo habéis preparado todo para poder estar juntos, ¿no es eso?

– Sí. Helena iba a venir al principio -explicó él, sin confesarle la verdadera razón por la que Helena no estaba allí. No estaba dispuesto a hacerlo al oír cómo ella había hablado de Philippe-, pero le surgió un trabajo muy importante en el último momento y, antes de cancelarlo todo, pensé que era mejor que viniera yo y viera qué tal iban las cosas.

Polly tomó un sorbo de café, preguntándose si lo de Helena sería sólo una excusa. Incluso una súper mujer como ella se sentiría celosa al oír cómo hablaba Simon de Chantal. Vagamente, Polly recordó que su madre había estado muy deprimida porque Simon tenía una fantástica novia francesa y había rumores sobre un posible compromiso, que nunca fructificaron.

¿Habría roto Chantal el corazón de Simon? Era difícil imaginárselo tan romántico, pero ciertamente parecía otra persona cuando hablaba de ella. ¿Sentiría todavía una pasión secreta por ella? Si era así, Polly no podía culpar a Helena por no haberse querido ver envuelta en aquel asunto.

– Tú me diste la idea -dijo Simon, interrumpiéndole sus pensamientos.

– ¿Cómo? ¿Qué idea?

– Con esa ridícula historia que inventaste para Martine Sterne. Recuerda que le dijiste que yo me recorrí toda Francia hasta que te encontré y que te llevé a la piscina y te pedí que te casaras conmigo.

– Sí, ya me acuerdo -admitió Polly, algo avergonzada.

– Ni Chantal ni Julien conocen a Helena. Todo lo que saben es que estaré allí con mi novia. No hay razón alguna para que tú no puedas ser Helena. Y, dado que todo es una farsa, les podríamos decir que estamos prometidos. Estoy seguro de que eso conseguiría que Julien se relajara por completo. ¿Qué te parece?

– ¡Me parece una locura! Nadie se va a creer que estamos prometidos.

– ¿Por qué no? Martine Sterne se lo creyó.

– No lo creo y, además, Chantal te conoce mucho mejor que la señora Steme. Estoy segura de que ella se dará cuenta de que yo no soy tu tipo.

– Si yo digo que estoy enamorado de ti, no veo por qué ella no me va a creer. Todo lo que tú necesitas hacer es ponerte un anillo y comportarte de manera cariñosa. ¿Qué podría ser más fácil?

– Muchas cosas -replicó ella-. ¡Estar contigo no me hace sentir especialmente cariñosa!

– Sabrás disimular, ¿verdad?

– ¡No tan bien!

– Pues anoche disimulaste muy bien -le espetó él con frialdad-. Lo mismo que esta mañana, a no ser que de verdad te hayas olvidado de aquel beso.

– Oh, eso… -contestó ella, quien, a pesar de querer parecer relajada, no pudo evitar sonrojarse. El recuerdo de aquel beso planeaba entre ellos con demasiada viveza como para ser ignorado.

– Sí, eso -replicó Simon con ironía-. Si me besas de esa manera de vez en cuando delante de Julien, se dará cuenta muy pronto de que no tiene necesidad de ponerse celoso y se relajará.

– ¿Qué es lo que quieres exactamente?

– Te ofrezco un trato. Si accedes, te llevaré a Marsillac y pasarás dos semanas convenciendo a Julien de que estás comprometida conmigo. Al final de esas dos semanas, te pagaré lo suficiente como para que puedas pasar el resto del verano en Francia, haciendo lo que más te apetezca. Si quieres quedarte en Marsillac persiguiendo a Philippe Ladurie, es asunto tuyo, pero podrás viajar lo que quieras y ahorrar un poco de dinero para que vuelvas a casa cuando quieras.

– ¿Y si no accedo?

– Entonces, nos decimos adiós sin ningún resentimiento. Yo recibiré a Julien y a Chantal solo y tú podrás comprobar por ti misma a dónde llegas con cuarenta y ocho francos.

– No me queda mucha elección, ¿verdad?

– Es mejor que irte a casa o tener que ponerte a lavar los platos para ganarte la vida.

– ¿Qué más tendría que hacer a parte de pretender que te adoro?

– Ser la anfitriona perfecta. Yo no tengo empleados en la casa, así que tendrás que ir a la compra y cocinar, pero yo te ayudaré y estoy seguro de que Chantal también lo hará. Además, estaremos de vacaciones, así que podrás hacer lo que quieras mientras no le des motivos a Julien para que sospeche que no estamos locamente enamorados el uno del otro.

– ¿Y cómo se hace eso?

– No se me hubiera pasado por la cabeza que fuera tan difícil. Todo lo que tienes que hacer es no discutir conmigo y besarme de vez en cuando.

– ¿Tendremos… tendremos que compartir habitación? -preguntó ella, sonrojándose.