– Julien podría pensar que nuestra relación es algo extraña si no fuera así -respondió él fríamente-. Anoche compartimos la cama, y entonces no te pareció un problema -añadió. Sin embargo, Polly sabía que no podía negarse porque si no, tendría que admitir que aquel beso le había afectado más de lo que quería admitir-. No me aprovecharé de ti, si es eso lo que te preocupa.
– No me preocupaba eso… ¡aunque sí lo haría si yo fuera Helena! ¿No le importará a ella cuando se entere de que…?
– ¿Nos hemos estado acostando juntos?
– Es sólo una manera de hablar -puntualizó ella.
Simon miró a través de la terraza. Probablemente podría contarle a Polly la verdad sobre Helena, pero tal vez no le vendría mal que ella siguiera pensando que estaban juntos. Meterse con Polly en la cama durante las próximas dos semanas iba a ser el principal inconveniente de un plan que le reportaría muchos beneficios. Era mucho mejor que Polly siguiera pensando que sólo era una sustituta para Helena. Ella estaba obsesionada con Laurie, así que si seguía creyendo que él estaba con Helena, no habría posibilidad de tener malentendidos.
– A Helena no le importará -dijo él por fin-. Sabe lo importante que esta fusión es para mí y que estoy listo para hacer lo que sea con tal que salga adelante.
– ¿Aunque tengas que compartir cama conmigo?
– Aunque tenga que compartir cama contigo. Helena y yo tenemos una relación muy especial. Nos entendemos perfectamente -añadió sin dejar de mirar a Polly a los ojos.
Al menos, así lo había creído él hasta que Helena dejó de ser una abogada muy cotizada y se convirtió en una mujer que quería casarse y tener hijos. Sorprendido, Simon le había sugerido que pospusieran todo durante un tiempo, pero cuando Helena empezó con sus amenazas, todo se acabó. Ella le había dicho que era en aquel momento o nunca, y él había escogido nunca.
– Tenemos una relación ideal -continuó, sintiendo que Polly no estaba del todo convencida-. Vivimos el mismo tipo de vida, queremos las mismas cosas… Helena es inteligente, divertida y muy práctica. Ella sería la primera persona en ver lo conveniente que resultaría que tú la sustituyas durante un tiempo.
Polly lo miró con algo de amargura. Chantal era hermosa y amable. Helena era inteligente, divertida y práctica. Ella era sólo «conveniente».
– ¿Y bien? -insistió él-. ¿Estás dispuesta a hacerlo?
Polly se puso a remover el café. No quería admitir que aquella propuesta le había sorprendido mucho, sobre todo porque no le parecía propia de Simon. Si no hubiera sido por el beso de la noche anterior, no lo hubiera dudado. Sin embargo, tras lo que había pasado, aquella idea le parecía llena de peligros.
Por otro lado, no le quedaba elección. Necesitaba dinero y podría considerar aquella oferta como cualquier otro trabajo. Era algo extraño, pero era mejor que fregar platos.
– De acuerdo, lo haré. Pero me gustaría poner un par de condiciones.
– ¿Cuáles?
– Número uno: no les dirás a mis padres nada de esto. Sé que ellos piensan que soy un poco alocada, pero no es así y para mí es muy importante demostrarles que soy capaz de hacer lo que vine a hacer aquí. Si se enteran de que me despidieron, pensarán que no me las puedo arreglar yo sola y que tú sólo me estás ofreciendo este trabajo por pena.
– No tengo ninguna intención de contárselo a tus padres ni a nadie más, especialmente a Emily. Ella nunca nos dejaría olvidar que hemos pasado dos semanas juntos en mi casa.
– ¡No! ¡No podemos decírselo a Emily! -afirmó ella, horrorizada, pensando en todas las preguntas que le haría y que ella no podría evitar decirle la verdad a su mejor amiga.
– ¿Cuál es la segunda condición?
– No simularé que soy Helena. Nunca sería capaz de convencer a nadie que soy una abogada de altos vuelos ni creo que me gustara. Si Chantal sabe que estás con Helena, tendrás que decirle que te has enamorado de mí. Ése es tu desafío. ¿Qué tal actor eres tú?
Como respuesta, Simon se inclinó sobre la mesa y le tomó una mano. Tras darle la vuelta, depositó un beso en la palma de la mano.
– ¿Te he dicho alguna vez lo hermosa que creo que eres, Polly? -le dijo él, mirándola tiernamente a los ojos.
Polly se sonrojó e intentó apartar la mano, pero él se la sujetó con más fuerza. Aquel contacto hacía que ella sintiera toda la calidez de la fuerza de Simon. Además, le estaba costando mucho respirar. Lo único que quería hacer era echarse a reír y apartar la mirada, pero le resultaba imposible hacerlo. Nunca antes había notado lo espesas que eran sus pestañas y el contraste que hacían, siendo tan oscuras, con el acerado brillo de sus ojos grises.
– Creo que actúo bastante bien -añadió él, sin soltarle la mano-. ¿Y tú?
Las palabras flotaron en el aire como un desafío. Polly tragó saliva. Simon no se estaba tomando aquello en serio y ella debía convencerlo de que ella actuaba de la misma manera. Si se echaba atrás, él sabría que ella le había mentido. Era mucho mejor que él siguiera creyendo que ella no se tomaba en serio aquel asunto.
Polly miró la boca de Simon, recordando lo que había sentido al besarlo la noche anterior y, de repente, todo resultó fácil. Como si fuera lo más natural del mundo, se inclinó sobre la mesa y lo besó en la comisura de los labios antes hacerlo sobre éstos. Simon se inclinó también y, de algún modo, aquel beso casual creó una serie de sensaciones tan dulces que Polly se sintió a punto de perder el control y tuvo que apartarse.
Muy aturdida, se sentó de nuevo y miró a Simon. La expresión del rostro de él era inmutable. Polly esperaba que la suya fuera idéntica.
– Es sólo una farsa -concluyó ella, sorprendida de lo firme que sonaba su voz-. Creo que lo haré bien.
Capítulo 5
ES ÉSTA? -preguntó Polly, mirando a través de la ventanilla del coche para contemplar la vieja granja escondida entre árboles y olivos centenarios.
– ¿No te gusta? -preguntó él, sorprendido por el tono de su voz.
– Es muy bonita -respondió Polly, contemplando las macetas de geranios, las rojas tejas y las contraventanas-. Es que no es lo que me había imaginado, eso es todo.
– ¿Cómo pensaste que sería?
– No estoy segura. Se supone que las casas reflejan la personalidad de sus dueños -explicó ella, saliendo del coche. El olor a jazmín y a mimosas lo impregnaba todo-. Siempre me había imaginado una casa muy funcional. Ya sabes, con líneas puras y pocas cosas.
– Y así espero que siga -dijo Simon, metiendo la llave en la cerradura-. No quiero que empieces a poner cosas por todas partes. No me gustaría pasarme estas dos semanas apartando bolsas de plástico.
Al entrar en la casa, Polly vio que el salón era cálido y acogedor, con gruesas paredes de piedra y losetas del mismo material en el suelo.
Se habían pasado toda la mañana hablando de todo, desde la música al chocolate y desde la política hasta las verdaderas razones por las que se extinguieron los dinosaurios. Durante aquella conversación, Polly se había sentido como si estuviera con el Simon de siempre y ambos parecían haberse olvidado de la incómoda situación que se había producido tras el beso.
Sin embargo, Simon no parecía incómodo en absoluto. Desde que había conseguido lo que quería, se había comportado de la manera más práctica. Había ordenado que ella volviera a la habitación a recoger sus cosas, había pagado la cuenta, y la había metido en el coche, tirando sin ninguna ceremonia sus bolsas de plástico en la parte de atrás.
Simon nunca hubiera tratado a Chantal o a Helena de aquella manera. Simon las habría mimado, abierto la puerta y se habría asegurado de que estaban cómodas. ¡No les hubiera dicho a ninguna de las dos que se metieran en el coche y se callaran!
– ¿Qué te parece? -preguntó Simon, mostrándole el espacioso salón, decorado con la elegante simplicidad que Polly sólo había visto en las revistas de decoración. Todo estaba perfectamente en su sitio y cada uno de los muebles había sido elegido cuidadosamente.