– ¿No te referías a esto? -sugirió él, inclinando la cabeza sobre la suya.
Después, a Polly se le ocurrieron todas las cosas que podría haber hecho. Podría haber dado un paso atrás, haberle empujado, haber hecho una broma de todo aquello, pero no pudo hacer nada. En vez de eso, cerró los ojos y separó los labios con un pequeño suspiro, como si llevara esperando aquel beso desde que él había aparecido en el umbral de los Sterne.
Los dedos de Simon se le enredaron en el pelo, sujetándole la cabeza firmemente mientras la besaba. Los labios eran suaves, pero a la vez posesivos y tan sugerentes que Polly podía sentir cómo los últimos trazos de resistencia se fundían bajo una marea de placer.
El sol entraba por la ventana, envolviéndola cálidamente. De alguna manera, las caricias de Simon habían despertado tanto sus sentidos que no sólo era consciente de sus caricias, sino también de la del sol y del aroma de los jazmines, que subía por la escalera procedente del jardín.
Cautiva de sus labios y casi sin saber lo que hacía, Polly rodeó el cuello de Simon con sus brazos y, cuando él la estrechó más fuertemente entre los suyos, ella gimió de placer. Y Simon la oyó.
– ¿Ha estado éste mejor? -preguntó él.
Polly parpadeó, ya que aquella pregunta le había hecho volver, de un modo brutal, a la realidad. Ésta no era la calidez que parecía envolverla, sino la fría pregunta de Simon.
Cuidadosamente, se separó de él, buscando apoyo en la ventana, con sentimientos mezclados. Una parte de ella, muy a su pesar, sólo quería volver a lanzarse entre sus brazos, lo que le hacía sentir desprecio de sí misma.
– Sí, mucho mejor -replicó ella, con toda la frialdad que le fue posible.
– ¿Crees que la práctica lleva a la perfección? -preguntó Simon, completamente tranquilo, como si aquello no le hubiera afectado en absoluto.
– Eso es lo que dicen.
– Tal vez deberíamos seguir practicando -sugirió él, con mucha ironía.
– Tal vez -le espetó ella, dispuesta a no dejarle ver que estaba temblando por dentro-. Si nos besáramos cada día, como si fuese una rutina, deberíamos poder hacerlo de un modo bastante natural para cuando tengamos que hacerlo delante de Julien y Chantal. Estaremos tan acostumbrados que no nos costará ningún trabajo.
– ¿No te parece que esto es un juego algo peligroso? -preguntó él, algo impresionado por la frialdad que ella parecía demostrar.
– No -respondió ella, muy segura de sí misma-. Como ninguno de los dos encontramos atractivo al otro… Quiero decir que tú estás enamorado de Helena y yo lo estoy de Philippe. Lo de los besos es algo que tenemos que hacer para dar solidez a esta farsa. No es algo que queramos hacer. Lo que estaba diciendo es que resultaría más convincente y más fácil si fuera algo que hemos hecho tan a menudo que podemos hacer casi sin pensar.
– Entonces, ¿crees que el besarnos debería ser una más de nuestras tareas?
– Exactamente -afirmó ella, con una seguridad aplastante-. Como la de comprar el pan o fregar los platos.
– ¿Cuándo quieres empezar? -preguntó él, sin poderse imaginar algo más perturbador que besar a Polly todos los días. Sin embargo, no podía echarse atrás-. ¿Ahora?
A Polly le hubiera gustado tener la sangra fría suficiente como para aceptar, pero no tenía tanta seguridad en sí misma. No estaba segura de que pudiera soportar otro beso como el que acababan de compartir.
– No, hoy ya hemos cumplido -dijo ella, sin mirarlo a los ojos-. Es mejor que lo dejemos para mañana.
– ¿Es que no te has dado cuenta de que la habitación está llena de armarios y cajones? -le preguntó Simon a la mañana siguiente cuando entró en la cocina, con una bolsa de plástico en la mano.
– ¿Es que no te has dado cuenta de que tengo una terrible resaca? -replicó ella.
La tarde anterior, habían decidido dejar la compra para el día siguiente y él la había llevado a un restaurante del pueblo, con una excelente reputación por su cocina. Sin embargo, Polly no recordaba mucho de lo que habían comido. A pesar de sus decididas palabras, a lo largo de la tarde se había ido sintiendo cada vez más nerviosa al recordar que tenía que volver a dormir con él.
Por eso, al llegar al restaurante, se había tomado dos copas de vino de un trago y había funcionado. Después de un rato, se sintió mucho más relajada. Además, no sentía que tuviera que impresionar a Simon, como cuando salía con otros hombres. Con Simon no tenía que preocuparse ni de su apariencia ni de su comportamiento. Podía ser ella misma. Incluso cuando llegaron a casa, no le causó ningún problema tener que meterse en la cama con él.
Sin embargo, aquella mañana, la cabeza parecía a punto de estallarle. Además, tenía la boca terriblemente seca a pesar de que se había tomado ya varias tazas de té. Mientras se tomaba dos pastillas de paracetamol, miró a Simon completamente agotada.
– No sé por qué estás gruñendo. Sabía que me ibas a montar un número, así que lo guardé todo.
– Me parece que lo que tú entiendes por «guardar» difiere mucho de lo que entiendo yo -dijo él sarcásticamente-. Yo creo que recoger las cosas significa sacarlas de la maleta y ponerlas en el armario. ¡Tú, por el contrario, aparentemente crees que significa extenderlas por toda la habitación y cubrir todas las superficies posibles con chismes y tirar al suelo todo lo que no puedes poner en otra parte! ¡Y eso es sólo en la habitación! El cuarto de baño parece haber sufrido un terremoto.
Simon estaba de mal humor, pero a Polly no le importaba. Por lo menos había dormido bien la noche anterior. Simplemente se había metido en la cama y se había dormido enseguida, mientras él miraba el techo y se preguntaba por qué había dejado que ella invadiera su tranquila y ordenada vida.
No le gustaba cómo discutía con él ni el aire de torbellino que la rodeaba aún cuando estaba tranquila. No le gustaba que hubiera aparecido de la noche a la mañana, convirtiéndose en una mujer difícil de ignorar. Y no le gustaba su desorden. Ella era incapaz de cerrar un cajón. Al ir al cuarto de baño, había encontrado botes por todas partes, tubos sin el tapón puesto, polvos de talco por todas partes… El grifo estaba goteando y la toalla estaba en el suelo, hecha un rebuño.
Muy enojado, Simon lo había ordenado todo para ir a descubrir que la cocina había sufrido el mismo proceso de transformación. Ella estaba sentada a la mesa con el pelo revuelto, rodeada de bolsas de té usadas, migas de pan y tazas a medio beber. Aquello le hizo recordar a Helena con nostalgia. Helena era tan ordenada, tan tranquila en comparación con Polly.
Tras retirar el cartón de leche y tiras las bolsitas de té a la basura, Simon se sentó al lado de Polly y suspiró.
– ¿Has preparado ya la lista? -preguntó, mientras ella levantaba la cabeza de entre las manos.
– ¿Para qué?
– Tenemos que ir a hacer la compra.
– No tenemos por qué hacer una lista -replicó Polly-. Necesitamos de todo, así que es mejor que esperemos a ver lo que hay en el mercado. Además, yo no creo en las listas. Hay algo de… de represión en ellas.
– Me parece que la palabra que deberías utilizar es eficaz -le espetó Simon, sabiendo que Helena ya hubiera preparado el menú para una semana y una lista con los ingredientes-. Eres consciente de que durante las dos próximas semanas tendrás que alimentar a cuatro personas, ¿verdad?
– Se supone que esto son unas vacaciones, no una campaña militar -protestó Polly-. No veo por qué no puedes relajarte y tomar las cosas como vengan.
– Si te organizas un poco, se tiene más tiempo para disfrutar.
– ¡Ja! Te apuesto algo a que tú y Helena no podéis disfrutar de nada hasta que lo hayáis añadido a vuestra lista de cosas que hacer… ¿Cómo sería…? ¡Despertarse, respirar, divertirse, irse a la cama…!