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– Te recuerdo que estás cobrando por estas dos semanas, Polly. Espero que estés planeando hacer algo para ganarte todo ese dinero.

– ¡Estoy simulando estar enamorada de ti! -exclamó ella, antes de volver a tomarse la cabeza entre las manos-. ¿Qué más quieres?

– Accediste a actuar como una perfecta anfitriona. Eso significa que tienes que asegurarte de que las camas están hechas, la casa está ordenada y de que hay algo para comer cuando sea la hora de la comida.

– Eso es ser una esclava, no una anfitriona -protestó Polly-. Para esto, me podría haber quedado trabajando con Martine Sterne. ¡Al menos a ella no tenía que besarla!

– De acuerdo -replicó Simon, mordiéndose la lengua. Sabía que no había forma de hablar con Polly citando estaba de aquel humor-. Yo haré la lista. Ve a arreglarte.

– Ya estoy arreglada.

– ¿No crees que sería una buena idea que te pusieras algo de ropa para ir al pueblo?

– Es un vestido playero -explicó ella, lenta y claramente como si estuviera hablando con un niño. A continuación, se puso de pie para que él pudiera admirarla de los pies a la cabeza. El vestido era muy corto, con tirantes y bastante ajustado-. Es la última moda.

– No me parece que eso sea adecuado.

– Se supone que tiene que ser corto -reiteró ella, haciendo un gesto de impaciencia con los ojos-. De eso se trata. Así puedo enseñar bien mis piernas. -añadió ella, contemplándoselas con placer-. Son lo mejor que tengo, así que tengo que aprovechar.

– ¿Lo mejor que tienes? ¡Qué tontería! -exclamó Simon mientras se ponía a escribir la lista.

– ¡Eso no es cierto! ¡Todo el mundo me dice que tengo unas piernas estupendas!

– Puede ser. Pero lo que yo estoy diciendo es que no son lo mejor que tienes -respondió él, sin dejar de escribir.

– ¿De verdad? ¡No sabía que fueras tan experto! ¿Qué es, en tu experta opinión, lo mejor que tengo? Y no te atrevas a decir que mi personalidad, porque eso es lo que me dice siempre mi madre.

– ¡Créeme Polly! ¡Lo último que se me ocurriría decir de ti esta mañana es que lo mejor de ti es tu personalidad! -exclamó él, levantando la vista.

– Entonces, ¿qué buscas tú en una mujer? Por ejemplo, ¿qué es lo que encuentras más atractivo de Helena?

– Su personalidad -respondió él, mientras añadía mermelada a la lista.

– Me refiero físicamente.

– Su pelo… sus ojos. Tiene una piel preciosa y una figura envidiable. Es una mujer muy hermosa, pero no podría decir qué parte de ella me gusta más. Lo que importa en el atractivo es que todo encaje perfectamente, ¿no?

– Yo no estoy tan segura -replicó ella, sentándose encima de la mesa mientras estiraba las piernas para admirarlas-. Si estuvieras preparándome una cita con uno de tus amigos y quisieras hacerme sonar muy atractiva, te apuesto que lo primero que mencionarías serían mis piernas.

– No.

– Entonces, ¿qué?

Simon intentó concentrarse en la lista, pero con Polly sentada en la mesa, le estaba resultando muy difícil. Tenía que admitir que eran unas piernas estupendas. Escribía fruta, queso y café, deseando que se le ocurriera una respuesta. Había muchas cosas de Polly que le resultaban atractivas: su aroma, la rotundidad de sus senos, la base de la garganta, cosas que él nunca había notado antes.

– ¿Y bien?-insistió ella.

– Tienes una preciosa sonrisa -dijo él por fin.

– ¿Una preciosa sonrisa? -repitió Polly, sintiéndose algo desilusionada. Aquello era lo que la gente decía cuando no se le ocurría nada más interesante que decir-. Todo el mundo tiene una preciosa sonrisa.

Simon la miró. En aquel momento ella no estaba sonriendo, de hecho, parecía enfadada, pero Simon podía recordar su sonrisa con claridad, con el movimiento de la boca, el gesto de los ojos y la curva de las pestañas.

– No todo el mundo tiene una sonrisa como la tuya -dijo él, como si le hubieran obligado.

Entonces, se produjo un incómodo momento de silencio. Polly sintió que se sonrojaba. Una preciosa sonrisa. No era muy original, pero el hecho de que Simon lo hubiera notado le daba un carácter muy íntimo. Se había sentido en el paraíso cuando Philippe le dijo que era muy bonita, pero no le había causado la desazón de las palabras de Simon.

– Bueno, me alegro de que te guste -replicó ella, intentando sonar despreocupada, como si no se hubiese sonrojado-. Creo que yo me quedaré con las piernas. Y ya sabes lo que se dice. ¡Si se tiene, muéstralo!

– Pues hoy pareces haberte tomado muy en serio ese consejo.

– Nunca se sabe -replicó ella, sintiendo que le volvía la confianza al notar la ironía en la voz de él, mientras se bajaba de la mesa-. Si vamos a Marsillac, podría encontrarme con Philippe y quiero tener el mejor aspecto del mundo por si eso ocurriera.

– No estás realmente enamorada de él, ¿verdad?

– Me encantaría. Es mi hombre ideal. ¡Ponlo en la lista de las cosas que hay que comprar, junto con algo para mi resaca! -exclamó ella, inclinándose sobre el hombro de él.

La larga melena rubia le cayó por los hombros, acariciando la mejilla de él. Simon se vio envuelto por el aroma del pelo de Polly y el calor que le emanaba de la piel.

– Si estás preparada -dijo él, levantándose abruptamente de la silla-, es mejor que nos vayamos.

Capítulo 6

CUÁL te gusta más? -preguntó Simon, mientras se inclinaba a inspeccionar la bandeja de anillos que el joyero les había puesto solícitamente en el mostrador.

– No sé -dijo Polly, algo aturdida por la gran variedad de anillos-. ¿No deberíamos simplemente comprar el más barato?

– Vas a tener que llevarlo durante las dos próximas semanas, así que es mejor que elijas el que más te guste.

Polly dudó. ¡Eran todos tan bonitos… y tan caros!

– ¿Estás seguro de que es absolutamente necesario? Me parece un derroche tener que comprar un anillo sólo para quince días.

– Mira, Polly, ya te he explicado todo esto -respondió Simon, con impaciencia-. El punto culminante en lo que se refiere a Julien será cuando anunciemos nuestro compromiso. Y unos cuantos diamantes en el dedo resultarán de lo más convincente.

– Pero, ¿qué vas a hacer con él después? -protestó ella-. Si estás pensando en dárselo a Helena, es mejor que elijas él que creas que le va a gustar a ella. Nuestros gustos podrían ser completamente diferentes.

Probablemente, así sería, pensó Polly con cierta tristeza. La maravillosa y hermosa Helena, con su piel perfecta y su esbelta figura no iba a tener el mismo gusto que la desaliñada Polly.

Mientras tanto, Simon se preguntaba si se podría encontrar un regalo con menos tacto para Helena que un anillo de diamantes usado. Brevemente se imaginó la escena. Llegaría a casa de Helena, le explicaría que seguía sin quererse casar con ella, pero que le daba un anillo de compromiso que se había puesto otra mujer como compensación.

– No, no creo que se lo dé a Helena -dijo él con sequedad-. Helena se merece un anillo mucho más especial que ninguno de éstos -añadió, antes de que Polly pudiera empezar a preguntarse por qué no había querido comprarle un anillo a la mujer de la que él te había dicho estar enamorado-. Además, no le daría uno que te has puesto tú. Es mejor que te lo quedes.

– ¡No lo quiero! -exclamó Helena, algo ofendida por la implicación de que lo que era bueno para ella no lo era para Helena-. Me aterraría ponerme un anillo tan caro. Me pasaría la vida preocupándome por si lo perdía.

– Me parece que, si lo llevas en el dedo, deberías saber dónde lo tienes -se burló él.

– Sí, pero no lo tendría en el dedo, ¿no te parece? No podría ponerme un anillo de compromiso a menos que estuviera comprometida de verdad. ¿Qué le diría a mi madre o a Emily si me preguntaran por él?