– Puede que ya haya regresado -dijo ella-, y éste es el lugar más apropiado para verlo si viene a la ciudad.
– ¿Y qué vas a hacer si lo ves? ¿Echar a correr y tirarte a sus pies o te tomarás la molestia de envolverte en papel de regalo?
– No -replicó Polly-. Simplemente me acercaré a él, lo saludaré y le explicaré que estoy trabajando aquí.
– Espero que no vayas a decirle exactamente qué trabajo tienes.
– Tendré que hacerlo -protestó ella-. No tengo intención de que se crea que estamos comprometidos.
– Lo siento -le espetó él-. Puedes decirle lo que quieras después de que Chantal y Julien se hayan marchado, pero hasta entonces, este asunto se queda entre nosotros. Además, todo esto fue una condición tuya. Además, no me parece que un hombre como Philippe se vaya a interesar por ti -añadió con desprecio.
– Cosas más extrañas han pasado -replicó ella, desafiante, mientras se acercaba el camarero con los platos-. Nunca deberías desestimar el poder de la química.
– ¿De la química? -preguntó él, riéndose.
– Sí, ya sabes, el chispazo que, instantáneamente, salta entre un hombre y una mujer -respondió ella, pasándole el plato del pan-. No importa lo diferentes que sean las personas si la química es la adecuada. Es la base para que funcione cualquier relación.
– ¡Me alegra oír eso de alguien cuya idea de una relación con éxito es que le den una tarjeta de visita! -se burló él-. Como alguien que sabe lo que es tener una relación que funcione, puedo decirte que lo mejor es ser compatibles y tener cosas en común, y que no tiene que ver con la atracción física.
– ¿Cómo tú y Helena, supongo? -preguntó Polly, dejando caer la cesta encima de la mesa.
– Exactamente. Helena es brillante, independiente, centrada y, sobre todo, muy organizada. No me hace perder el tiempo llegando tarde, no tira la ropa por el suelo, no me llena la casa de chismes…
– ¡No digas más! -exclamó ella en tono de mofa-. ¿A que pone la tapa del tubo de pasta de dientes?
– Sí, así es. Es una bobada, pero eso demuestra que ella piensa como yo. Por eso nos llevamos tan bien: Somos perfectos el uno para el otro.
Si era así, ¿por qué se había sentido tan aliviado cuando ella se marchó? Simon frunció el ceño y tomó el tenedor. Aparentemente, Helena era todo lo que él buscaba en una mujer, pero tenía que admitir que su relación con ella era más cómoda que apasionada.
– Tal vez, ¿pero crees que te habrías enamorado de ella si no fuera también muy hermosa?
– Yo no estoy diciendo que la atracción física no importe -dijo él, evitando contestar la pregunta directamente-. Pero hay otro tipo de cosas mucho más importantes. Por suerte, Helena y yo nos tenemos el uno al otro.
– Pues yo creo que el amor es mucho más romántico que todo eso -replicó Polly, pinchando con fuerza un trozo de tomate-. Yo creo que es como una habitación que está vacía cuando la persona que amas no está en tu vida. Es cuando los dedos de los pies se estiran de felicidad al verla. Es cuando se sabe en el instante en que ves a alguien que quieres pasar el resto de su vida con él o ella. Yo me podría enamorar apasionadamente de alguien y casarme con él al día siguiente.
– Eso es muy arriesgado.
– Tal vez, pero yo creo que un matrimonio como ése tiene tantas posibilidades de prosperar como el que se ha establecido por lo que las dos personas hacen como la tapa del tubo de la pasta de dientes. Cuando yo me enamore, va a ser para siempre -confesó ella.
– ¿Al igual que te paso con Harry, Mark, Nick y todos los demás?
– No me había dado cuenta de que llevabas el registro de mi vida amorosa -le dijo Polly con frialdad-. En cualquier caso, no estaba verdaderamente enamorada de ninguno de ellos. Sólo eran amoríos pasajeros. El amor verdadero es algo muy diferente, como un relámpago caído del cielo.
– ¿Y es eso lo que sentiste cuando Philippe Ladurie te dio su tarjeta? -preguntó Simon con sorna-. ¡Qué raro! Yo estaba en la habitación y no noté ningún relámpago.
– No ocurrió entonces. Fue la primera vez que lo vi.
– ¡Por amor de Dios! -exclamó Simon-. No sabes nada sobre él aparte de que es guapo y que tiene una hermana que te trató como si fueras basura.
– Sé cómo es aquí dentro -respondió ella, tocándose el corazón.
Simon pensó que era típico de Polly embarcarse en algo tan estúpido como liarse con Philippe Ladurie. Nunca sabría tratar a un hombre como ése, un hombre que, de acuerdo con lo que le habían contado, era un seductor empedernido, un donjuán sin otro medio de vida que no fuera holgazanear. ¡Además, era demasiado viejo para ella! Si Polly tenía que enamorarse, ¿por qué no lo hacía de alguien que le conviniera? ¿De alguien como él?
Simon se puso rígido al ver que aquel pensamiento prohibido se colaba en su cerebro. ¡Imposible con alguien como él! ¡Aquello sería un desastre! Él buscaba compatibilidad y ella un flechazo.
Sin embargo, durante un instante, no pudo evitar recordar la descarga eléctrica que sintió cuando se besaron, pero estaba claro que eso no era lo que Polly estaba buscando. Aparentemente, lo que quería era sufrir enamorándose de hombres completamente inadecuados para ella. Además, aunque ella hubiera sentido la misma chispa que él, tendrían suerte si duraban más de una semana juntos antes de que él sufriera una crisis nerviosa. Le resultaría imposible vivir con Polly.
Sin embargo, eso no significaba que quisiera verla sufrir y eso era lo que Simon se temía que pasaría si ella salía con Philippe Ladurie. No era asunto suyo, pero, desde el fallecimiento de su padre, los de Polly se habían ocupado mucho de él y, de algún modo, se sentía responsable. No podía permitir que Polly se embarcara en una aventura amorosa que tenía todas las posibilidades de acabar en desastre.
Pero, por otro lado, no había razón para preocuparse de algo que muy bien podría no ocurrir. Polly tenía pocas posibilidades de que un hombre como Philippe se interesara por ella. No es que Polly no fuera bonita, pero probablemente los gustos de Philippe eran más sofisticados.
Incluso, tal vez ella ni lo vería. Marsillac no era un lugar tan pequeño. Polly suspiraría por él durante un par de semanas, pero perdería interés en él si no lo veía. Cuanto más pensaba en ello, más llegaba Simon a la conclusión de que podía relajarse. Probablemente nunca tendría que enfrentarse a aquel problema.
Sin embargo, estaba muy equivocado.
– Vamos a comprar unas flores -dijo Polly, mientras pasaban por un puesto lleno de maravillosas y coloridas plantas.
– No necesitamos flores -se opuso Simon, pero ella no le prestó atención y se acercó al puesto, maravillada por el tamaño de los girasoles.
– Ya sé que no están en tu maravillosa lista, pero compremos unas de todas maneras. Harán que la casa esté más bonita para Chantal.
– De acuerdo, un ramo.
– ¡No seas tan agarrado! -exclamó Polly alegremente, mientras tomaba un ramo de acianos-. Se supone que estamos prometidos. ¡Deberías estar cubriéndome de flores!
– Ya te he comprado un anillo muy caro -afirmó él con voz amarga.
– ¿Compramos también un ramo de éstas? -preguntó ella, inclinándose sobre un cubo de mimosas.
– Sí, claro -dijo Simon con sorna-. Sólo tenemos un jardín lleno de ésas en casa.
– Lo sé, pero es una pena cortarlas y éstas son preciosas -replicó ella, tomando dos ramos-. ¿Podemos comprar también unas margaritas?
– ¿Por qué no te compras todo el puesto? -dijo Simon, aunque no le impidió tomar los ramos que quería hasta que ella tenía los brazos llenos de flores.
– ¡Son preciosas! -exclamó ella, hundiendo la cara entre las flores para aspirar mejor el aroma-. Si quieres, las pagaré con mis cuarenta y ocho francos.