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– Eso no será necesario -replicó Simon, pensando que Polly era la única persona del mundo que pondría todo el dinero que tenía para comprar flores-. Si tanto te gustan, te las compraré yo.

– Gracias -dijo ella, obsequiándole con una maravillosa sonrisa.

Volviéndose al dueño del puesto, Simon le preguntó cuánto le debía. Polly se sintió algo culpable al ver que él le entregaba un buen montón de billetes al tiempo que el hombre decía algo en francés, tan rápido que Polly no pudo entenderlo.

– ¿Qué ha dicho? -preguntó a Simon con curiosidad mientras volvían al coche.

– Que eres muy bonita -confesó él, tras una pausa.

– ¡Qué amable! -exclamó Polly, encantada-. ¿Y tú qué le dijiste? -añadió, esperando que él dijera que era un desastre.

Sin embargo, él dudó y la miró mientras ella sonreía, con los brazos llenos de flores, y los ojos reflejaban el cielo azul de la Provenza.

– Le dije que tenía razón -admitió él

– ¿De verdad?

– Venga, Polly, ya sabes que eres muy guapa -admitió él de mala gana.

– No sabía que tú creyeras que lo era. ¿De verdad lo crees? -insistió ella, andando unos pasos para pararse en seco.

Simon también se detuvo y se volvió a mirarla. Estaban en medio de la plaza, mirándose el uno al otro, como si estuvieran envueltos en una burbuja de silencio que les aislaba del mundo exterior.

Simon abrió la boca para responder, sin saber muy bien lo que iba a decir, pero antes de que pudiera pronunciar una palabra, otra voz lo hizo por él.

– ¿Polly?

Polly tardó un momento en darse cuenta de que la estaban llamando y, cuando se volvió, se dio cuenta de que Philippe Ladurie estaba de pie, al lado de ella.

– ¡Ph-Philippe! -balbució ella, con algo de esfuerzo-. Yo… yo no esperaba verte.

– Estaba seguro de que eras tú -replicó él, lleno de encanto, besándola cuatro veces, dos en cada mejilla, con cuidado de no aplastar las flores-. Es maravilloso volver a verte de nuevo, Polly.

– Yo también me alegro de verte -dijo ella, consciente de que Simon estaba a su lado, con cara de pocos amigos. En otro momento, se habría alegrado mucho de ver a Philippe, pero no cuando estaba preguntándose lo que Simon tenía que decirla-. Um… Este es Simon Taverner. Simon, Philippe Ladurie.

– No nos conocíamos -dijo Philippe, mientras se daban la mano-, pero he oído hablar mucho de ti.

– Yo también he oído hablar mucho de ti -repitió Simon, mirando a Polly.

– Siento no haber tenido oportunidad de despedirme, Philippe -se excusó Polly-, pero me temo que me tuve que marchar algo… precipitadamente.

– Eso me contaron -respondió Philippe, riendo-. No te culpo por haberte marchado, la verdad. Mi hermana puede ser una mujer muy difícil, especialmente si se trabaja para ella.

– No me marché -confesó Polly-. Ella me despidió.

– ¿Cómo? -preguntó Philippe, alternando la mirada entre ella y Simon-. Entonces, ¿no es verdad que estáis prometidos?

– Claro que es verdad -replicó Simon, antes de que Polly tuviera oportunidad de responder, mientras abrazaba a Polly posesivamente-. ¿Por qué no iba a ser cierto?

– Nos sorprendió mucho que lo llevaseis tan en secreto -dijo Philippe-. ¡Enhorabuena! -añadió, mirando a Polly-. Eres un hombre muy afortunado -le dijo luego a Simon.

– ¿A qué sí? -preguntó Simon fríamente.

– ¿Os alojáis cerca de aquí? -preguntó Philippe, sin verse afectado por la hostilidad de Simon.

– Cerca de Vesilloux -dijo Polly, sabiendo que Simon no quería decirle el lugar exacto, mientras intentaba separarse de Simon-. ¿Lo conoces?

– Claro. ¡Somos prácticamente vecinos! Vivo en St. Georges, muy cerca de vosotros.

– Está por lo menos a quince kilómetros de distancia -le espetó Simon-. Y al otro lado de Marsillac. Yo no diría que somos vecinos.

– Al menos lo somos en espíritu -respondió Philippe, encantador.

En aquel momento se produjo una pequeña pausa. Polly buscó desesperadamente algo que decir, pero la forma en la que Simon la tenía abrazada se lo impedía.

– Entonces, Polly -dijo Philippe por fin-, te vas a casar con un inglés. ¿Significa eso que ya no te interesa aprender francés?

– No es eso -exclamó Polly, pisando a Simon para que la soltase, pero él ni se inmutó-. De hecho, todavía quiero hacerlo. De hecho, te iba a llamar. Simon tiene que volver al trabajo dentro de dos semanas y pensé que podía quedarme por aquí y concentrarme en mi francés. Pensé que tú podrías recomendarme a alguien para que me diera clases -añadió ella, sólo para fastidiar a Simon.

– Estoy seguro de que hay muchos profesores por aquí, pero lo mejor es hablar francés todo el tiempo y para eso no se necesita profesor. Yo estaría encantado de darte algunas clases de conversación, Polly.

– No te importa, ¿verdad, cariño? -le preguntó ella a Simon, en un tono de voz provocador.

– Claro que no -replicó él, apretando los dientes.

– En ese caso, me gustaría que vinierais los dos a visitarme antes de que Simon se marche.

– No encantaría -respondió Polly, antes de que Simon pudiera oponerse-. ¿No es cierto?

– Ya sabes que tenemos invitados, cariño -le espetó él.

– Pues, traedlos también -sugirió Philippe-. De hecho, voy a dar una fiesta dentro de dos fines de semana. ¿Por qué no venís todos y así podremos fijar una fecha para empezar con las clases de francés?

Philippe contemplaba a Polly con un brillo en los ojos y una encantadora sonrisa, por lo que ella no pudo evitar sonreír. Sin embargo, estaba algo embargada por aquella situación. Estaba acostumbrada a admirarle en la distancia y le desconcertaba un poco ver que sus fantasías se estaban haciendo realidad.

– Nos encantará -respondió ella.

Bajo la atenta mirada de Simon, Philippe volvió a besar a Polly en las mejillas, deteniéndose algo más de lo necesario.

– Au revoir, Polly -musitó Philippe.

– Au revoir -contestó ella.

– Adiós -concluyó Simon, estrechando aún más fuertemente a Polly entre sus brazos-. Vamos, cariño. Es hora de que nos vayamos a casa.

Capítulo 7

AU REVOIR -dijo Simon, imitando a Philippe despiadadamente, mientras se separaban de él. -Si no te gustaba la conversación -replicó Polly, soltándose de él-, te podrías haber ido a comprar el periódico o haberte excusado de algún modo para dejarnos solos. ¡Hubiéramos estado mucho mejor sin ti, de eso estoy segura!

– ¡Sólo Dios sabe lo que habríais hecho si os hubiera dejado solos! Ni siquiera mi presencia fue un obstáculo para impedir que te ofrecieras a él en bandeja de plata. ¡Clases de francés! ¡Ja! ¡Está muy claro la clase de lecciones que él se está imaginando!

– Philippe me va a ayudar con mi conversación, eso es todo -replicó ella, sonrojándose.

– Un hombre como ése sólo conoce una clase de conversación, y es la que tiene lugar encima de una almohada.

– Bueno, pues dicen que ésa es la mejor manera de aprender -replicó ella.

Simon abrió el maletero del coche para que ella pudiera meter las flores y lo cerró con una fuerza absolutamente innecesaria.

– ¡Yo no confiaría en ese hombre en absoluto!

– Nadie te está pidiendo que confíes en él -le espetó Polly, dirigiéndose al asiento del copiloto, mientras esperaba que él abriera el coche-. No tenías necesidad alguna de ser tan grosero con Philippe. Si él se hubiera marchado de repente, no le hubiera echado a él la culpa, pero, además, te invitó a su fiesta.

– No te creerás que yo quiero ir a una fiesta suya, ¿verdad? -replicó Simon, cerrando la puerta del coche de un portazo para luego arrancar el coche.

– Entonces, no vayas. Además, yo preferiría ir sola. No me gustaría que estuvieras allí, controlándome como has hecho hoy. ¿Te diste cuente lo interesado que estaba Philippe?