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– ¿Es que no puedo quedarme unos minutos? -preguntó él, dando un paso hacia el vestíbulo-. He venido directamente desde el aeropuerto y me vendría bien descansar un poco.

– ¡No! -exclamó Polly-. Me encantaría invitarte -añadió, al ver el gesto de sorpresa de Simon-, pero hoy no puedo. Los Sterne están dando una fiesta, como podrás oír, y tengo que trabajar.

– No te preocupes por mí. Me uniré a la fiesta. Así podré echar un vistazo a esta gente tan sofisticada que tan impresionada te tiene -afirmó él, dirigiéndose al lugar de donde provenía el ruido.

– ¿Qué estás haciendo? -exclamó Polly, horrorizada, mientras le agarraba por el brazo-. ¡No puedes entrar ahí!

– ¿Por qué no?

– Porque no te han invitado.

– No creo que a nadie le importe. Me parece que todos se están divirtiendo mucho -dijo él, inclinando la cabeza como si escuchara, para luego seguir avanzando hacia la puerta-. Nadie se va a dar cuenta de que hay uno más.

– ¡Simon, por favor, déjate de tonterías! -gritó ella, intentando detenerlo. Sin embargo, aquello era como intentar detener una roca. Nunca se había dado cuenta de que Simon era tan fuerte. Pero él se detuvo, para alivio de Polly, justo al llegar a la puerta-. ¿A qué te crees que estás jugando? ¡Esto no me hace nada de gracia! Si Martine te encuentra aquí, me matará.

A duras penas, Polly se las arregló para empujarlo de nuevo hasta la puerta. Sin embargo, cometió el error de soltarle un brazo para poder abrir la puerta. Inmediatamente, Simon de dirigió de nuevo a la fiesta.

– No me puedo creer que a tus jefes les importe que invites a un amigo a la fiesta. ¿No te estarás pensando que voy a hacerte quedar mal?

– Tú no conoces a mis jefes -replicó ella, ya sin aliento, mientras intentaban detenerlo-. Además, en lo que a mí respecta, has dejado de ser mi amigo, ¡así que vete!

– ¡Polly! -resonó una voz detrás de ellos, haciendo realidad los temores de Polly.

– Mira lo que has hecho -musitó ella, al ver que la señora Sterne avanzaba por el vestíbulo hacia ellos-. Sí no quieres que le diga a mi padre que me has echado a perder mi trabajo, es mejor que simules ser un completo extraño. Puede que me salve si se cree que estabas intentando colarte en la fiesta. Si le dices queme conoces, ¡nunca te perdonaré!

– ¿Qué estás haciendo, Polly? -preguntó Martine con dureza-. ¡Deja entrar al señor Taverner enseguida!

Polly se quedó con la boca abierta.

– Se te van a meter las moscas en la boca si no tienes cuidado -murmuró Simon, estirándose la chaqueta de un modo muy exagerado.

Antes de que Polly pudiera entender lo que estaba pasando, vio que Martine saludaba a Simon con mucha efusividad y una sonrisa que ella no había visto hasta entonces.

– ¡Me alegro tanto de verlo, señor Taverner…! ¿Puedo llamarte Simon? -preguntó ella, con un tono de voz encantador.

– Me estaba empezando a preguntar sí me habría equivocado de casa -respondió Simon, besándole en ambas mejillas, a la manera francesa-. Su doncella no parecía estar dispuesta a admitirme -añadió, mirando a Polly con malicia.

– ¿Doncella? -repitió Polly, sintiéndose ultrajada.

– ¡Cállate! -le espetó Martine-. Lo siento tanto, Simon -le dijo a él, con voz aterciopelada mientras a ella le echaba miradas venenosas-. Es nueva y no sabe lo que está haciendo.

– Pero… -empezó Polly.

– ¡Te he dicho que te calles! -le gritó Martine-. Debes perdonarla -dijo a Simon, con una sonrisa-. Vamos a buscar a Rushford. Sé que está deseando volver a verte.

Polly se sentía como si estuviera en una pesadilla. ¿Cómo si no se podría explicar que Simon fuera amigo de su jefa? Sin embargo, al ver la manera en la que él la miraba, con un horrible brillo de diversión en los ojos mientras le daba la chaqueta, sintió que todo era real. ¡Aquello estaba ocurriendo de verdad!

– ¿Crees que tu doncella se haría cargo de mi chaqueta? -le dijo él a Martine, quien le hizo un gesto con la cabeza a Polly.

– Supongo que eso sí podrá hacerlo -replicó Martine, con sarcasmo.

– Yo… yo creo que todo esto es una equivocación -balbució Polly, que, de alguna manera, había extendido la mano para tomar la chaqueta.

– Efectivamente -contraatacó Martine, con una mirada gélida-, pero ya lo hablaremos mañana.

– Pero…

– Se supone que lo que tienes que estar haciendo es servir copas. Te sugiero que te pongas a hacerlo si quieres mantener tu trabajo hasta mañana.

Y con eso, tomó a Simon por el brazo y se lo llevó a la fiesta, dejándola a ella con la boca abierta y la chaqueta de él en la mano. ¡Incluso tuvo el valor de guiñarle un ojo desde la puerta!

Tal vez aquello había sido un sueño. Tal vez podría haber otro Simon Taverner, uno diferente, que sí tendría relación con los Sterne. Aquélla era la única manera de explicar que aquel hombre pareciera tan corriente y a la vez tan seguro de sí mismo.

Inconscientemente, se llevó la chaqueta de él a la cara y la olió. Aquel era el olor de Simon, un olor limpio, masculino y tremendamente familiar.

Polly apartó la cara de la chaqueta, algo avergonzada de sí misma y la llevó al perchero. Luego, recogió la bandeja de las copas, jurándose que Simon tendría mucho que explicarle cuando pudiera hablar con él a solas.

De vuelta a la fiesta, Polly lo buscó con la mirada. Allí estaba, flanqueado por los Sterne, quienes, obsequiosamente, le estaban presentando a un grupo de celebridades.

Aquel era Simon, el niño con el que ella había jugado de pequeña, que había sido su hermano mayor…

Hacía mucho tiempo desde la última vez que habían hablado, pero él le había parecido el mismo en la boda de Emily, el año anterior. Era imposible que, desde entonces, él hubiera cambiado tanto…

Mientras servía las copas, Polly no podía dejar de preguntarse por qué todos le prestaban tanta atención. Estaba completamente segura de que no era ni por su aspecto ni por su estilo. Toda la sala estaba llena de actores que eran mucho más guapos que él.

No era que Simon fuera feo, pero no tenía nada de especial. Tenía el pelo castaño, ojos grises y una cara de lo más normal. Era del montón. Era Simon.

Polly lo observaba, sin poder entender por qué Simon parecía ser el centro de la fiesta. Tal vez fuera el hecho de que no parecía estar intentando atraer la atención de la gente lo que le hacía más interesante. Allí, rodeado de las personas por las que Polly hubiera dando un mundo por conocer, ignoraba a las personas que hacían toda clase de gestos extravagantes para llamar su atención.

Olvidándose de que tenía la bandeja en las manos, Polly se quedó quieta en el centro de la habitación. Tal vez el hombre que ella había considerado aburrido y remilgado era algo más de lo que ella no se había dado cuenta. Algunas de aquellas personas parecían encontrar muy atractivo aquel aire de autoridad, en particular una actriz que no lo dejaba a solas ni un momento. En aquel momento, Simon miró a su alrededor y su mirada se cruzó con la de Polly. En vez de parecer arrepentido por poner en peligro su trabajo, él sonrió.

Mientras todos intentaban averiguar quién habría atraído la atención de aquel dios, Polly se dio la vuelta, mortificada por que él la hubiera sorprendido mirándolo. No cabía la menor duda de que Simon estaba disfrutando de aquella situación, en la que él se veía rodeado de admiradores y ella tenía que servir copas. Ya se lo imaginaba contándole a su padre la verdad del trabajo del que ella había presumido tanto…

– Pareces estar muy interesada en Simon Taverner -le dijo Philippe, apareciendo de repente a su lado.

Mientras él tomaba una copa de la bandeja, Polly se sintió algo dolida. Se había pasado seis semanas soñando con el momento en el que Philippe la buscaría. Y lo había conseguido sólo gracias a Simon.