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Polly tragó saliva. Aquella era la oportunidad perfecta para demostrar que, en lo que a ella se refería, aquello era sólo un trabajo. No sabía si tenía que demostrárselo a Simon o a ella misma, pero esperaba que ayudara a aliviar la tensión que flotaba en el aire.

– Hay algo que puedes hacer -dijo ella, dejando las tijeras encima de la mesa-. Necesito besarte.

– ¿Ahora? -preguntó él, mirando a Polly algo alarmado. Le había llevado toda la noche convencerse de que sólo era Polly. Si la besaba, volvería a donde había estado al borde de la piscina.

– No veo por qué no -respondió Polly, que no quería confesarle que era mejor hacerlo entonces para no tener que pasarse toda la tarde rezando por no perder el control-. Se supone que esto no es nada romántico, sino algo que debemos practicar.

– De acuerdo -accedió Simon, esperando que no se le notara que tenía que armarse de valor.

Polly le puso las palmas de las manos en el pecho y lo miró a los ojos. Había planeado darle un beso apasionado, pero en el último momento le falló el valor y se lo dio en la comisura de los labios.

Simon, deliberadamente, no la abrazó, pero, al ver que ella se retiraba, le tomó la cara entre las manos y le dijo:

– Muy bien. Ahora me toca a mí.

Entonces, inclinó la cabeza y la besó en los labios. Aquella vez, Polly estaba mejor preparada para soportar el placer. Tuvo sensaciones agradables, pero no sintió como si le cediera el suelo bajo los pies. Se estaba felicitando por soportarlo tan bien, cuando Simon se apartó de ella. Los dos se miraron con un alivio mal escondido.

– Creo que tenías razón -dijo él suavemente-. Con la práctica mejora. ¡Estamos mejorando mucho!

– Ya te lo dije.

Polly analizó cuidadosamente el ambiente. No parecía haber sensación alguna de incomodidad. Había sido un beso de lo más agradable, pero ella no había sentido que se desmoronaba como cuando Simon la había tocado antes y el aire parecía libre de tensiones embarazosas.

Tal vez aquello estuviera funcionando. Si podían evitar la tensión que le había embargado la tarde anterior, aquellas dos semanas podrían ser de lo más agradable. Y cuando llegaran Chantal y Julien, todo sería mucho más fácil. Polly llegó a la conclusión de que su desmedida respuesta a los besos de Simon debía haber sido fruto del cansancio o de los nervios. Había levantado una montaña de un grano de arena. A partir de aquel momento, volverían a su relación de siempre y todo volvería a ser como antes.

– ¡Qué flores tan bonitas! -exclamó Chantal, admirando el jarrón que Polly había colocado en la chimenea.

Al poner los ojos en Chantal, Polly había sentido que le abandonaba toda su confianza. La antigua novia de Simon era menudita, con unos enormes ojos verdes, una piel perfecta y la constitución que Polly sólo podía tener en sueños. Llevaba puestos unos pantalones color crema, muy amplios, y una camiseta blanca. A su lado, Polly se sentía gorda y desaliñada.

Al ver la reacción de Chantal por las flores, se animó un poco. Simon no había hecho ningún comentario, pero Polly sabía que él odiaba la manera caótica en la que había colocado las flores. Él hubiera preferido un arreglo minimalista, por lo que le consolaba que Chantal apreciara el efecto.

– Simon, esta casa no se parece en nada a tu piso de Londres -añadió Chantal, mirando a su alrededor.

Simon pensó que no lo era después de que Polly hubiera hecho todo lo posible por arreglarlo, pero no parecía haber sido consciente de que, en dos días, había cosas suyas por todas partes. En la mesa de café, normalmente vacía, había una pila de libros, revistas y un par de tazas sucias, limas y esmaltes de uñas y unas postales que ella había empezado a escribir pero que no había terminado.

– Polly es responsable de este cambio -dijo Simon, secamente.

– Yo solía intentar hacer el piso de Simon más femenino, pero él nunca me dejaba cambiar nada -afirmó Chantal-. ¡Debes de ser muy especial para él!

– Lo es -respondió Simon, tomando a Polly por la cintura ya que había visto fruncir el ceño a Julien.

Él era algo mayor que Chantal y resultaba muy atractivo. Resultaba evidente que adoraba a su esposa y que no podía ni quitarle los ojos de encima, por eso no le había gustado la referencia a la vida que ella y Simon habían compartido juntos.

A Polly tampoco le habría gustado si fuera él, especialmente teniendo en cuenta la manera tan afectuosa con la que Simon había saludado a Chantal cuando llegaron. Ella lo había observado casi con tanto recelo como Julien y no pudo dejar de pensar que si Helena viera cómo había saludado a su antigua novia, no estaría tan segura de él. Polly estaba segura de que a ella, Simon nunca la había besado con tanto afecto.

– Me alegro tanto de conocerte -le decía Chantal-. ¡No eres como te había imaginado!

– ¿Por qué no? -preguntó Polly, aunque creía saber la respuesta.

– Es difícil saber por qué… supongo que pareces más relajada que lo que Simon dijo de ti. Y pareces ser muy joven para ser una abogada de tanto éxito -añadió Chantal.

– Creo que estás confundiendo a Polly con Helena -dijo Simon, dándose cuenta de que, probablemente, le había dicho más cosas a Chantal sobre Helena de lo que él mismo creía.

– ¡Helena! ¡Claro! -exclamó Chantal, algo avergonzada, llevándose la mano a la boca-. ¡Lo siento mucho, Polly! Sin embargo, estoy segura de que no me habías dicho nada, Simon. ¿Cuándo ocurrió todo este cambio?

– Hace un par de meses. Las cosas se enfriaron con Helena -explicó Simon, recogiéndole a Polly un mechón detrás de la oreja-. Entonces, conocí a Polly y ¡bum! eso fue todo.

– ¡Siempre te dije que te pasaría eso algún día! -comentó Chantal, riendo-. Sólo tenías que esperar a la chica adecuada.

– Sí -afirmó él, mirando a Polly. Luego la estrechó fuertemente entre sus brazos-. Y ahora, sé que la he encontrado.

Polly sintió que se le encogía el corazón al ver cómo la miraba Simon. Sería tan fácil creer que aquellas palabras eran ciertas… Pero tenía que recordar que todo ello era una farsa e iba siendo hora de que ella representara su papel.

– ¿Se lo decimos? -le preguntó Polly.

– ¿Por qué no? -respondió Simon.

– Simon y yo nos prometimos ayer -dijo Polly, mirando a Chantal.

Estaba segura de que Chantal se daría cuenta de que todo era una mentira. Ella conocía a Simon y sabía el tipo de mujeres, elegantes y sosegadas, que le gustaban. ¿Cómo iba ella a creer que él se enamoraría de una chica algo desaliñada que parecía haber irrumpido en su ordenada vida con su caos y su desorden?

Polly esperaba que Chantal se echara a reír, pero ésta ni siquiera se sorprendió. En vez de eso, pareció genuinamente emocionada y abrazó primero a Polly y luego a Simon.

– ¡Es una noticia magnífica! -exclamó Chantal.

– Enhorabuena -dijo Julien, visiblemente más relajado.

Al ver la reacción de Julien, Simon se dijo que todo aquello había merecido la pena. Si Julien se relajaba, podrían hablar de la fusión tranquilamente y aquello era lo más importante, ¿o no? Durante los dos días anteriores, había habido momentos en los que Simon casi se había olvidado de la fusión, en los momentos que había mirado a Polly a los ojos y se había dado cuenta lo fácil que sería olvidarse de que todo aquello era mentira.

La llegada de Julien se lo había recordado. Todo lo que tenía que hacer era recordar lo importante que era aquella fusión para su empresa y sería más fácil resistirse al encanto de los ojos de Polly, a sus labios y a la suavidad de sus curvas. Sería fácil.

– ¡Por Polly y Simon! -dijeron Chantal y Julien, quienes habían insistido en abrir una botella de champán.

Polly sonrió cortésmente y miró a Simon. Resultaba evidente que aquel momento requería algún gesto de cariño. Simon debía de haber pensado lo mismo porque le pasó la mano por debajo del pelo y la atrajo suavemente hacia él. Polly no se resistió y cerró los ojos mientras él la besaba. Pero, durante un momento, no pudo dejar de imaginar cómo sería aquel beso si el compromiso fuera real.