– Julien, ¿por qué no me ayudas a recoger todo esto? -preguntó Chantal, levantándose de la mesa tan pronto como hubieron terminado de comer. Obviamente, había sentido la tensión que reinaba entre Polly y Simon y quería dejarlos.
– ¡Deja eso, Chantal! Ya has hecho bastante por hoy -exclamó Simon, mientras se levantaba, como movido por un resorte. No podía dejar que su preciosa Chantal se ensuciara las manos con los platos sucios-. Venga, Polly. Nosotros nos encargaremos de esto -añadió, dirigiéndose a ella con un tono airado.
Cuando llegaron a la cocina, Polly se puso a cargar los platos en el lavavajillas.
– ¿Cómo pudiste quedarte ahí sentada y dejar que Chantal lo hiciera todo? -le espetó Simon, en cuanto trajo los últimos platos que quedaban encima de la mesa-. Se supone que ella está de vacaciones.
– Ella sólo preparó la comida de hoy -replicó Polly, mientras metía con estrépito los platos en las ranuras del lavavajillas-. Yo la he preparado casi todos los días, por si no te acuerdas.
– Para eso te pago, por si te has olvidado tú de eso.
– ¿Cómo lo podría olvidar? No te creerás que haría estado trabajando como una esclava y durmiendo contigo todas las noches a menos que me estuvieras pagando, ¿verdad?
La cara de Simon estaba muy pálida. No quería entrar en una discusión sobre a quién le había disgustado más dormir con quién. Tras poner los platos que había traído en el lavavajillas, le quitó a Polly de las manos los que ella tenía.
– ¡Mira, hay migas de pan por todas partes! -exclamó él, furioso, cambiando a un tema que le resultaba más seguro-. No me extraña que Martine Sterne te despidiera si ni siquiera sabes cómo poner un lavavajillas. ¿Es que no sabes que antes de colocar los platos hay que enjuagarlos?
– ¡Sólo las personas reprimidas como tú y Helena hacen eso! -le espetó ella, sintiendo que, gracias a aquella furia podía superar las ansias de echársele en los brazos y ponerse a llorar.
– Helena es la última persona del mundo a la que se le podría llamar reprimida. Tiene una actitud abierta con todo en esta vida y eso incluye el sentido de la higiene, algo que parece que tú desconoces.
– ¿De verdad? ¡Entonces, es una pena que ella no esté aquí!
– Pues sí, es una pena -afirmó Simon, secamente.
Si Helena hubiese estado allí, él no se hubiera tenido que pasar las dos últimas semanas sintiéndose distraído y furioso. Se hubiera concentrado en hablar de negocios con Julien en vez de pasárselas preguntándose dónde estaba Polly y lo que estaba haciendo. Su vida no se habría puesto patas arriba y, en aquellos momentos, no estaría allí sin saber si quería zarandear a Polly o besarla.
– Las cosas hubieran sido algo más sofisticadas si Helena hubiera podido venir -dijo él-. No hubiera convertido la casa en una leonera y hubiéramos podido mantener una conversación inteligente, para variar.
– ¡Sí, como por ejemplo, inteligentes y sofisticadas conversaciones sobre cómo se carga un lavavajillas! -exclamó Polly, con los ojos brillantes.
De repente, el teléfono que había colgado de la pared de la cocina empezó a sonar. Polly lo descolgó, diciéndose que, si era Helena, le iba a contar unas cuantas cosas sobre cómo se carga un lavavajillas.
– ¿Sí? -respondió, muy secamente. Sin embargo, la expresión de su rostro cambio enseguida-. ¡Philippe! ¡Qué alegría que hayas llamado! Estaba precisamente pensando en ti… -añadió, mirando a Simon con una expresión de desafío, mientras bajaba la voz para que la conversación resultara más íntima, aunque todavía fuera inteligible para Simon-. No, claro que no me he olvidado… ¡Claro que voy a ir! Lo estoy deseando… ¿Cómo dices?… No claro que no -respondió, riendo con intención-… ¿Significa eso que todavía sigue abierta tu oferta para enseñarme francés?… Bien, entonces no puedo esperar… Hasta mañana entonces. Era Philippe -le informó a Simon, que la miraba con una dura expresión en el rostro, cuando colgó el teléfono.
– ¡No me digas! -exclamó Simon, con la voz llena de sarcasmo.
– Ha llamado especialmente para recordarme la fiesta que da mañana.
– Mañana es el día que se marchan Chantal y Julien: Había pensado que podríamos todos ir a cenar fuera.
– De acuerdo, entonces podemos ir a la fiesta después.
– Tal vez ellos no quieran ir a la fiesta.
– Entonces, iré yo sola. A mí sí me apetece.
– No hay razón alguna para que yo te haya soportado estas dos últimas semanas si vas a acabar por estropearlo todo al final -afirmó Simon, con una expresión sombría en el rostro-. Chantal y Julien van a sospechar que algo va mal si insistes en largarte por tu cuenta.
– Tampoco hay razón para que yo haya soportado estas dos semanas si yo voy a tener que privarme de ver a Philippe de nuevo.
– De acuerdo -respondió Simon, intentando controlarse-. Pero si tú vas, vamos todos. Y es mejor que sigas recordando lo que acordamos. Estamos comprometidos hasta el domingo. Entonces, Chantal y Julien se habrán ido y yo me marcharé a Londres tan pronto como pueda, cosa que estoy deseando hacer. Después de eso, puedes hacer lo que te venga en gana.
– ¡Supongo que me creerás si te digo que yo tampoco puedo esperar!
El domingo… Aquello significaba que sólo quedaba otro día que pasar al borde de la piscina, sólo dos mañanas más en las que despertarse con el sol, entrando a raudales a través de las contraventanas, para luego salir descalza a la terraza… Sólo dos noches más al lado de Simon.
Evidentemente, él estaba deseando volver a ver a Helena. Polly intentó convencerse de que se alegraba, de que estaba harta de que la mandaran de acá para allá, recibiendo críticas constantemente. Era mejor que Simon volviera con Helena para que los dos pudieran hacer las cosas a su gusto. Ella tenía otros planes. Sería libre, se divertiría… Tendría todo lo que siempre había deseado.
Polly intentó recabar todo su entusiasmo antes las perspectivas para los próximos días mientras se arreglaba para salir aquella noche. Siempre había querido ir a una de aquellas sofisticadas fiestas de la jet-set. Estaría llena de hombres elegantemente vestidos y hermosas mujeres cuyas revistas aparecían en todas las revistas. Habría música, periodistas y todos los componentes de aquella vida disoluta.
Y ella estaría allí. Polly se miró en el espejo y sintió náuseas. Se había puesto su mejor vestido, de color rojo y muy cortó, y los zapatos que le habían destrozado los pies la noche que Simon había aparecido en la fiesta de los Sterne. Desde entonces, sus pies se habían recuperado y, además, aquella noche no tendría que servir como camarera. Su lugar estaría entre los que tomaban las copas de las bandejas que otros ofrecían.
Debería estar muy emocionada. Philippe estaría allí y él le había dicho que estaba deseando verla. Polly practicó una sonrisa, pero no resultaba nada natural. ¡Tendría que mejorar mucho! Se suponía que tenía que estar contenta, estaba contenta. Todo lo que tenía que hacer era convencer a Simon de que estaba contenta.
Simon iba y venía por la habitación, detrás de ella, poniéndose unos gemelos. Simon se decía que Polly se estaba tomando muchas molestias por Philippe. El vestido le hacía unos pliegues muy sugerentes en la espalda mientras ella se inclinaba para ponerse rimel en las pestañas. Simon sintió que se le hacía un nudo en la garganta. ¿Qué pasaría si él fuera a acariciarle los hombros desnudos y dejara que los pulgares le acariciaran la nuca? ¿Inclinaría la cabeza ella y, sonriendo, le diría que ya no le apetecía salir?
Ella nunca diría eso. Estaba deseando salir. Aquélla era su mayor oportunidad para impresionar a Philippe Ladurie, y resultaba evidente que ella no estaba dispuesta a dejarla escapar.
Como si quisiera darle la razón, en aquel momento, Polly se levantó y se alisó el vestido para volverse luego a mirarlo.