– ¿Qué tal estoy? -preguntó ella, con una frágil sonrisa.
– Bien -respondió Simon. En realidad, estaba hermosísima.
– ¿Crees que a Philippe le gustará el recogido que me he hecho en el pelo?
– Me imagino que sí -replicó él, a pesar de que quería decir que no tenía ni idea de lo que le gustaba a aquel patán.
– Espero que no vayas a ser tan grosero como la última vez -le advirtió Polly-. No quiero que me estropees mis posibilidades con él. No me importa tener que simular que soy tu prometida durante una noche más, pero no hay ninguna necesidad de que, esta noche, te comportes como un prometido celoso.
– No lo haré -replicó Simon, apartando la mirada.
Polly fue el alma de la fiesta mientras estuvieron cenando en el restaurante. Tenía los ojos brillantes e incluso su risa resultaba algo febril. Pero Simon sabía que aquello sólo se debía a que estaba excitada por verse en la maravillosa fiesta de Philippe y por el hecho de volver a verlo. Mientras ella levantaba la copa y sonreía a Julien, él la contempló y se dio cuenta, de repente, lo mucho que la amaba.
¿Cuándo había perdido él el control de lo que sentía por ella? ¿Cuándo había aprendido a apreciar lo risueños que eran sus ojos, la suave curva de sus labios y la manera en la que le brillaba el pelo cuando volvía la cabeza?
Simon torció la boca al darse cuenta, con amargura, de que aquélla sería la última vez que la vería. Lo único que deseaba en aquellos instantes era sacarla del restaurante y llevársela a casa para suplicarle que se quedara. Sin embargo, con aquello, no conseguiría nada. Ella buscaba glamour y sofisticación. No quería pasarse el resto de la vida con un hombre que le decía constantemente cómo tenía que hacer las cosas. Al día siguiente, ella se habría marchado y Simon intentaría convencerse de que le gustaba su ordenado estilo de vida.
– Simon, ¿te encuentras bien? -le preguntó Chantal, sacándole de sus pensamientos.
– Sí -respondió él, esbozando una sonrisa-. Si todavía quieres ir a esa fiesta -le dijo él a Polly-, creo que deberíamos marcharnos.
Mientras miraba a Polly, deseó con todas sus fuerzas que ella dijera que había cambiado de opinión y que ya no quería ir. Sin embargo, tras un momento de duda que hizo que Simon albergara ciertas esperanzas, Polly se puso de pie con una radiante sonrisa.
– Estoy lista. ¡Vamos de fiesta! -exclamó ella.
La fiesta era todo lo que Polly había imaginado y Philippe estaba mucho más guapo de lo que ella recordaba. El la había recibido con una halagadora bienvenida. Sin embargo, lo único que Polly no pudo olvidar era que a Simon aparentemente no le importaba que otro hombre la cortejara.
Aquella tarde, debería haber sido la que los sueños de Polly se hicieran realidad. Aquella fiesta era la clase de fiesta con la que Polly había soñado toda su vida y de la que sólo había sabido a través de las revistas. Allí estaba ella, rodeada de famosos, monopolizada por el hombre más guapo de la fiesta y…, lo único que quería era marcharse.
Escuchando sólo a medias lo que le decía Philippe, recorrió la vista por los invitados buscando a Simon, sin saber si se sentía halagada o herida por la manera en la que él la había dejado en manos de Philippe y había desaparecido. De vez en cuando, lo había visto hablando con alguien, pero por mucho que ella riera o flirteara con Philippe, Simon ni siquiera la miraba.
De repente, vio que se marchaba con Chantal y Julien en dirección a la puerta. Polly los miraba incrédula. ¡Simon iba a abandonarla allí!
Murmurando entre dientes una excusa para Philippe, Polly luchó por abrirse paso entre los invitados y llegar a tiempo a la puerta para tomarle a Simon por el brazo.
– ¿Dónde vais? -preguntó, muy enojada.
– Chantal está cansada -respondió él, mirando por encima del hombre para asegurarse de que ellos no podían oírlos-. Tienen que volver a París mañana en coche, así que me ofrecí a llevarles a casa.
– ¿Y yo?
– Di por sentado que querrías quedarte -replicó Simon con frialdad-. Me pareció que te estabas divirtiendo mucho con Philippe y me pediste que no interfiriera entre vosotros, así que pensé que preferirías que nos marcháramos. Además, ya no hay razón alguna para que no le digas la verdad a Philippe, si eso es lo que quieres.
– Me podrías haber dicho que os ibais -afirmó ella. Se sintió horrorizada al sentir que se estaba a punto de llorar.
– No creí que te dieras cuenta. Siempre que te miraba, te veía encantada con Philippe. Parece que le gustas mucho -dijo él con tristeza.
– Sí.
– Debes de estar encantada de que todo esté saliendo de la manera que tú esperabas.
– Sí.
Entonces, se produjo una pausa. Chantal y Julien se detuvieron para ver qué le pasaba a Simon. El levantó una mano para decirles que ya iba y se volvió a Polly.
– Me hubiese gustado que volvieras a casa esta noche para que pudieras despedirte de Chantal y Julien mañana, pero, tal vez, si las cosas van tan bien que quieres quedarte aquí, estoy seguro de que podría encontrarte una excusa.
– ¡No! Claro que no. Volveré a casa.
– Entonces, regresaré a recogerte dentro de un par de horas.
¿Dentro de un par de horas? ¿Es que no se daba cuenta de que ella estaba desesperada por volver a casa, de que lo único que quería era regresar y meterse en la cama?
– De acuerdo -dijo ella, por fin, con una falsa sonrisa.
Las dos horas siguientes fueron un purgatorio. Philippe estuvo más atento que nunca y la sacó a bailar, obsequiándola constantemente con champán. Sin embargo, todo lo que Polly podía pensar era en lo que faltaba para que Simon viniera a recogerla. No dejaba de mirar a la puerta, aterrada de no verlo cuando entrara.
Por fin, él entró por la puerta, frío, seguro de sí mismo. Comparado con los otros hombres que había en la fiesta, él no era tan sofisticado, pero en cuanto lo vio, Polly sintió que los pulmones se le vaciaban y que el corazón le daba un vuelco.
Él la estaba buscando. Rápidamente, Polly se volvió a Philippe y se puso a sonreír, decidida a que Simon se pensara que se lo estaba pasando estupendamente. Incluso se las arregló para sobresaltarse cuando Simon apareció a su lado.
– Ah, ya has llegado -dijo ella, simulando indiferencia.
– ¿Nos vamos?
– ¿Tan pronto? -preguntó ella, como si no se hubiera pasado toda la noche deseando marcharse.
– Si quieres, puedo esperar fuera.
– Para eso, es mejor que nos marchemos ya -protestó Polly.
– Entonces, te espero en el coche -replicó él, sin esperar a ver cómo ella se despedía de Philippe.
Intentando luchar para que no se le saltaran las lágrimas por el cansancio y la frustración, Polly le siguió. Le dolían la cabeza y los pies, y todo lo que quería era poder apoyarse en el brazo de Simon.
– ¿Te lo has pasado bien? -preguntó él, una vez estuvieron en el coche.
– ¡Ha sido maravilloso! -mintió ella-. No sabía que Philippe fuera tan divertido. Nos pasamos la noche hablando y bailando… ¡ha sido tan romántico! Es tan agradable, tan afectuoso e interesante… Ahora me parece que lo conozco mucho mejor… Además, me dijo que le gustaba mi pelo y se acordó de que llevaba estos zapatos en la fiesta de su hermana.
– ¿Le dijiste que no estábamos verdaderamente comprometidos?
– No exactamente. Le dije que estábamos teniendo problemas, así que no creo que se sorprenda cuando le diga que todo ha terminado entre nosotros. Me dijo que si alguna vez necesitaba algún sitio donde ir, me podría quedar con él. Todo lo que tengo que hacer es llamarlo.
– ¿Es eso lo que vas a hacer mañana? -preguntó Simon, cuyos nudillos estaban blancos de apretar el volante.
– Yo… bueno… supongo que sí -contestó Polly.
De repente, lo entendió todo. No quería ir a ningún sitio. Lo que quería era quedarse en La Treille, con Simon. Lentamente, se volvió a mirarlo. Tenía la cara iluminada por las luces del salpicadero. El reconocimiento de saber cuánto lo quería le pilló por sorpresa, dejándola aturdida y desorientada.