Выбрать главу

Así que, aquello era. Polly siempre había deseado enamorarse, pero nunca había esperado que sería de aquella manera. Se había imaginado llena de pasión o radiante de alegría, no envuelta por una sensación turbulenta de alegría y desesperanza. Aquel amor podría nos ser como ella se había imaginado, pero Polly sabía con toda seguridad lo que era y no podía hacer nada por evitarlo.

«Te amo», dijo para sí. El deseo de pronunciar aquellas palabras era tan fuerte que tuvo que taparse la boca con la mano para retenerlas. Por supuesto que lo amaba, pero ¿cómo podía decírselo en aquellos instantes? ¿Cómo podría decírselo?

Simon amaba a Helena, no a ella. Al mirarle al rostro, Polly comprendió la tensión que habían significado para él las dos semanas anteriores. Ella le había dicho que estaba enamorada de Philippe, pero aquello sólo había sido una fantasía. Sin embargo, lo que él sentía por Helena era real.

A menudo, le había dicho a Polly lo perfecta que ella era y lo bien que los dos se llevaban. Simon no iba a dejar todo eso por ella, desorganizada y caótica, una mujer que no hacía otra cosa que irritarle y discutir con él.

Al mirar por la ventana comprendió que jamás le podría decir a Simon que lo amaba. Aquella confesión no conduciría a nada y sólo les causaría a los dos una profunda vergüenza. Si él hubiera sido un extraño, Polly se habría arriesgado, pero Simon era parte de la familia. Tendría que acostumbrarse a verlo con Helena, tendría que ir a su boda y sonreír, simulando que no tenía el corazón destrozado.

Al entrar en la casa, Polly evitó mirar a Simon para que él no notara la tristeza que había en sus ojos. Chantal y Julien ya se habían acostado, por lo que ella subió rápidamente al dormitorio y se metió en el cuarto de baño. Tras encerrarse, contempló con desesperación la patética imagen que se reflejaba en el espejo y tuvo que armarse de valor para encontrar el coraje que iba a necesitar para dormir con Simon por última vez.

Mientras tanto, en el dormitorio, Simon se maldijo mientras se desnudaba. Todo había salido mal. Había esperado que, si le daba la oportunidad a Polly de pasar una tarde con Philippe, ella descubriría que no estaba enamorada de él, pero aquella velada parecía haber tenido un efecto contrario. A juzgar por lo que ella había dicho en el coche, Polly estaba locamente enamorada de Philippe.

Y no había nada que él pudiera hacer. Era evidente que ella apenas podía esperar al día siguiente para llamar a Philippe y aceptar su oferta y una vez que estuviera allí, Polly no podría resistirse a sus encantos.

Simon iba a tener que dejarla marchar, aunque cada fibra de su cuerpo le pidiera que no lo hiciera. Sin embargo, sabía que Philippe no la haría feliz. Él no sabía lo afectuosa, divertida y exasperante que podría ser. No había visto la transformación de una niña traviesa en la espléndida mujer que ella era. El corazón de Philippe no le daba un vuelco cada vez que ella sonreía.

No. Simon estaba convencido de que todo lo que Philippe sabía de ella era que tenía unas piernas espectaculares y que, aparentemente, pertenecía a otro hombre. Aquello era todo lo que Philippe necesitaba para interesarse. Comprometida con otro hombre, Polly era un desafío. Por sí sola, Polly tenía poco que ofrecerle y Simon temía que, al final, resultaría herida.

Simon se juró que, si aquello llegaba a ocurrir, él estaría allí el primero para recoger los pedazos. No le resultaría difícil encontrar una excusa para seguir unos días más en Provenza. Si ella lo necesitaba, allí estaría. Si no, se volvería a Londres y seguiría su vida sin ella.

En aquel momento, la puerta del cuarto de baño se abrió y Polly salió, tal y como lo había hecho las noches anteriores, vestida con una enorme camiseta. Se había lavado la cara y el pelo le caía por los hombros. Simon tuvo que reprimir un suspiro, igual que había hecho todas las demás noches, durante dos largas semanas.

Al mirarla, se dio cuenta de que aquélla era la primera vez que le había visto la cara desde que había ido a recogerla a la fiesta. Al ver la mirada triste que tenía en los ojos, se sintió desorientado. Sólo había esperado ver pura felicidad.

– ¿Te pasa algo, Polly?

Polly quiso responder que todo iba mal, pero allí estaba él, de pie, con la camisa abierta. Resultaba una imagen de lo más tentadora para ella. Polly quiso acercarse a él y apoyar la cabeza sobre su pecho y oír los tranquilizadores latidos de su corazón. Polly deseaba tanto hacer aquello que las lágrimas estuvieron a punto de escapársele de los ojos, por lo que tuvo que dirigirse al lado opuesto de la habitación.

– No -respondió ella, sentándose en la cama-. Es que estoy un poco cansada, eso es todo. Ha sido una tarde de lo más emocionante.

Polly hubiera deseado que él no la hubiera mirado, por si él notaba que se le estaba partiendo el corazón. No quería que Simon se sintiera culpable por no poder amarla tanto como ella lo amaba a él. Él le había dado lo que creía que ella quería y ella estaba dispuesta a hacer lo mismo por él. El quería marcharse a casa, con Helena. Todo lo que tenía que hacer era convencerlo de que estaba bien.

– ¿Qué podría pasarme? -añadió, lanzándole una sonrisa por encima del hombro-. He estado bailando toda la noche con el hombre más guapo que conozco y mañana voy a volver a verlo.

– Parece que, después de todo, has conseguido el amor maravilloso y romántico que estabas buscando -respondió Simon, con pesar.

– Sí.

Sin embargo, se sintió de lo más aliviada cuando por fin apagaron las luces y pudo dejar de sonreír.

– Adiós, Polly -le dijo Chantal, dándole un afectuoso abrazo-. Muchas gracias por todas esas maravillosas comidas.

– Ojalá no tuvierais que marcharos -respondió Polly, muy sinceramente.

– Me temo que no podemos hacer otra cosa -replicó Chantal-. En cualquier caso, creo que ya va siendo hora de que tú y Simon paséis algún tiempo solos. Nos avisareis cuando sepáis la fecha de la boda, ¿verdad?

– ¿Qué boda? -preguntó Polly, inocentemente.

– ¡La vuestra, por supuesto! -exclamó Chantal, riendo.

– Te enviaremos una invitación tan pronto como esté todo organizado -afirmó Simon, tomando a Polly por la cintura.

Aquel abrazo era agridulce. Sería la última vez que tendrían que mentir, la última vez que Polly sentiría el cuerpo de Simon contra el suyo. Cediendo a la tentación, ella lo tomó también por la cintura, esperando que nadie notara lo mucho que luchaba por no llorar.

Julien la besó afectuosamente y le dio un golpe a Simon en los hombros.

– Seguiremos en contacto sobre lo de esa fusión -prometió-. Y no esperéis demasiado para decidiros por la fecha de la boda. Estáis hechos el uno para el otro.

Simon y Polly siguieron abrazados mientras el coche se perdía en la distancia. Era casi como si los dos estuvieran deseando prolongar aquel momento antes de separarse para siempre. Por fin, el coche desapareció, dejando sólo el rugido del motor y las palabras de Julien flotando en el aire.

«Estáis hechos el uno para el otro…»

Sin embargo, no era así. Ya no quedaba nada que les mantuviera abrazados y que les impidiera separarse y marchar en direcciones opuestas. Fue Simon el que dejó caer el brazo el primero. Al sentir que lo hacía, Polly hizo lo mismo, ya que no quería que él pensara que ella estaba intentando prolongar aquel momento. El silencio era desolador.

– Se van a sentir muy desilusionados cuando sepan que no nos vamos a casar -comentó ella, con la voz temblorosa.

– Sí.

– ¿Qué piensas decirles?

– No sé. Diré que tú encontraste a otra persona. Además, si todo sale bien entre tú y Philippe, será cierto.