– Será un alivio dejar de fingir, ¿verdad? -afirmó Polly, dando vueltas el anillo de compromiso alrededor del dedo.
– Sí.
– Ya no me necesitas.
– No -replicó Simon, tras un momento de duda.
– Entonces, es mejor que te quedes con esto -replicó ella, sacándose el anillo del dedo y entregándoselo.
– ¿Estás segura de que no quieres quedártelo? -preguntó él, sin tomarlo.
– Sí. Un anillo de compromiso es algo muy especial. Éste sólo representa una farsa. La próxima vez que lleve un anillo, quiero que sea de verdad. Ya no quiero mentir más -añadió, pensando que aquellas palabras resultaban irónicas. Lo que estaba haciendo era mentir para no confesar que amaba a Simon.
– De acuerdo -dijo él, metiéndose el anillo en el bolsillo-. ¿Quieres llamar a Philippe?
– Preferiría hacerlo desde el pueblo -respondió Polly, a punto de llorar-. ¿Crees que podrías llevarme en el coche?
– Claro. Estoy seguro de que tienes muchas ganas de marcharte con él.
Polly quería gritar a los cuatro vientos que no quería marcharse de allí que quería estar con él. Sin embargo…
– Sí -replicó ella-. Voy a recoger mis cosas.
Capítulo 10
UNA de las veces que bajaron de compras a Marsillac, Simon había insistido en comprarle una maleta. Polly la hizo muy lentamente, con un nudo en la garganta por el esfuerzo que estaba haciendo por no llorar. Todo lo que iba poniendo dentro le recordaba un momento pasado con Simon, un momento en el que ella todavía no había sabido que lo amaba.
Cuando ella bajó con la maleta, él la estaba esperando al pie de las escaleras. Tenía el rostro impasible, pero la boca estaba pálida y rígida.
– ¿Ya lo tienes todo?
– Creo que sí -respondió ella, con una débil sonrisa-. He intentado dejarlo todo bien recogido.
– Entonces, ¿ya estás lista?
Polly asintió con la cabeza, ya que EL nudo que tenía en la garganta le impidió hablar. Al salir de la casa, no se volvió para mirarla y se metió rápidamente en el coche. Sin embargo, cuando iban por la carretera, Polly se sintió como si se dejara algo muy valioso detrás de ella.
Aquel viaje en coche fue una agonía, sin embargo, Polly deseaba que terminara y lo temía al mismo tiempo. Ante la perspectiva de decirle adiós a Simon sentía un dolor profundo en la garganta y los ojos le dolían por el esfuerzo de contener las lágrimas. Aunque hubiera querido hablar, no hubiera podido.
Simon insistió en ir al banco y sacó lo que a Polly le pareció una ingente cantidad de dinero.
– Es demasiado -le dijo ella, cuando Simon se lo entregó.
– Es lo que acordamos.
– Yo no he hecho nada para merecer esto -replicó ella, tomando el dinero de mala gana-. Sólo he estado de vacaciones durante dos semanas.
– Has cocinado y has hecho que Chantal y Julien se sientan bienvenidos y les has convencido de que realmente estamos prometidos. Te has ganado ese dinero, Polly. Puedes hacer lo que quieras con él.
Polly se mordió los labios, sabiendo que aquella cantidad era mucho más de lo que ella necesitaba. Sin embargo, no podían estarse así todo el día. Utilizaría lo que creyera necesario y el resto se lo daría a su padre para que se lo enviara a Simon.
– De acuerdo, gracias…
Simon le había estado llevando la maleta, pero se la dio a ella con un gesto realmente formal, como si le estuviera devolviendo mucho más que una maleta.
– Bueno… -empezó Polly, poniendo la maleta en el suelo-. Pues ya está…
– Quiero que me prometas algo -le dijo Simon, de repente.
– ¿Qué?
– Si las cosas no salen como tú esperas, si necesitas algo, lo que sea… quiero que me lo hagas saber. Me voy a quedar en La Treille durante unos días más, así que ya sabes dónde encontrarme.
– Pensé que ibas a regresar a Londres -respondió ella, muy sorprendida.
– Así era, pero… he cambiado de opinión -replicó Simon, ocultando las verdaderas razones de su estancia allí.
– Estarás muy solo, en esa casa tan grande… -comentó Polly, con la esperanza de que él le pidiera que se quedara.
– Llamaré a Helena -mintió Simon. Tenía que hacerle creer que aquella oferta que le había hecho era desinteresada-. Supongo que ya habrá terminado ese caso. Tal vez pueda venir durante unos días y podamos pasar unas vacaciones juntos.
– Buena idea -dijo Polly, sintiendo que el corazón se le hacía pedazos.
– Entonces, ¿me llamarás si necesitas algo? -insistió Simon, intentando ocultar la urgencia en la voz.
– No puedo imaginarme qué podría necesitar con el dinero que me acabas de dar…
– Prométemelo de todos modos.
– De acuerdo. Te lo prometo.
Sus miradas se cruzaron y Simon sintió que algo se le quebraba en el alma. Polly se marchaba de su lado.
– Adiós, Polly -se oyó decir. Su voz sonaba como si fuera de otra persona-. Gracias por todo.
Polly no pudo decir nada. Sólo pudo mirarlo, mientras Simon la estrechaba entre sus brazos y la abrazaba desesperadamente. Como amigo de la familia, él podía tomarse aquellas libertades. Sin embargo, no se atrevió a besarla, ni siquiera en la mejilla. Todo lo que pudo hacer fue apretarla entre sus brazos y rozarle la mejilla con la suya, sintiendo la caricia sedosa del cabello de Polly por última vez.
– Buena suerte -dijo él, con voz ronca.
– Adiós -respondió Polly.
Entonces, se inclinó para recoger la maleta para que él no pudiera verle las lágrimas en los ojos, se dio la vuelta y se marchó todo lo rápidamente que pudo, sin mirar ni una sola vez hacia atrás.
– ¿Para qué te estás haciendo esto, Polly? -le preguntó Philippe, sentándose a su lado, mientras le ponía un brazo alrededor de los hombros.
Habían pasado tres días desde que llegó al umbral de la casa de Philippe llena de angustia. Philippe había sido mucho más amable con ella de lo que Polly había esperado. Había dejado caer la máscara de la sofisticación tan pronto como se hubo dado cuenta de lo triste que ella estaba y concentró todos sus esfuerzos en alegrarla. Polly se lo agradeció lo mejor que pudo, pero le fue imposible engañarle.
– Sé que no quieres estar aquí -añadió él.
– Lo siento -se disculpó ella, intentando reprimir las lágrimas-. No debería haber venido. Esperaba enamorarme de ti… -confesó.
– Pero todavía sigues enamorada de Simon. Creo que es mejor que me lo cuentes todo -añadió, entregándole un pañuelo limpio.
Aquella compasión rompió la resistencia de Polly y, poco a poco, Philippe consiguió que ella le contara toda la historia.
– Buena chica -dijo él, cuando ella se hubo hartado de llorar-. Ahora, todo lo que tienes que hacer es ir a ver a Simon y contarle lo que me has contado a mí.
– ¡No puedo!
– Claro que puedes -respondió Philippe-. Pareces estar muy segura de que él no te ama a ti, pero yo no estoy tan seguro. Nadie puede disimular tan bien. A mí me parece más bien que Simon está enamorado y está tratando de ocultarlo, lo mismo que tú.
– ¿Tú crees? -preguntó Polly, esperanzada.
– Sólo hay una manera de descubrirlo -concluyó Philippe, poniéndose de pie-. Simon te hizo prometer que irías a verlo si lo necesitabas, ¿verdad?
– Sí -respondió ella, sonriendo débilmente-. Has sido tan amable conmigo, Philippe…
– Es mi nueva faceta -confesó con tristeza-. Normalmente, soy yo el que hace sufrir a las chicas porque no las amo. Me gusta el hecho de poder ayudar a alguien por una vez. Ahora, ¡vamos! Te llevaré a casa de Simon.
Mientras iban a la ciudad en el Mercedes descapotable de Philippe, el viento alborotaba el pelo de Polly. Tenía miedo. No sabía lo que iba a decir cuando viera a Simon. Entonces, vio a Helena.
Para ir hacia La Treille tenían que pasar por la ciudad para tomar la carretera en aquella dirección. El coche estaba parado en un semáforo cuando vio a Helena salir de una panadería, con una barra de pan y una caja de pasteles. Polly sólo la había visto una vez, pero la reconoció enseguida. Fue como si una mano helada le apretara el corazón.