Cuando descubrió que las cosas con Helena no iban bien, lo dejaron y encontró otra mujer de la que se había enamorado realmente.
Polly se puso de pie. Tenía que afrontar los hechos. Simon no la amaba ni lo haría nunca. Mecánicamente, se cambió de vestido, poniéndose uno rojo, y se maquilló. No podía estropearle la boda a Charlie. Tenía que pasar unas pocas horas más antes de poder ponerse a llorar.
Y así fue. Intentó por todos los medios sonreír, bailar… pero debía de haber algo raro en su sonrisa y en los brillantes ojos ya que, casi todas las personas que hablaban con ella le preguntaban si se encontraba bien.
Justo cuando Polly había perdido la esperanza de que Simon viniera a hablar con ella, él se acercó. Ella estaba con Emily y uno de sus primos, un corredor de bolsa llamado Giles.
– Hola, Polly -dijo Simon.
– Hola. ¿Qué tal estás? -preguntó Polly, con la voz rota, mientras los otros dos la miraban muy sorprendidos.
– Bien, ¿y tú?
– Bien.
Emily los miraba a los dos alternativamente, pero Giles, más torpe, le dijo a Simon con una palmada en el hombro:
– Ya es hora de que te vayas casando, Simon. No puedes consentir que tus hermanos pequeños lo hagan antes que tú. Estoy seguro de que te podríamos encontrar una buena chica para que sea tu esposa. ¿Qué te parece Polly? Está libre, ¿no es así Polly? ¡Así dejáis las cosas en familia y nos ahorráis a todos un regalo de boda!
Emily miró a Polly y se sorprendió al ver una expresión crispada en la cara de su amiga.
– ¿Qué te pasa, Polly? ¿Te encuentras mal? -preguntó, preocupada.
– ¿Por qué todo el mundo tiene que preguntarme si me encuentro bien? -gritó Polly, casi al borde de la histeria-. ¡No me pasa nada! ¡Estoy bien!
Horrorizada, Polly vio que le empezaba a temblar la boca y se la cubrió con la mano para ocultarlo. Se produjo un silencio, crispado, que Simon rompió, tomándola de la mano para sacarla a bailar.
– Ven conmigo -le dijo, sacándola a la pista sin esperar respuesta, mientras Emily y Giles se quedaban boquiabiertos.
La fiesta estaba en todo su apogeo y los invitados bailaban frenéticamente. Simon tomó una de las manos de Polly y se puso la otra sobre el hombro, con la excusa de que debía confortarla. Polly necesitaba a alguien que le sacara de aquella situación.
Fue un regalo del cielo tenerla de nuevo entre sus brazos. Simon no se había atrevido a acercarse a ella en todo el día por temor a caer en la tentación de tomarla entre sus brazos. Polly tenía un aspecto sofisticado y desconocido para él con aquel traje azul. Sin embargo, con aquel vestido rojo y el pelo suelto era la Polly que él recordaba y no había podido resistirse más.
También notó que ella estaba más delgada de lo que a él le gustaba y había perdido el brillo en los ojos que era tan característico de Polly. Había sabido desde un principio que Philippe no la haría feliz.
Para Polly, era una bendición sentirse de nuevo en los brazos de Simon y le estaba muy agradecida por haberla sacado de una situación bastante embarazosa. Aunque fuera durante unos pocos minutos, se daría el gusto de sentirle cerca de ella, notar sus manos fuertes, imaginarse que, si inclinaba un poco la cabeza, él la besaría en el cuello…
Estuvieron bailando en silencio, sin darse cuenta de que el resto de las parejas saltaban al son de la música. Simon sintió que la tensión iba saliendo poco a poco del cuerpo de Polly y se tomó la libertad de apoyar la mejilla en la de ella y respirar su aroma. Había demasiado ruido como para hablar, así que, al menos durante un rato, podía abrazarla.
Como si la orquesta le hubiera leído el pensamiento, empezaron a tocar una pieza lenta. Tal vez, lo mejor era hablar.
– ¿Es Philippe? -preguntó él, con voz triste.
Durante un momento, Polly no pudo recordar a quién se refería Simon. Aturdida, levantó la cara y lo miró.
– ¿Philippe?
– Tenía miedo de que él te hubiera hecho daño.
Creí que estabas triste por él cuando el idiota de Giles empezó a hablar del matrimonio con tan poco tacto.
– Oh -respondió Polly, asimilando aquellas palabras poco a poco-. No estaba triste por Philippe. No lo he visto desde junio.
– ¿Cómo dices? -preguntó Simon, asombrado-. ¡Yo pensé que habías estado, con él todo este tiempo!
– No, he estado en Niza. Conseguí un trabajo de camarera y he estado allí tres meses. Es un récord para mí, ¿verdad? -explicó, con una sonrisa forzada-. Ahora hablo francés bastante bien. Estarías orgulloso.
– Pero… -empezó Simon, más interesado en lo que había ocurrido con Philippe-… pero, ¿qué ocurrió entre vosotros?
– Bueno, las cosas no salieron bien -respondió ella, sin querer entrar en detalles. ¿Cómo podría decirle a Simon que se había pasado todo el verano sola mientras él lo empleaba enamorándose de otra mujer?
– ¿Y tú? -preguntó con una brillante sonrisa-. Me han dicho que estás enamorado.
– Así es -respondió él, atónito-. ¿Cómo lo sabes?
– Me lo ha dicho Emily.
– Ah.
– ¿Es agradable?
– ¿Quién?
– La chica de la que estás enamorado.
– Sí.
– ¿Bonita?
– Yo creo que es guapísima -respondió él, bajando los ojos para mirarla.
– Es perfecta -añadió ella, sin saber por qué se estaba torturando de aquella manera.
– No, no es perfecta. Hay un par de cosas sobre ella que me sacan de quicio, pero tiene la sonrisa más maravillosa y los ojos más sinceros que yo he visto en toda mi vida. Ella es la única mujer que quiero a mi lado.
– ¿Te vas a casar con ella? -preguntó Polly, a punto de llorar, con voz temblorosa.
– Si ella me acepta…
– ¿Es que todavía no se lo has preguntado?
– No. ¿Crees que debería hacerlo? -preguntó Simon.
– Sí… si estás seguro de que la amas.
– Lo estoy. Estoy más seguro que nunca de que la amo y de que quiero pasar el resto de mi vida con ella.
– En ese caso, deberías pedírselo -le dijo Polly, preguntándose cómo podría estar soportando aquello.
– ¿Y si ella no me corresponde?
– ¿Es que no estás seguro? -preguntó ella, mirándole con los ojos llenos de lágrimas.
– No, pero si tú crees que debería preguntárselo de todos modos, lo haré.
Las puertas de la sala de baile habían sido abiertas para dejar que entrara el aire fresco de la noche y, poco a poco, Simon fue sacando a Polly a la terraza. Al salir a las sombras de la noche, él la soltó, pero sólo para estrecharla aún más entre sus brazos.
– Polly, ¿quieres casarte conmigo?
Polly oyó las palabras, pero no pareció entenderlas. Era imposible que Simon le hubiera pedido a ella que se casara con él cuando estaba enamorado de otra persona. Ella se lo quedó mirando fijamente, muy pálida. Simon sonrió.
– Claro que eres tú -añadió él-. ¿Qué otra mujer podría ser?
– Pero si tú no me amas -susurró ella.
– Sí que te amo. Te amo más de lo que te podría decir con palabras. Antes creía que eras una niñata tonta, pero cuando abriste la puerta de la casa de los Sterne, habías cambiado. Ya no eras aquella niña. Y luego me besaste. ¿Te acuerdas de aquel beso, Polly? Lo hiciste como si cualquier cosa. Para ti, era sólo un experimento para ver si me veías con otros ojos después y a ti no te hizo sentir nada. Pero a mí, me hizo enamorarme perdidamente de ti. Antes de que me pudiera dar cuenta, ya no era capaz de imaginarme la vida sin ti.
– Pero… yo soy desordenada, desorganizada…
– Lo sé, pero cuando te fuiste de mi casa, ésta se quedo vacía, sin vida. No podía soportarlo. Hubiera hecho cualquier cosa para que regresaras… Yo no quería enamorarme de ti, Polly, hice todo lo que pude para resistirme. Sentía celos de Philippe y sabía que tú nunca te enamorarías de mí de la manera en que yo lo estaba de ti. ¿Cómo podrías haberte enamorado de mí cuando estaba todo el día criticándote y discutiendo contigo? De la única manera en la que podías pensar sobre mí era como un gruñón hermano mayor.