Выбрать главу

– Nunca te consideré un hermano mayor, Simon -dijo Polly, casi sin creer lo que él la estaba diciendo-. El hermano de Emily, sí, pero no el mío.

– Bueno, ya sabes a lo que me refiero.

– Sí, lo sé -reconoció Polly, sonriendo con sinceridad por primera vez-. Sé exactamente a lo que te refieres. Sé lo que es descubrir que alguien al que nunca has tomado en serio se ha convertido de repente en la persona más importante de tu vida. Sé lo que es enamorarse y no ser capaz decirle al amado lo que sientes porque no puedes creer que pueda enamorarse alguna vez de ti.

– Polly… Polly, ¿qué me estás diciendo?

– Te estoy diciendo que te equivocas -confesó ella, derramando por fin las lágrimas que había estado conteniendo todo el día-. Que puedo amarte de la manera que tú me amas a mí y que efectivamente… estoy enamorada de ti.

Al momento, Polly se encontró entre los brazos de Simon y sintió cómo una cascada de felicidad se apoderaba de ella. Él la besó de la manera que ella había soñado tantas veces. Polly le correspondió, rodeándole el cuello con los brazos, como si quisiera asegurarse de que aquello no era un sueño.

– Polly -dijo Simon por fin, con voz temblorosa mientras le tomaba la cara entre las manos-. Dímelo otra vez, Polly. Dime que me amas.

– Te amo.

– Una vez me dijiste que, cuando te enamoraras de alguien, sería para siempre.

– Lo sé y así será. Te amaré para siempre… y ya sabes que yo siempre cumplo mis contratos.

– Entonces, ¿te casarás conmigo?

– Sí -respondió ella, y Simon volvió a besarla.

– Tengo algo para ti -dijo él después, cuando levantó la cabeza y Polly descansaba la cabeza plácidamente en su pecho.

Simon se puso a rebuscar en el bolsillo y sacó la alianza de zafiros y diamantes que habían comprado juntos en Francia. A Polly se le encendieron los ojos y a él se le hizo un nudo en la garganta por la felicidad que sentía al verla tan alegre.

– ¡Mi anillo! -exclamó ella, mientras Simon se lo ponía en el dedo.

– Esta vez es un compromiso de verdad, Polly. Lo he llevado encima desde el día en que me lo devolviste -confesó él-. Era todo lo que me quedaba de ti. Solía mirarlo de vez en cuando, deseando que te cansaras de Philippe y volvieras conmigo…

– Ojalá lo hubiera sabido -suspiró Polly, estrechándole entre sus brazos-. Hemos perdido tanto tiempo…

– No debería haberte dejado marchar, pero me parecía que estabas tan segura de que querías estar con Philippe… Yo esperaba que no tardaras mucho en darte cuenta de que él no era hombre para ti y que regresarías a mi lado, pero no lo hiciste…

– Casi lo hice. Philippe me dijo que debería decirte lo que sentía y me estaba llevando a tu casa cuando vi a Helena en el pueblo. Di por sentado que le habías pedido que fuera a verte, así que no me pareció que hubiera motivo alguno para decirte nada. Así que, me subí en el primer tren que llegó a la estación. No podía soportar el verte con Helena.

– Yo no sabía que la habías visto. Eso debió ser antes de que ella llegara a casa. Apareció tan fresca y segura de sí misma, esperando que lo retomáramos todo donde lo habíamos dejado. ¡Incluso había comprado cosas para la comida! Me dijo que te había visto, pero que no se acordaba de quién eras, así que te describió a ti y a Philippe. Por eso supe que estabas con él. Helena no dejaba de hablar sobre ti, preguntándose por qué tu cara le resultaba tan familiar y lo que estarías haciendo en Francia con un hombre tan guapo…

– Entonces, ¿tú no la llamaste para invitarla a tu casa?

– Claro que no. Sólo te dije que iba a hacerlo para darme una excusa para quedarme en casa por si no funcionaban las cosas con Philippe. ¡Ella era la última persona que yo esperaba ver en aquellos momentos!

Entonces, estrechó a Polly entre sus brazos, alegre de saber que ella también lo amaba y casi sin poder recordar su desesperanza al abrir la puerta y ver a Helena en el umbral en vez de a Polly.

– Antes de que me marchara, tuvimos una pelea. De repente, Helena me dijo que quería casarse y me dijo que no iría a Francia a menos que yo estuviera preparado para comprometerme con ella. Como no lo estaba, nos dijimos cosas bastante desagradables. En lo que a mí se refería, nuestra relación se había acabado y pensé que Helena pensaba lo mismo. Pero cuando terminó su caso, vino porque le parecía que lo único que yo necesitaba era acostumbrarme a la idea. Cuando ella apareció en mi casa, se suponía que iba a ser una sorpresa maravillosa, pero lo único que consiguió fue que yo me diera cuenta de lo mucho que te quería a ti y lo mucho que te echaba de menos. Me parecía tan fácil estar contigo… -añadió, besándola de nuevo.

– No siempre nos resultó fácil -le recordó Polly-. ¡Dormir contigo noche tras noche no fue nada fácil!

– ¿Es que crees que no lo sé? Si a ti te pareció difícil, ¿qué piensas que fue para mí? -le preguntó Simon, mientras le besaba la mandíbula.

– Peor no puede haber sido. Yo sentía que me iba a poner a arder tan sólo con que me rozaras.

Simon se echó a reír y la llevó contra la pared para besarla de nuevo, de una manera insistente y apasionada que hizo que Polly perdiera la cabeza y se viera poseída por un deseo imposible de resistir.

– ¿Y ahora? -musitó él, rozándole los labios.

– Supongo que ahora estarás dispuesto a darme algo más que un roce, ¿verdad? -sugirió ella, con voz seductora.

– Te lo prometo -dijo Simon, sonriendo de un modo que hizo que ella se deshiciera. Entonces, la sacó de la mano y la sacó de la terraza-. Vamos. La fiesta está en pleno apogeo y nadie nos echará de menos.

– ¿Dónde vamos?

– Vamos a resarcirnos por todas aquellas noches desperdiciadas -replicó él, sacando la llave de su habitación-. ¿Tienes alguna objeción?

– No -respondió Polly, radiante mientras Simon la besaba de nuevo y la llevaba hasta el ascensor-. Ninguna en absoluto.

Jessica Hart

***