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– Además, lo de mis zapatos no tiene ninguna importancia -continuó ella, bajando de repente las piernas al suelo, ya que se había dado cuenta de cómo las estaba mirando él-. Lo que sí me parece importante es por qué no me dijiste que conocías a los Sterne, y más aún, porque no le dijiste a Martine que me conocías.

– Me dijiste que no lo hiciera.

– ¡Sabes perfectamente que te dije eso porque pensé que ella se enojaría mucho al descubrirte en la casa! Me podrías haber advertido que Martine se desharía al verte.

– ¡Estabas tan ocupada intentando echarme de la casa que no me dio tiempo a decirte nada!

– ¡Claro! ¡Como si alguien te hubiera podido impedir alguna vez decir lo que quieres! Lo que pasó fue que te pareció más divertido dejar que yo hiciera el ridículo.

– De acuerdo, lo admito. No me pude resistir, pero, si te sirve de consuelo, yo también me llevé lo mío. No tenía ninguna intención de ir a la fiesta, pero, cuando Martine me vio, no me quedó elección. ¡Acabo de escaparme de las garras de Rushford Sterne! Sin embargo, todo ha merecido la pena por poder haberte visto la cara al ver que Martine me saludaba.

– ¡Me alegro de que te hayas divertido! -exclamó Polly, con algo de amargura-. Pero supongo que nunca se te habrá ocurrido que, por eso, yo puedo perder mi trabajo.

– Tengo que admitir que nunca me había dado cuenta de que Martine fuera una mujer tan difícil. Lo siento. Si quieres, puedo hablar con ella y explicarle que ha sido todo culpa mía.

– Entonces se sentirá como una idiota y será mucho peor -replicó Polly, incorporándose aún más en la silla-. Tal vez podrías ofrecerte a invertir en la nueva película de Rushford y entonces, ella se pondrá de tan buen humor que se olvidará de mí.

– ¡No lo siento tanto como para eso! ¡Prefiero que tú te busques otro trabajo! Por lo que me ha estado contando Rushford, puedo ver que ese nuevo proyecto va a ser un desastre.

– ¿De verdad inviertes en las películas? -preguntó ella, apoyando los brazos en la mesa, muy intrigada.

– Invierto en todo tipo de cosas. Hoy en día, el mundo del espectáculo es un buen negocio, pero sólo es una parte de nuestras inversiones.

– Cuando Philippe me lo dijo, no me lo pude creer -respondió Polly, muy impresionada, aunque a su pesar-. ¡No sabía que fueras tan rico!

– Si hubiera sabido que estabas tan interesada en mis cuentas, te habría mandado copias de los extractos bancarios -replicó él, en tono de burla.

– No puedo entender por qué no me lo ha dicho nadie -afirmó Polly, sin prestar atención a aquella ironía, ya que estaba intentando asimilar aquel nuevo aspecto de la vida de Simon-. Sé que tienes una casa en la Provenza y mi padre siempre me está hablando de lo bien que te va todo, ¡pero no me había dado cuenta de que eras rico! ¿Lo sabe Emily?

– Supongo que sabe que tengo mi propia empresa, pero sin duda, al igual que tú, no tiene ni idea de lo que hago. Sin embargo, no es ningún secreto. Si alguna de las dos hubierais mostrado algún interés por lo que hago, lo habríais sabido como todo el mundo.

– Bueno, ¡yo nunca me lo habría creído!

– ¿Por qué no?

– Porque no me parece que vaya contigo. Yo siempre he pensado en ti como en el bueno de Simon, que va a su despacho todos los días para hacer algo aburrido con el dinero. De repente, descubro que eres un magnate de la jet-set. De la manera en la que Philippe te describió, ¡hasta es seguro que te invitan a fiestas como ésta constantemente!

– Así es, pero pocas veces asisto -le espetó Simon, algo molesto al darse cuenta de lo aburrido que Polly lo consideraba.

– ¡Ves! ¡A eso era a lo que yo me refería! -exclamó Polly, mientras se frotaba los dedos de los pies-. Todo ese dinero es un desperdicio en ti, Simon. No sabes apreciar ni el glamour ni la diversión. Si fuera yo, sería diferente. A mí me encantaría llevar la vida de los de la jet-set. Y eso era lo que pensaba que conseguiría con un trabajo como éste. Lo más cercano a mis sueños es repartirles champán a las personas a las que admiro -añadió, algo triste.

– No sé por qué no te buscas un buen trabajo.

– ¡No empieces! ¡Te pareces a mi padre!

– No es que no seas capaz -siguió él, ignorándola-. Si quieres, puedes resultar bastante inteligente. Estás perdiendo el tiempo con todos estos trabajos temporales. No parece que dures en ninguno de ellos más de dos meses.

– Eso no es cierto -le espetó Polly-. ¡Me pasé seis meses trabajando en una estación de esquí y en el crucero estuve mucho más!

– En cualquier caso, no me parece nada del otro mundo. Siempre había creído que eran los hombres los que temían comprometerse.

– A mí no me asusta comprometerme -respondió ella con dignidad-. Es que no estoy preparada para hacerlo, ni con un trabajo, ni con una relación… Con nada, a menos que lo vea muy claro. Eso es algo muy diferente de tener miedo. No veo el motivo para lanzarme a una profesión a menos que esté segura de que es eso lo que quiero hacer.

– ¿Y cuándo vas a decidir lo que quieres?

– No lo sé, pero lo reconoceré cuando me encuentre con ello. Mientras tanto, estoy dispuesta a probar muchas cosas diferentes y pasármelo todo lo bien que pueda. Sé que mi padre no lo aprueba, pero tampoco creo que esté siendo una irresponsable. Puede que mis contratos no sean muy largos, pero siempre los termino.

– ¿Para cuánto tiempo es este contrato?

– Para tres meses. Todavía me quedan otras seis semanas. Y no puedo decir que me dé pena. Éste ha sido el peor trabajo que he hecho y tampoco me están pagando nada bien. Se supone que el honor de pasar todo el verano con Martine Steme debe ser suficiente. Bueno… -se detuvo un momento, mientras volvía a ponerse los zapatos y se levantaba-… es mejor que vuelva antes de que Martine me descubra. Se pondría furiosa si descubriera que una mísera esclava está charlando con su invitado de honor. ¡Eso estropearía el tono de su fiesta!

– Prefiero estar hablando contigo que con todos esos de ahí adentro -dijo Simon, poniéndose también de pie.

– ¡Vaya, Simon! ¡Creo que eso es lo más bonito que me has dicho nunca!

– Lo que no es decir mucho. ¿Estás segura de que estás bien aquí, Polly? Si necesitas dinero por si acaso algo sale mal…

– Nada va a salir mal, pero gracias de todos modos. Estoy bien -añadió, con una sonrisa, mientras tomaba la bandeja-. ¿Vas a volver a la fiesta?

– ¡No creo! Me marcho. ¿Dónde has puesto mi chaqueta?

– Está en el guardarropa. ¡Puedes darte por satisfecho de que no esté hecha un rebuño en el suelo después de la escenita que me montaste!

– Adiós, Polly -dijo Simon, con otra de sus desconcertantes sonrisas. Luego, para sorpresa de Polly, le acarició con un dedo la mejilla-. Sé buena…

Mientras él volvía al interior de la casa, Polly se quedó parada, mirándolo fijamente. Resultaba absurdo que la cara le ardiera justo en el lugar en el que él le había rozado. Se sentía muy rara. Sólo era Simon, saliendo de su vida tan rápidamente como había entrado, cumpliendo el patrón que seguía su relación en aquellos momentos, viéndose brevemente una vez al año… Entonces, ¿por qué sentía la necesidad de llamarlo para que regresara a su lado?

Polly sacudió la cabeza y decidió volver al interior de la casa para seguir sirviendo bebidas, lo que no era muy divertido, pero al menos le daría la oportunidad de ver a Philippe, que era en quien ella debería estar pensando.

– ¿Qué te crees que estás haciendo? -le preguntó Martine Sterne cuando Polly entraba a través de las puertas del jardín, haciendo que la bandeja le bailara entre las manos.

– ¡Señora Sterne! -exclamó, muy aturdida-. Yo… había salido al jardín para ver si a alguien le apetecía algo de beber.