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– ¡No mientas! ¡Estabas ahí fuera con Simon Taverner! Vi cómo le seguías, así que no te molestes en negarlo.

– No es lo que se piensa -dijo Polly, preguntándose si no sería mejor decir la verdad al ver el rostro crispado de Martine-. Simon vino realmente a verme.

– ¿A verte? -repitió Martine, echándose a reír con desprecio-. No me parece probable que Simon Taverner se vaya a sentir interesado por alguien como tú, ¿no te parece?

– ¡Pero así es! Es amigo mío.

– ¿Un amigo que no sabe cómo te llamas? ¿Un amigo a quien tú no querías dejar entrar en la casa?

Polly apretó los dientes. Sabía que resultaría imposible explicarle la relación que había entre ellos a Martine mientras ella estuviera de aquel mal humor. ¿Y si pretendía que ella y Simon tenían una relación más íntima de lo que en realidad era? Tal vez si Martine pensaba que ella era algo especial para su adorado Simon se calmaría…

– Él es más que un amigo. Él es mi… prometido -mintió a la desesperada.

– ¿De veras? -exclamó Martine entre burlas-. Entonces, ¿por qué se vería la prometida de Simon Taverner rebajada a hacer un trabajo como el que tú estás haciendo?

– Nosotros… tuvimos una pelea terrible -improvisó ella-. Decidí que era mejor que nos separáramos un tiempo y solicité este trabajo. Entonces, Simon descubrió dónde estaba y me siguió… Al principio, no quise hablar con él -añadió ella-. Cuando usted nos vio hablando en el vestíbulo, estaba intentando hacer que se marchara porque no sabía que él la conocía. Luego, me convenció para que saliera al jardín con él y hemos solucionado nuestros problemas.

– ¿Y ahora volvéis a estar comprometidos? -preguntó Martine, completamente incrédula.

– Sí.

– ¿Y él se ha ido y te ha dejado de nuevo?

– Sí -replicó ella, sabiendo que no estaba resultando muy convincente-. Simon sabe que yo quiero continuar trabajando para ustedes hasta finalizar mi contrato.

– ¡Deja de mentir, estúpida!

– ¿Por qué no le pregunta a Simon Taverner si estoy mintiendo o no? -preguntó Polly, en tono desafiante.

– ¡Eso es una buena idea! ¡Efectivamente lo haré!

Simon ya tenía la mano en el pomo de la puerta principal cuando oyó que Martine Sterne lo llamaba. Repasando una excusa para tener que marcharse tan pronto, se volvió hacia ella, forzando una sonrisa. Pero entonces vio a la mujer dirigiéndose con paso desafiante hacia él, con Polly a su lado.

– Tal vez puedas aclarar un pequeño malentendido, Simon -le dijo Martine, obligándose a sonreír a pesar de que los ojos le relucían de rabia-. Polly me ha contado que estáis comprometidos.

– Es cierto, ¿verdad, cariño? -le instó Polly, tomándole del brazo para darle un pellizco a modo de aviso-. ¡Has venido aquí con el único propósito de pedirme que me case contigo!

Polly sonrió, segura de que Simon no la defraudaría. Cuando, de niños, Charlie, Emily y ella se habían metido en líos, nunca les había dicho a sus padres lo que habían estado haciendo.

– Sé que habíamos decidido mantenerlo en secreto, pero estoy segura de que no te importa que lo sepa la señora Sterne, ¿verdad?

Simon miró a los suplicantes ojos azules de ella y suspiró. No sabía lo que estaba tramando Polly, pero no podía hacer otra cosa que seguirle la corriente.

– Claro que no -respondió él, recibiendo una deslumbrante sonrisa de Polly.

– ¡No me lo creo! -exclamó Martine, con la voz temblándole de furia-. ¡Estoy segura de que ella te está obligando, de algún modo, a decir esto, Simon!

– ¿Por qué iba ella a querer hacer eso?

– ¡Y en cuanto a ti! -gritó Martine, volviéndose a Polly-. ¿Cómo te atreves a venir aquí con falsa identidad?

– Pero yo no…

– ¡Me mentiste deliberadamente!

– Yo sólo quiero terminar mi contrato -dijo Polly, muy entristecida. Esperaba que aquella maniobra le hubiera ayudado a salvar su trabajo, pero aquella mentira parecía haber enfurecido a Martine aún más-: Simon se va, pero yo me quedo.

– ¿Que te quedas? ¡No pienso tenerte en mi casa un momento más y supongo que no es necesario decirte que no pienso pagarte tampoco! Has sido un desastre desde que llegaste. ¡Eres la peor doncella que hemos tenido, desordenada, desastrosa, insolente y perezosa!

– ¿Perezosa?

– Creo que ya ha dicho más que suficiente, señora Sterne -dijo Simon fríamente, mientras le rodeaba los hombros a Polly con un brazo-. No permitiría que Polly se quedara aquí aunque se pusiera de rodillas y le besara los pies. Ve a por tus cosas, Polly. Voy a sacarte de aquí. Además, puede decirle a su marido que no se moleste en ponerse en contacto conmigo nunca más. ¡No tengo intención de invertir en ninguna de sus películas!

– Y ahora, ¿qué?

Mientras Simon tiraba la última de las bolsas de plástico que contenían todas las pertenencias de Polly en el maletero del coche, ella lo miraba. Tenía un sentimiento de euforia al recordar la expresión en el rostro de Martine Taverner, pero cuando Simon le hizo aquella pregunta, se dio cuenta de que no tenía dinero, ni trabajo ni ningún sitio a dónde ir.

– No sé -admitió ella.

– Bueno, no te puedes quedar aquí -dijo Simon, algo turbado al ver el modo en el que ella se recogía el pelo tras las orejas, mientras le abría la puerta del coche-. Es mejor que entres.

– ¡Qué desastre! -suspiró ella, mientras se repantigaba en el asiento.

– Y eso que cumples todos tus contratos -replicó él, mientras arrancaba el coche-. ¿Por qué diablos le dijiste a Martine Sterne que estábamos prometidos?

– En su momento, me pareció una buena idea. Martine parecía apreciarte tanto que pensé que sería más agradable conmigo si le decía que yo era tu prometida. Por cierto, gracias por apoyarme. Ella nunca me habría creído si no hubiera sido por ti.

– Pues no parece haber tenido el efecto que esperabas, ¿no te parece?

– De todos modos, me hubiera despedido -señaló Polly-. ¡Al menos de esta manera pude darme el gusto de ver la cara que ponía cuando tú le dijiste que no permitirías que yo me quedara aunque se pusiera de rodillas y me besara los pies!

– Esperemos que se sienta lo suficientemente humillada como para guardarse esa escenita para ella sola. ¿Qué más le dijiste?

– En realidad, nada. Sólo le dije que estábamos prometidos y que habíamos tenido una pelea y que me habías seguido hasta la casa porque no podías soportar vivir sin mí ni un momento más.

– ¡Madre mía! No me extraña que no te haya creído.

– ¡No es tan exagerado!

– ¡Lo es si se sabe algo sobre mí o algo sobre ti!

– Bueno, nadie de los de la fiesta lo sabe, así que no importa que Martine se lo diga. Tú mismo dijiste que no vas a menudo a fiestas como ésa, así que no pueden conocerte. ¡Y ciertamente no me conocen a mí!

– Tal vez no, pero eso no les impedirá que dejen de hablar sobre nosotros. El hablar sobre los demás es todo lo que esa gente tiene que hacer y una historia como ésa puede llegar a Londres en cinco minutos. Y allí la gente sí que me conoce. No me gustaría volver a casa y descubrir que todo el mundo piensa que me he estado recorriendo toda Francia, haciendo el idiota por ti.

– Eso no se me había ocurrido -admitió Polly, sintiendo ciertos remordimientos-. Podría resultar algo embarazoso, ¿verdad? Es mejor que llames a Helena y le cuentes que ha sido todo culpa mía por si acaso se entera de algo. Por cierto, ¿dónde está Helena?

– Está trabajando -respondió él, después de una pequeña pausa.

– Entonces, ¿estás aquí de negocios? Pensé que habías dicho que ibas a tu casa de la Provenza. ¿Cómo me dijiste que se llama tu casa?

– La Treille.

– Eso es. Es un nombre precioso -admitió Polly. Ella nunca había estado en la granja restaurada, pero sus padres y Emily sí y le habían contado maravillas-. Entonces, ¿te vas solo?