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Casi teniendo que reprimir un temblor, Simon recordó la última escena con Helena. Ella había cometido el error de lanzarle un ultimátum y la furia que demostró cuando Simon le dijo que no cedía a los ultimátum le había tomado a él por sorpresa. Siempre había creído que Helena era una persona tranquila y controlada, pero no había habido nada de eso en la mujer que se dedicó a gritar y a tirar cosas por todas partes.

– Pero, ¿y si lo hiciera? -insistió Polly-. ¿Qué le dirías?

– Simplemente le explicaría lo que ha pasado y Helena lo entendería. Después de todo, ya te conoce.

– ¿Qué quieres decir con eso? -preguntó ella, incorporándose en la cama.

– Helena vio cómo eras en la boda de Emily.

– Yo sólo me lo estaba intentando pasar bien -respondió ella, poniéndose a la defensiva-. El problema de Helena es que no sabe cómo divertirse.

– Claro que sabe. Sabe divertirse sin tener que ponerse hasta arriba de champán, hacer el ridículo en la pista de baile o causarle serios daños corporales a las invitadas en tu lucha por conseguir el ramo de flores.

– Eso es sólo un día -dijo Polly, algo apenada, casi aliviada de sentir que Simon resultaba tan impertinente como siempre-. Yo no soy siempre así.

– Tal vez no, pero no creo que Helena sintiera que tiene que tener celos de ti.

– ¿Por qué no? No es del todo imposible que tú te pudieras sentir atraído por mí, ¿no te parece?

– Eso no es de lo que estamos hablando -respondió él, después de una pequeña pausa-. Yo no estoy diciendo que no seas guapa, pero nunca he pensado en ti como otra cosa que no fuera como la hija de John y Frances. Y Helena lo sabe -concluyó, de un modo tan convincente que casi se convenció él mismo.

– Supongo que a mí me pasa lo mismo -replicó ella, tumbándose de nuevo en la cama-. Nunca he pensado sobre ti de otro modo que no fuera como el hermano de Emily y de Charlie. Me pregunto si habría algo que nos hiciera cambiar de opinión -musitó.

Simon no respondió. Lo único que esperaba era que ella se callara y se durmiera, pero Polly estaba bien despierta.

– Probablemente tendríamos que besarnos o algo por el estilo -continuó ella-. Supongo que después de eso me sería difícil seguir pensando en ti como el Simon de siempre. ¿Qué te parece?

– No tengo ni idea -dijo Simon, intentando parece aburrido-. ¿Por qué no pruebas y así lo descubrimos?

Aquella pregunta pilló a Polly desprevenida. Ella no había estado pensando realmente en lo que estaba diciendo. Era como si hubiera estado hablando con ella misma, pero la sugerencia de Simon la devolvió de un golpe a la realidad.

– Ahora ya no te parece tan buena idea, ¿verdad? -añadió Simon, volviéndose en la cama para mirarla, contento de poder entrever la expresión desconcertada en el rostro de ella. Sin embargo, se arrepintió enseguida de haber dicho aquellas palabras ya que sabía que Polly nunca había podido resistirse a un desafío.

– Claro que lo es. Vamos a probar -respondió ella.

– Prueba tú -dijo Simon, maldiciéndose por haber sido tan tonto-. Personalmente prefiero sentir teniendo la misma opinión sobre ti.

– De acuerdo -replicó ella, desafiante.

– ¿Y bien? -preguntó Simon, al ver que ella dudaba, mientras a modo de broma extendía los brazos.

Polly se mordió los labios. Ya era demasiado tarde para dar marcha atrás. Torpemente, se inclinó sobre el colchón hasta estar prácticamente encima de él. Sentía el pecho de Simon subiendo y bajando tranquilamente, como si él quisiera enfatizar que la cercanía de ella no lo excitaba. De repente, Polly se sintió algo ridícula.

– ¿Estás seguro de que no te importa?

– Acabemos con esto, Polly -dijo Simon, ocultando su nerviosismo con un punto de irritación-. No sé tú, pero a mí me gustaría dormir algo esta noche.

Hasta aquel momento, Polly había estado planeando un rápido beso para demostrar que no le tenía miedo, pero la ironía de Simon la encendió. Lentamente, bajó la cabeza, dejando que su melena rubia le cayera sobre los hombros y le acariciara a él en la cara. Entonces, ella le rozó los labios con los suyos y el mundo pareció detenerse.

Polly también sintió aquella sensación y se quedó petrificada, mirando a Simon a los ojos. Una parte de ella le animaba a detenerse y dejar las cosas como estaban. Sin embargo, había algo más fuerte que la atraía hacia él. Sin ser consciente de ello, lo besó otra vez, aquella vez más apasionadamente, hasta que aquel beso pareció adquirir vida propia. Polly se olvidó de que aquel hombre era Simon. Sólo sabía que aquella boca era sugerente y sensual y que no había mejor lugar para sus propios labios que estar contra los de él. Aquello era maravilloso, tan maravilloso que daba miedo.

Incapaz de resistirse a la oleada de placer que la envolvía, ella se dejó caer encima de él. Las manos de Simon, como si tuvieran vida propia, se enredaron entre los mechones dorados y le sujetaron la cabeza para poder besarla mejor. El beso se prolongó, haciéndose más profundo y más apasionado. Simon se incorporó, colocándola debajo de él, mientras sus dedos, posesivamente, se escurrían por debajo de la larga camiseta de ella, subiéndole por los muslos. De repente, él se dio cuenta de que si iba más allá, no podría parar. Aquel pensamiento le devolvió a la realidad, haciéndole retirar la mano y levantar la cabeza.

Durante un largo instante, los dos se miraron en silencio, en la penumbra de la habitación, mientras luchaban por recuperar el aliento.

– ¿Y bien? -dijo Simon por fin-. ¿Qué te parece?

– ¿Que qué me parece? -repitió Polly, humedeciéndose los labios para intentar volver a la realidad, lo que estaba siendo una tarea más que difícil-. ¿Que qué me parece qué?

– Ahora que me has besado, ¿me ves de modo diferente?

Los recuerdos golpearon a Polly de golpe. ¿Qué había hecho? Se suponía que aquello iba a ser un beso breve para demostrarle a Simon que… y en vez de eso… Polly tragó saliva. ¿Quién habría pensado que Simon iba a besarla de aquella manera?

Parecía imposible pensar que aquellas sensaciones las había obtenido por besar a Simon, pero la ironía de la pregunta era demasiado familiar como para hacerle dudar. Evidentemente, la opinión de él sobre ella no había cambiado, a él no le había afectado, por lo que ella no estaba dispuesta a admitir lo que ella había experimentado.

– En realidad, no -mintió Polly.

– Bien -respondió él fríamente-. Ahora que ya está todo aclarado, tal vez podamos dormir.

Dichas aquellas palabras, se dio la vuelta de espaldas a ella, se acomodó y, para mayor enfado de Polly, se quedó dormido enseguida.

Capítulo 4

A LA MAÑANA siguiente, cuando Polly se despertó, la cama estaba vacía. Durante un momento, mientras parpadeaba, se preguntó dónde estaba. Siempre le llevaba un tiempo situarse por las mañanas. Poco a poco, las imágenes del día anterior le fueron volviendo. Vio a Philippe, sonriéndola y diciéndole que era bonita, a Martine, con aspecto algo enojado, y por último a Simon…

En aquel momento, Polly abrió los ojos, mientras la memoria parecía regresarle por completo. Lo estaba recordando todo. El enfrentamiento con Martine, el momento en el que Simon la metió en brazos en el hotel, cuando besó a Simon…

Polly se sentó en la cama de un salto, deseando que aquel último recuerdo hubiera sido un sueño, pero sabía que no era así. Recordaba el roce de sus labios y de su fuerte cuerpo, los dedos moviéndose por debajo de la camiseta y subiéndole por los muslos con demasiada claridad.

Cuando Simon se volvió para dormir, ella permaneció despierta durante lo que le pareció una eternidad, ardiendo de deseo y maldiciéndose por haber sido tan estúpida y haberlo besado de aquella manera. En su momento, aquella opción había parecido bastante interesante, pero el problema principal era que ella le había mentido.