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—Sí, sí... claro. Ya sé lo que quiere decir.

—Pues bien: mistress Welman tenía la intención de hacer su testamento, pero siempre lo dejaba para el día siguiente.

Elinor dijo:

—Por esa razón estaba tan trastornada anoche... Quería que se le avisara a usted inmediatamente.

Mister Seddon replicó:

—¡Sin duda!

—Y ahora, ¿qué ocurrirá? —inquiriré Roddy.

—¿Con los bienes de mistress Welman? —dijo el abogado, y tosió profesionalmente—. Pues dado que murió sin testar, toda su fortuna iría a su pariente más próximo..., es decir, a miss Elinor Carlisle.

—¿A mí? —preguntó Elinor, asombrada.

—El Estado también tendrá su participación —se apresuró a añadir el abogado.

Después de extenderse en detalles sobre artículos del Código, que impacientaron a sus interlocutores, el abogado terminó:

—Pudiendo disponer libremente de su dinero, mistress Welman estaba facultada para cederlo a quien tuviese por conveniente. No habiéndolo hecho, toda su fortuna pasará a miss Carlisle. El impuesto del Tesoro será..., ¡ejem!..., algo elevado; no obstante, después de satisfacer su pago, quedará una fortuna considerable. Casi todo está invertido en valores del Estado.

Elinor dijo:

—¿Y Roderick?

—Mister Welman no es más que el sobrino del esposo de mistress Welman. No lleva su sangre.

Elinor replicó lentamente:

—De todas formas, no importa. Roderick y yo vamos a casarnos.

Pero no miró a Roddy.

El abogado exclamó:

—¡Estupendo!

V

—No importa, ¿verdad? —preguntó Elinor.

Lo dijo en tono de súplica.

Mister Seddon se había marchado.

El rostro de Roddy se estremeció nerviosamente.

Dijo:

—Es tuyo, Elinor. ¡Por Dios santo!... ¡Que no se te meta en la cabeza la idea de compartirlo conmigo! ¡No quiero un céntimo de todo ese condenado dinero!

Elinor repuso con voz insegura:

—¿No habíamos acordado que a cualquiera que correspondiese el dinero lo repartiría con el otro al... casarnos?

Él no respondió. Ella persistió:

—¿No recuerdas haber dicho eso, Roddy?

Él dijo al fin:

—Sí.

Fijó la vista en el suelo. Había una expresión de dolor en sus rasgos y un temblor en los labios sensuales. Elinor dijo, alzando la cabecita orgullosa:

—No importaría... si nos casáramos... Pero ¿lo haremos, Roddy?

Él preguntó, ensimismado:

—¿Que si haremos qué?

—¿Nos vamos a casar?

—Esa es nuestra idea.

Lo dijo con tono indiferente. Prosiguió:

—Naturalmente, Elinor; si ahora piensas de otra forma...

Elinor gritó:

—¡Oh Roddy!... ¿Por qué no eres sincero?

El joven hizo una mueca.

Exclamó en voz baja:

—¡Ah Elinor, no sé lo que me ha sucedido!...

—Yo sí...

—Tal vez sea que no me agrada la idea de vivir a costa del dinero de mi esposa.

—No es eso —interrumpió Elinor con el rostro palidísimo—. Es otra cosa —hizo una corta pausa, y dijo en voz muy baja—: ¿No es por Mary?

Roddy murmuró, abatido:

—Tal vez. ¿Cómo lo sabes?

Elinor dijo, torciendo los labios en un esfuerzo por sonreír:

—No era muy difícil adivinarlo. Cualquiera podía leerlo en tu rostro cada vez que la mirabas.

—¡Oh, Elinor! —exclamó el joven, incapaz de fingir—. ¡No sé cómo ha sucedido! ¡Debo de estar loco! ¡El primer día que la vi..., allí..., entre los árboles..., sentí algo extraño en mi interior! ¡Tú no puedes comprenderlo!

Elinor dijo:

—Sí, lo comprendo. Sigue.

—No quería enamorarme de ella. Era casi feliz contigo. ¡Oh, Elinor, es pueril que te hable así!

—No seas tonto. Continúa. Cuéntame...

Roddy prosiguió, balbuciendo:

—Eres maravillosa... ¡Cómo me consuela hablar contigo! ¡Te quiero tanto, Elinor!... Debes creerlo. Lo otro es como una especie de encanto sobrenatural. Ha trastornado todo: mi concepción de la vida, mi alegría... y todo el orden razonable, de..., de...

—El amor no es muy razonable, desde luego.

—No —asintió Roddy, confuso.

Elinor inquirió con un temblor en la voz:

—¿Le has dicho algo a... ella?

Roddy reflexionó antes de responder.

—Esta mañana..., como un loco..., he perdido la cabeza... Y ella no me permitió seguir hablando... Me dijo que pensara en tía Laura... y en ti...

Elinor se quitó el anillo de diamantes que llevaba en el dedo.

—Será mejor que te lo devuelva, Roddy.

Cogiéndolo, murmuró sin mirarla:

—Elinor, no puedes imaginarte cuánto me reprocho...

La muchacha le interrumpió sosegadamente:

—¿Crees que se casará contigo?

Él movió la cabeza.

—No tengo la menor idea... No..., no lo creo... Por lo menos hasta que pase algún tiempo. Ahora no le intereso, pero tal vez..., después..., llegue a quererme.

—Tienes razón. Dale algún tiempo. No la veas durante varias semanas, y luego empiezas de nuevo.

—¡Querida Elinor!... ¡Eres la mejor amiga que he tenido en mi vida! —tomó una de las manos de la muchacha y la besó con efusión—. ¡Sabes, Elinor, que te quiero..., te quiero igual que siempre! A veces, Mary no me parece más que un sueño... Tal vez despierte algún día y me dé cuenta de que ella no existe...

Elinor exclamó:

—Si Mary no existiese...

Roddy repuso con un sentimiento repentino:

—A veces desearía con toda mi alma que no hubiese existido jamás... Tú y yo nos pertenecemos, Elinor..., nos pertenecemos, ¿verdad?

Lentamente, Elinor inclinó la cabeza.

Dijo con un esfuerzo:

—Sí... Nos... pertenecemos.

Y pensó: «¡Si Mary no existiese!»

5

MARY HACE TESTAMENTO

I

La enfermera Hopkins dijo emocionada:

—¡Ha sido un funeral magnífico!

Su colega O'Brien respondió:

—En efecto. ¡Y las flores! ¿Ha visto usted alguna vez tantas flores y tan preciosas como aquéllas? Una corona de lilas blancas y una cruz de rosas amarillas. ¡Maravillosas!

La Hopkins suspiró y dio un mordisco a un bizcocho de manteca que tenía en la mano. Las dos enfermeras se hallaban ante una mesa del café El Caballito Azul.

La enfermera Hopkins continuó:

—Miss Carlisle es una muchacha generosa. Me ha hecho un regalo espléndido, aunque no estaba obligada a ello.

—Sí, es una muchacha generosa y muy amable —confirmó la enfermera O'Brien con calor—. Yo detesto la tacañería.

La enfermera Hopkins dijo:

—Ha heredado una gran fortuna.

—Sí —respondió la O'Brien alentadoramente.

Quedaron silenciosas un momento, y la enfermera O'Brien dijo:

—Es extraño que mistress Welman no hiciese testamento.

—Debieran obligar a la gente a que lo hiciese. De esta forma se evitarían muchos disgustos.

—Quisiera saber —interrumpió O'Brien— a quién habría dejado su dinero mistress Welman en caso de que hubiera hecho testamento.

La Hopkins aseguró:

—Yo sólo sé una cosa.

—¿Cuál?

—Que habría dejado una buena suma a Mary... Mary Gerrard.

—Sí, tienes razón. La noche en que llegó miss Carlisle, cuando intentaron tranquilizar a la pobre enferma y, cogiéndole una mano, le preguntó para qué quería que fuese el abogado, mistress Welman dijo: «¡Mary..., Mary!...» Y miss Elinor inquirió: «¿Mary Gerrard?» Y luego dijo que Mary recibiría lo que le correspondiera.

—¿De veras?

—Tengo la seguridad de que si mistress Welman hubiese vivido lo suficiente para hacer testamento, habría habido sorpresas para todos. ¡Quién sabe si hubiera dejado hasta el último céntimo a Mary Gerrard!