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La enfermera Hopkins expresó sus dudas ante esta creencia:

—¿Cómo iba a quitar la herencia que le correspondía a los de su propia carne y sangre?

La O'Brien exclamó, sibilina:

—¡Hay carne y sangre y carne y sangre!

—¿Qué quiere usted decir con eso?

—No me gusta chismorrear —añadió la irlandesa con dignidad—, ni quiero manchar el nombre de una muerta.

La enfermera Hopkins asintió con la cabeza, y dijo:

—Eso está bien. Cuanto menos se hable, de menos hay que arrepentirse.

Volvieron a llenar las tazas de té.

La enfermera O'Brien preguntó:

—A propósito... ¿Encontró usted aquella ampolla de morfina?

La Hopkins frunció el ceño.

—No — dijo—. Estuve pensando cómo pude haberla perdido, y he llegado a la conclusión de que debió de ocurrir así: Puede que la dejase en la repisa de la chimenea mientras abría el armario, y puede que resbalase y cayese al cesto de los papeles, que estaba lleno, y lo vaciaron en el depósito de la basura cuando salí de la casa —hizo una pausa y prosiguió—: Debe de haber ocurrido así... No puedo explicármelo de otro modo.

—Sí, eso debe de ser. Me tenía preocupada la idea de que la hubiese perdido en el vestíbulo de Hunterbury... Pero ahora estoy convencida de que es como usted ha sugerido muy bien. Debió de ir a parar al depósito de la basura.

—No cabe otra explicación, ¿verdad?

La otra asintió rápidamente..., demasiado rápidamente:

—Yo no me preocuparía si fuese usted.

La enfermera Hopkins repuso:

—Yo no estoy preocupada...

II

Grave y solemne con su traje negro, Elinor se sentó frente a la maciza mesa de escritorio de mistress Welman, en la biblioteca. Frente a ella se extendían varios documentos. Había interrogado a los domésticos de la casa y a mistress Bishop. En aquel momento, Mary Gerrard apareció en el marco de la puerta y vaciló antes de entrar.

—¿Deseaba usted verme, miss Elinor?

Elinor levantó la vista y respondió:

—¡Oh, sí! ¿Tiene la bondad de sentarse aquí, Mary?

Mary se acercó y tomó asiento en la silla que Elinor le había indicado. Volvió el rostro hacia la ventana y la luz cayó sobre ella, revelándola en toda su pureza y haciendo brillar sus dorados cabellos.

Elinor se pasó una mano por la cara y observó a través de sus dedos el rostro de la muchacha. Pensó: «¿Será posible odiar a alguien tanto y no demostrarlo?»

Luego dijo en voz alta y monótona:

—No ignora usted, Mary, que mi tía sentía cierta predilección por usted y que habría deseado asegurar su porvenir.

Mary murmuró con voz ahogada:

—Mistress Welman fue siempre muy buena para mí.

Elinor prosiguió con frialdad:

—Mi tía habría concedido varios legados en caso de haber podido otorgar testamento. Puesto que murió sin hacerlo, yo asumo la responsabilidad de cumplir sus deseos. He consultado a mister Seddon y, siguiendo sus consejos, he confeccionado una lista de cantidades que percibirán los criados y criadas según el tiempo que llevan a nuestro servicio, etcétera...

Hizo una pausa, y prosiguió:

—Naturalmente, usted no puede ser incluida en esa relación —medio se detuvo, creyendo que tal vez aquellas palabras pudieran agradar a la muchacha, pero el rostro de ésta no se inmutó—. Aunque mi tía estaba privada del habla, comprendí que quería legarle una cantidad.

Mary dijo, sosegadamente:

—¡Qué bondadosa era!

Elinor terminó con brusquedad:

—Tan pronto como entre en posesión de la herencia, le entregaré a usted dos mil libras para que disponga de ellas como le plazca.

Mary enrojeció:

—¿Dos mil..., dos mil libras?... ¡Oh, miss Elinor, es usted muy generosa!... No sé qué decir.

Elinor exclamó con voz cortante:

—No es generosidad por mi parte, ni tiene nada qué decirme.

Mary enrojeció ruborizada.

—No puede usted figurarse lo que cambiará mi situación ese dinero.

—Me alegro —dijo Elinor; su voz se dulcificó un poco al preguntar—: ¿Tiene usted algún plan para el futuro?

Mary dijo, rápidamente:

—¡Oh..., sí!... Voy a aprender a dar masajes... Eso es lo que me ha aconsejado la enfermera Hopkins.

—Me parece una idea excelente. Iré a ver a mister Seddon para que me adelante algún dinero tan pronto como sea posible.

—Es usted muy buena, miss Elinor —dijo Mary, agradecida.

—No hago más que cumplir los deseos de tía Laura —y añadió, después de titubear un momento—: Bueno, eso es todo.

La brusca despedida hirió la sensibilidad de la muchacha. Se levantó y dijo con lentitud:

—Muchas gracias, miss Elinor.

Y salió de la habitación.

Elinor permaneció con los ojos fijos en un punto invisible. Nadie habría podido adivinar los pensamientos que surcaban el cerebro de la joven. Continuó sentada, inmóvil, durante largo rato...

III

Al fin, Elinor fue en busca de Roddy. Le encontró en la sala. Estaba de pie mirando por la ventana. Se volvió bruscamente al entrar Elinor.

Ella dijo:

—¡Ya lo he terminado! Quinientas libras esterlinas para mistress Bishop: ¡ha estado aquí tantos años! Cien para la cocinera y cincuenta para Milly y Olive. Cinco libras esterlinas para cada uno de los otros. Veinticinco para Esteban, el primer jardinero; y, desde luego, algo para el viejo Gerrard, el guarda del pabellón. Todavía no me he ocupado de él. Es un problema... Supongo que habrá que pensionarle.

Hizo una pausa, y luego continuó rápidamente:

—Asigno dos mil libras esterlinas a Mary Gerrard. ¿Crees tú que eso es lo que tía Laura habría querido? Me pareció que era la cantidad apropiada para ella.

Roddy contestó, sin mirarla:

—Sí, en efecto. Siempre has tenido muy buen criterio, Elinor.

Se volvió para mirar de nuevo por la ventana.

Elinor contuvo el aliento un minuto. Luego empezó a hablar nerviosa, precipitada e incoherentemente:

—Hay algo más. Quiero..., es justo..., quiero decir..., que tú recibas la parte que en derecho te pertenece, Roddy.

Cuando él giró sobre sus talones, con una expresión de irritación en el rostro, ella se apresuró a añadir:

—No, escucha, Roddy. ¡No es más que un acto de justicia! El dinero que era de tu tío..., que él dejó a su esposa..., naturalmente suponía que vendría a parar a tus manos. Además, era el propósito de tía Laura. Lo sé por lo que ella me dijo en algunas ocasiones. Y si yo tengo el dinero de ella, tú debes recibir la parte de él; es muy justo. No puedo soportar la idea de que yo pueda haberte robado... simplemente porque tía Laura no quiso hacer testamento. ¡Tú tienes que comprender que esto no es más que justicia!

El rostro largo y sensitivo de Roddy palideció. Dijo:

—¡Dios mío, Elinor! ¿Quieres que yo tenga la impresión de que soy un canalla? ¿Crees por un momento que yo podría..., que yo podría aceptar ese dinero de ti?

—Yo no te lo doy. Es sencillamente un acto de justicia.

Roddy exclamó:

—¡No quiero tu dinero!

—¡No es mío!

—Es tuyo por ley, ¡y esto es lo que importa! Por amor de Dios, trata esto como si fuera un negocio. No quiero tomar ni un céntimo de ti. Espero que no querrás que acepte una limosna.

Elinor exclamó:

—¡Roddy!

Él hizo un rápido gesto.

—¡Ah!, perdona, querida, lo siento. No sé lo que me digo. Estoy tan desconcertado, tan desorientado.

Elinor murmuró suavemente:

—¡Pobre Roddy!...