—¡Mistress Bishop!...
—¡Caram..., miss Elinor!... ¡Qué sorpresa!... ¡Ignoraba que estuviese usted por aquí! Si hubiese sabido que se proponía visitar Hunterbury, la habría esperado en la casa. ¿Quién la atenderá?... ¿Ha traído a alguien de Londres?...
Elinor movió la cabeza.
—No pienso alojarme en la casa. Me hospedo en el King's Arms.
Mistress Bishop miró al edificio que se alzaba frente a ella.
—Tengo entendido que no se está mal ahí. Hay aseo, y la cocina es buena. Pero no es eso a lo que está usted acostumbrada, señorita.
Elinor repuso, sonriente:
—Estoy bastante cómoda. Además, no estaré más que un día o dos. Tengo que sacar varias cosas de la casa: todos los efectos personales de mi tía y varios muebles que me gustaría tener en Londres.
—¿Ha vendido ya la casa, entonces?
—Sí. A un señor llamado Somervell. Nuestro nuevo diputado. Como usted sabe, ha muerto sir George Karr, y este caballero ha resultado elegido.
—Hasta ahora no habíamos tenido en Maidensford más que un diputado conservador —arguyó mistress Bishop.
Elinor añadió:
—Me complace que el comprador de la casa piense vivir en ella. Me habría dado pena que la hubiese convertido en un hotel o la hubiera derribado para volver a edificar de nuevo.
Mistress Bishop cerró los ojos y toda su aristocrática humanidad se estremeció. Opinaba exactamente como Elinor.
—Sí. Habría sido terrible. Ya es lamentable que Hunterbury pase a manos extrañas.
Elinor repuso:
—Tiene usted razón; pero es una casa demasiado grande para vivir... sola en ella.
Mistress Bishop exhaló un suspiro.
Elinor se apresuró a decir:
—Quería preguntarle a usted... ¿Tiene interés por alguno de los muebles? Me causaría un gran placer que lo aceptara usted a título de recuerdo.
El rostro de mistress Bishop irradió satisfacción.
—Bien, miss Elinor..., es usted extraordinariamente amable. Si me atreviese...
Se detuvo, cohibida.
Elinor la animó:
—¡Atrévase!
—Pues bien... Siempre he admirado enormemente el secrétaire que hay en la sala de dibujo. ¡Es tan precioso!
Elinor recordó el mueble. Una obra ostentosa de marquetería. Asintió.
—Es suyo, mistress Bishop. ¿No quiere nada más?
—¡Oh, no, miss Elinor; es usted muy generosa!
Elinor dijo:
—Hay algunas sillas del mismo estilo que el secrétaire. ¿Le gustarían?
Mistress Bishop aceptó las sillas con un balbuceo de reconocimiento. Luego declaró:
—Ahora estoy alojada en el domicilio de mi hermana. ¿Puedo ayudarla en algo allí, en la casa, miss Elinor? Iré con usted si lo desea.
Elinor respondió:
—Se lo agradezco mucho, mistress Bishop, pero no es necesario. Lo que he de hacer no requiere ayuda. Se está mejor sola.
Mistress Bishop repuso:
—Como usted quiera, señorita.
Luego prosiguió:
—La hija de Gerrard está aquí. Ayer tuvo lugar el entierro. Se aloja en casa de miss Hopkins. He oído decir que piensa ir hoy mismo al pabellón.
Elinor asintió con la cabeza.
Dijo:
—Sí. Yo misma le pedí que viniese a recoger todo lo perteneciente a su padre. El mayor Somervell quiere venir a vivir en seguida.
—Ya veo.
Elinor dio un paso atrás.
—Bien, mistress Bishop, tengo que marcharme. Me alegro mucho de verla. Ya tendré en cuenta lo del secrétaire y las sillas.
Estrechó la mano de la antigua ama de llaves y se despidió.
Se dirigió a la panadería y compró un pan. Luego adquirió en la quesería una libra de manteca y cierta cantidad de leche.
Finalmente, entró en la casa del tendero.
—Desearía pasta para emparedados.
—En seguida, miss Carlisle —el mismo mister Abbot se dispuso a atenderla, dando un codazo a su dependiente—. ¿Qué prefiere? ¿Salmón y camarones? ¿Pavo y lengua? ¿Salmón y sardinas? ¿Mermelada y lengua?
Al mismo tiempo fue sacando bote tras bote y alineándolos sobre el mostrador.
Elinor dijo con leve sonrisa:
—A pesar de su denominación, yo creo que tienen todos el mismo gusto.
Mister Abbot asintió inmediatamente.
—Sí, en efecto; en cierto modo, sí. Pero son muy sabrosos, muy sabrosos.
Elinor declaró:
—Es peligroso ingerir esas pastas de pescado. Se han dado muchos casos de envenenamiento por su causa.
Mister Abbot adoptó una expresión de horror.
—Puedo asegurarle a usted que este surtido es excelente... y de confianza. Jamás hemos recibido queja alguna.
Elinor dijo:
—Déme uno de salmón y anchoas y otro de salmón y camarones. Gracias.
II
Elinor Carlisle penetró en los dominios de Hunterbury por la puerta posterior.
Era un día de estío, claro y caluroso. Veíanse los guisantes de olor en flor. Elinor pasó rozando una fila de ellos. El ayudante del jardinero, Horlick, que había permanecido en su puesto para cuidar el jardín, la saludó respetuosamente:
—Buenos días, señorita. Recibí su carta. Encontrará abierta la puerta lateral. He descorrido las persianas y he dejado abiertas la mayoría de las ventanas.
Elinor dijo:
—Gracias, Horlick.
Cuando la joven se alejaba, el muchacho corrió tras ella diciendo nerviosamente, mientras que la nuez ascendía y descendía en su garganta en forma espasmódica:
—Perdóneme, señorita...
Elinor se volvió.
—¿Qué desea?
—¿Es verdad que ha vendido la casa?... Es decir..., ¿han cerrado ya la venta?
—Sí.
Horlick continuó, tartamudeando:
—Desearía..., señorita..., que usted... me... recomendara al ma...yor Somervell. Necesitará un... jardinero..., sin duda... Tal vez crea que yo soy todavía demasiado joven... para ser... jardinero... pri... me... ro... Pero, como usted sabe, he estado al servicio de mister Stephens durante cuatro años y puedo arreglármelas muy bien yo solo con todo este jardín...
Elinor prometió:
—Haré lo que pueda por usted, Horlick. De todas formas, tenía la intención de elogiar sus conocimientos de jardinería ante el nuevo dueño de Hunterbury.
El rostro de Horlick adquirió la tonalidad de la púrpura.
—Muchas gracias, señorita. Es usted muy bondadosa. Me ha quitado usted un peso de encima. Ya ve: la muerte repentina de su señora tía... y la venta de Hunterbury me tenían muy preocupado... Además, pienso casarme el próximo otoño y... querría asegurarme...
Se interrumpió.
Elinor dijo amablemente:
—Espero que el mayor Somervell aceptará sus servicios. Confíe en que yo haré todo cuanto esté en mi mano.
—Gracias, señorita... Todos esperábamos que la finca sería conservada por la familia... Gracias, señorita.
Elinor se alejó.
De pronto, como el vapor de una caldera que estalla, una ola de cólera, de resentimientos indescriptibles, la inundó: «Todos esperábamos que la finca sería conservada por la familia...»
Roddy y ella debían haber vivido allí. ¡Roddy y ella!
...A Roddy le habría gustado. Y ella habría vivido en aquella casa por amor a Roddy. Ambos habían amado siempre Hunterbury... ¡Querido Hunterbury!... En los años que precedieron a la muerte de sus padres, cuando éstos estuvieron en la India, ella venía a pasar allí sus vacaciones, había jugado en el bosque, vadeando los arroyuelos, arrancando los guisantes en flor hasta formar grandes brazadas... Recordaba cuando comía uvas y grosellas hasta saciarse y frambuesas lustrosas de color rojo oscuro... Luego, las manzanas..., y los escondrijos secretos en que se ocultaba con un libro y leía horas y horas...
Ella había amado Hunterbury... Siempre había alimentado la esperanza de poder vivir allí permanentemente... algún día... Tía Laura la había animado a esta idea. Con palabras y frases como éstas: «Algún día, Elinor, harás cortar esos tejos... ¡Son algo sombríos, tal vez!... ¡Tú te encargarás de que te lo hagan!»