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Repuso:

—Pero ¿no es algo inmoral lo que usted dice? Llegar a la verdad, sí, siempre me interesa. Pero la verdad es un arma de dos filos. ¿Y si encontrase algunos hechos en contra de la muchacha? ¿Pide usted que los suprima?

Lord se incorporó. Estaba muy pálido.

Exclamó:

—¡Eso es imposible! Nada de lo que usted encuentre puede perjudicarle más que los hechos conocidos ya. ¡La comprometen! ¡La acusan! ¡Hay numerosas pruebas evidentes que la acusan! ¡Usted no podría encontrar nada que pudiera comprometerla más de lo que ya está! Yo le pido a usted que emplee todo su ingenio. Stillingfleet dice que usted es sumamente ingenioso para encontrar una salida, una coartada, una posible alternativa.

Hércules Poirot repuso:

—Seguramente sus abogados harán eso.

—¿Sus abogados? —dijo el joven, y rió desdeñosamente—. ¡Están derrotados antes de empezar! ¡Opinan que es inútil, que no hay ninguna esperanza! Han designado a Bulmer, el abogado de las causas perdidas, lo cual es ya un hecho grave, desesperado: una confesión. El abogado sentimental, para que resalte la juventud de la acusada. Pero el juez no se quiere dejar sobornar. ¡No hay la menor esperanza!

Hércules Poirot preguntó:

—Suponiendo que ella sea culpable, ¿todavía querrá usted que la absuelvan?

Peter Lord contestó quedamente:

—Sí.

Hércules Poirot se movió de su asiento.

Declaró:

—Usted me interesa...

Un minuto o dos después añadió:

—Creo que sería mejor que usted me explicase la situación, los hechos del caso.

—¿No ha leído usted nada en la Prensa?

Hércules Poirot agitó una mano.

—Sí, una reseña, una mención breve. Pero los periódicos son tan inexactos, que nunca me guío por lo que ellos dicen.

Lord explicó:

—Es muy sencillo. Horriblemente sencillo. Esta muchacha, Elinor Carlisle, acababa de heredar una casa cerca de aquí, Hunterbury Hall, y una fortuna de su tía, que murió sin hacer testamento. La tía se llamaba Welman. La tía tenía un sobrino: Roderick Welman. Éste tenía relaciones con Elinor Carlisle, estaba prometido a ella, una cosa ya antigua, pues se han conocido de niños. Había una muchacha en Hunterbury Halclass="underline" Mary Gerrard, hija del conserje. Mistress Welman había cobrado afecto a la chiquilla, le costeó una educación, etcétera. En consecuencia, la muchacha exteriormente era una señorita. Al parecer, Roderick Welman se enamoró de ella. Y el compromiso con Elinor Carlisle se rompió.

»Ahora vamos a los hechos. Elinor Carlisle puso en venta la finca, y un hombre llamado Somervell la compró. Elinor bajó para recoger los efectos personales de su tía. Mary Gerrard, cuyo padre acababa de fallecer, estaba desalojando el pabellón. Esto nos lleva a la mañana del veintisiete de julio.

»Elinor Carlisle se hospeda en la fonda del pueblo. En la calle encontró a la antigua ama de llaves, mistress Bishop. Ésta se ofreció a acompañarla a la casa para ayudarla. Elinor rehusó, con cierta vehemencia. Luego entró en la tienda de comestibles y compró un poco de pasta de pescado, y allí hizo una observación referente a la intoxicación de los alimentos. ¿Comprende usted? ¡Una cosa por completo inocente; pero, desde luego, es un dato acusatorio! Fue a la casa, y a eso de la una bajó al pabellón, donde Mary Gerrard estaba ocupada con la enfermera del distrito, una mujer muy curiosa, llamada Hopkins, que la ayudaba. Elinor les dijo que tenía unos emparedados en la casa. Subieron las tres a la casa, comieron emparedados, y cosa de una hora más tarde me llamaron y encontré a Mary Gerrard que había perdido el conocimiento. Hice cuanto pude, pero fue en vano. La autopsia reveló que la muchacha había ingerido una fuerte dosis de morfina poco antes. Y la Policía encontró un trozo de etiqueta que decía: «Hidrocloruro de morfina», precisamente donde Elinor Carlisle había estado preparando los emparedados.

—¿Qué más comió o bebió Mary Gerrard?

—Ella y la enfermera del distrito tomaron té con los emparedados. La enfermera lo preparó y Mary lo sirvió. No hubo nada más. Desde luego, tengo entendido que el abogado defensor se extenderá sobre el punto de los emparedados, haciendo resaltar como dato muy importante que las tres comieron y, por consiguiente, resulta imposible que sólo una persona fuese envenenada. Recordará usted que eso fue lo que alegaron en el caso Hearne.

Poirot movió afirmativamente la cabeza. Observó:

—Pero, en realidad, es muy sencillo. Se preparan los emparedados. En uno de ellos está el veneno. Usted ofrece el plato. En nuestro estado de civilización, es costumbre que la persona a quien se ofrece el plato tome el emparedado más cercano a ella. ¿Supongo que Elinor Carlisle presentó el plato a Mary Gerrard primero?

—Exacto.

—¿Aunque la enfermera, que era una mujer de más edad, se encontraba en la habitación?

—Sí.

—Esto no presenta buen cariz.

—En realidad, no significa nada. No se guarda mucha etiqueta en un refrigerio tan ligero, una simple merienda improvisada.

—¿Quién cortó los emparedados?

—Elinor Carlisle.

—¿Había alguien más en la casa?

—Nadie.

Poirot movió la cabeza.

—Esto presenta mal aspecto. ¿Y la muchacha no tomó nada más que el té y los emparedados?

—Nada más. El contenido del estómago nos lo demuestra.

Poirot observó:

—¿Se ha sugerido que Elinor Carlisle esperaba que la muerte de la muchacha se atribuyera a la intoxicación de los alimentos? ¿Cómo se proponía ella explicar el hecho de que tan sólo un miembro del grupo fuese afectado?

Lord repuso:

—Suele suceder así en ocasiones. Además, había dos botes de pasta de aspecto muy parecido. Se ha expuesto la hipótesis de que uno de los botes estaba bien y que, por una coincidencia, Mary comió toda la pasta mala.

—Un interesante estudio de la ley de probabilidades —observó Poirot—. Las probabilidades matemáticas en contra de que eso pueda suceder son muy grandes, me parece. Pero hay otro punto: si había de sugerirse una intoxicación por alimentos, ¿por qué no escoger un veneno diferente? Los síntomas de la morfina no son en modo alguno similares a los de una intoxicación producida por alimentos en mal estado. ¡Seguramente que la atropina hubiera sido una elección mejor!

El doctor Lord dijo lentamente:

—Sí, es verdad. Pero hay algo más. ¡Esa maldita enfermera jura que perdió un tubo de morfina!

—¿Cuándo?

—¡Oh! Unas semanas antes: la noche en que mistress Welman falleció. La enfermera declara que dejó su maletín en el recibidor y echó de menos un tubo de morfina por la mañana. Todo ello es pura invención. Probablemente se le rompió en casa y se olvidó de ello.

—¿Ella lo ha recordado sólo cuando la muerte de Mary Gerrard?

Lord respondió de mala gana:

—En realidad, ella lo mencionó oportunamente a la enfermera de guardia.

Hércules Poirot miraba con cierto interés a Peter Lord.

Dijo suavemente:

—Creo, mon cher, que hay algo más, algo que usted no me ha dicho aún.

Lord repuso:

—¡Ah, bueno! Será mejor que se lo diga todo. Han solicitado permiso de exhumación y van a desenterrar a mistress Welman.

Poirot preguntó:

—Eh bien?

—Cuando lo hagan, probablemente encontrarán lo que buscan: ¡morfina!

—¿Usted lo sabía?

El doctor Lord, con el rostro pálido bajo las pecas, murmuró:

—Lo sospechaba.

Hércules Poirot palmoteo en el brazo de su sillón. Exclamó:

Mon Dieu! ¡No le comprendo a usted! ¿Usted sabia cuando ella murió que había sido asesinada?

Peter Lord gritó: