—¡Cielos, no! ¡Jamás se me ocurrió semejante cosa! Pensé que ella misma se lo había administrado.
Poirot se hundió en su sillón.
—¡Ah! Usted pensó eso...
—¡Naturalmente que sí! Ella me había hablado al respecto. Me preguntó más de una vez si no podía «terminar con ella». Era una mujer que detestaba las enfermedades, el verse reducida a la impotencia... lo que ella llamaba la indignidad de encontrarse tendida, asistida como si fuera una criatura. Y era una mujer muy resuelta.
Permaneció silencioso un momento; luego continuó:
—Su muerte me sorprendió. No la esperaba. Hice salir a la enfermera y practiqué una investigación. Naturalmente, era imposible asegurarse del motivo de la muerte sin hacer la autopsia. Pero pensé: «¿Para qué?» No conseguiríamos más que provocar un escándalo. Era preferible firmar el certificado de defunción y dejar que la enterraran en paz. Después de todo, yo no estaba muy seguro. Tal vez hice mal... Pero jamás pensé que la hubiesen asesinado. Estaba convencido de que había sido ella misma la que aceleró su muerte.
Poirot preguntó:
—¿Cómo cree que obtuvo la morfina?
—No tengo la menor idea. Pero créame usted, era una mujer astuta e inteligente, con mucho de ingenuidad y notable determinación.
—¿Pudo conseguirla de alguna de las enfermeras?
Lord movió la cabeza.
—¡Ni pensarlo! ¡Usted no conoce a las enfermeras!
—¿Y de sus familiares?
—Es posible. Tal vez apeló a sus buenos sentimientos.
Hércules Poirot dijo:
—Me ha dicho usted que murió sin testar. ¿Habría hecho testamento si hubiese vivido?
El doctor Lord hizo una mueca de disgusto.
—Quiere usted apretar todos los resortes, ¿eh? Sí. Estaba dispuesta a otorgar testamento, lo deseaba apremiantemente. No podía hablar, pero se hacía entender. Elinor Carlisle fue encargada de telefonear al abogado a la mañana siguiente.
—Luego Elinor sabía perfectamente que su tía quería hacer testamento, ¿eh? Y, al morir sin hacerlo, toda su fortuna iría a parar a Elinor. ¿No es así?
Lord se apresuró a declarar:
—Ella no sabía eso. No tenía la menor idea de que su tía no hubiese hecho testamento.
—Eso, amigo mío, eso es lo que ella dice. Es probable que lo supiese.
—Pero, Poirot..., ¿es usted fiscal?
—En este momento, sí. Debo saber todo lo que la acusa. ¿Pudo Elinor coger la morfina de la cartera de cuero?
—Sí. Pero también pudo hacerlo otro cualquiera. Roderick Welman... La enfermera O'Brien... Uno de los criados...
—¡O el doctor Lord!
Lord abrió los ojos, asombrado. Exclamó:
—¡Cla... ro que sí!... ¿Qué es lo que piensa?
—Tal vez por compasión...
Lord movió la cabeza.
—No... Nada de eso... Debe usted creerme.
Hércules Poirot se arrellanó en su asiento. Dijo:
—Formularemos una hipótesis. Supongamos que Elinor cogió la morfina de la cartera de la Hopkins y la administró a su tía. ¿Se dijo algo de la pérdida de la morfina?
—A los de la casa, no. Las enfermeras lo mantuvieron en secreto.
Poirot preguntó:
—¿Qué cree usted que hará el tribunal?
—¿Quiere usted decir si encontraran morfina en el cuerpo de mistress Welman?
—Precisamente.
Lord declaró, ceñudo:
—Es posible que si Elinor es declarada inocente de este crimen, sea acusada del asesinato de su tía.
Poirot dijo pensativamente:
—Los motivos son muy diferentes; es decir, en el caso de mistress Welman, el móvil era el lucro... Mientras que en el de Mary Gerrard se supone que han sido los celos.
—Cierto.
Poirot preguntó:
—¿Cómo desarrollará el caso la defensa?
Lord repuso:
—Bulmer se propone fundamentar su tesis en que no pudo existir motivo alguno. Expondrá la teoría de que el enlace proyectado por Roderick y Elinor se debía a instigaciones de la difunta. No existía amor alguno entre ellos, y si aceptaron la idea de la boda fue para complacer a mistress Welman; y deshicieron el proyecto, a la muerte de aquélla, de mutuo acuerdo. Roderick Welman lo declarará así. Creo que casi está convencido de que es la verdad.
—¿No cree que Elinor le haya amado?
—Así es.
—En ese caso —afirmó Poirot—, ella no tenía motivo alguno para envenenar a Mary Gerrard.
—Cierto.
—Entonces, ¿quién la asesinó?
—¿Quién sabe?
Hércules Poirot movió la cabeza, apesadumbrado.
—C'est difficile.
Lord expuso en tono vehemente:
—Dígame, Poirot... Si no fue ella, ¿quién lo hizo? Tenemos el té, pero tanto la enfermera Hopkins como Mary bebieron de él. La defensa sugerirá que Mary Gerrard ingirió la morfina cuando quedó sola en la habitación... Es decir, que se suicidó...
—¿Tenía algún motivo para suicidarse?
—Que yo sepa, no.
—¿Tenía predisposición al suicidio?
—No.
Poirot dijo:
—¡Descríbame a esa Mary Gerrard!
Lord reflexionó un instante.
—Era... una criatura preciosa... Eso es, una criatura preciosa.
Poirot suspiró. Dijo en voz que parecía un murmullo:
—¿Se enamoró Roderick de ella porque era una criatura preciosa?
Lord sonrió.
—Ya sé lo que usted piensa... No. Era hermosa de verdad.
—¿Y usted mismo?... ¿No experimentaba usted también la atracción de su belleza?
Lord se le quedó mirando, asombrado.
—¿Yo?... ¡No, por Dios!
Hércules Poirot reflexionó durante varios segundos.
Luego dijo:
—Roderick Welman afirma que no le unía a Elinor más que una buena amistad. ¿Lo cree usted?
—¿Cómo diablos quiere usted que yo lo sepa?
Poirot movió la cabeza.
—Usted me dijo cuando entró aquí que Elinor Carlisle había tenido el mal gusto de enamorarse de un asno narigudo y arrogante. Me parece que ésa es la descripción de Roderick Welman. Luego le quería.
Lord exclamó, desesperado:
—¿Y qué?... ¡Sí, le quería!... ¡Le quiere aún!
Poirot aseguró pausadamente:
—Entonces, había un motivo...
Peter Lord se aproximó al detective con el rostro congestionado por la ira.
—Bueno, ¿y qué?... Es posible que lo hiciera ella... Pero no me importa en absoluto.
Poirot dijo:
—¡Bien!
—Sin embargo, no quiero que la cuelguen. Suponiendo que la desesperación la empujara a cometer ese crimen... El amor puede hacer de un canalla un hombre honrado..., puede llevar a un hombre probo e intachable al patíbulo... Supongamos que ella lo hiciese. ¿No quiere usted compadecerse de ella?
Hércules Poirot declaró:
—Yo no apruebo el asesinato.
Lord se quedó mirándolo con fijeza, y desvió la vista; luego le miró otra vez, y, finalmente, prorrumpió en una carcajada.
—¡No he visto en mi vida a nadie tan presuntuoso!... ¿Quién le pide a usted que lo apruebe? ¡No pretendo que usted mienta!... ¡La verdad es verdad siempre! ¿No es así?... Si usted consigue encontrar un indicio favorable a un acusado, ¿lo suprimirá porque lo considere culpable?
—Claro que no.
—Entonces, ¿por qué no puede hacer lo que le pido?
Hércules Poirot afirmó con una sonrisa:
—Amigo mío, estoy dispuesto a hacerlo...
2
LA AGUJA APUNTA AL MISMO NOMBRE
El doctor Lord le miró con fijeza, sacó un pañuelo, con el que enjugó su rostro, y se hundió en una butaca.
—¡Dios mío! —exclamó—. ¡Ha terminado usted con mis nervios! ¡No podía imaginar cuáles eran sus propósitos!