«...Si no están firmemente convencidos de las pruebas acumuladas sobre la culpabilidad de la acusada... Si no creen que Elinor Carlisle administró a Mary Gerrard una dosis mortal de morfina en la mañana del veintisiete de julio, deben dictar veredicto de inculpabilidad.
»Este ministerio fiscal ha confirmado que la única persona que tuvo la oportunidad de envenenar a Mary Gerrard fue la acusada. La defensa intenta probar que existieron otras alternativas. Hay la teoría de que Mary Gerrard se haya suicidado; pero la única prueba que sustenta esa hipótesis es el hecho de que Mary Gerrard otorgara testamento poco antes de morir. No hay la menor convicción de que la interfecta fuese lo suficientemente desgraciada o se hallase en un estado de depresión anímica tal que la empujase al suicidio. Se ha sugerido que la morfina pudo ser introducida en los emparedados por cualquier otra persona que hubiese entrado en la despensa cuando Elinor Carlisle se dirigió al pabellón. En este caso, el veneno estaba destinado a Elinor Carlisle, y la muerte de Mary Gerrard se debió a un accidente. La tercera alternativa, la última sugerida por la defensa, es que otra persona tuvo idéntica oportunidad de administrar la morfina y que, en este último caso, el veneno fue introducido en el té y no en los emparedados. En apoyo de esta teoría, la defensa ha presentado al testigo Littledale, quien ha jurado que el fragmento de papel encontrado en la despensa formaba parte de una etiqueta adherida a un tubo que contenía clorhidrato de apomorfina, un emético activísimo. Ya han examinado ustedes los dos modelos de etiquetas. A mi juicio, la Policía ha pecado de negligencia al no identificar con exactitud la etiqueta a que pertenecía el trozo de papel hallado y asegurar que era de una etiqueta adherida a un tubo de morfina.
»La testigo Hopkins ha afirmado que se arañó la muñeca en un rosal junto al pabellón. El testigo Wargrave ha examinado el rosal en cuestión, y carece de espinas. Ustedes decidirán cuál fue la causa del arañazo de la muñeca de la enfermera Hopkins y el motivo de su mentira.
»Si el ministerio fiscal les ha convencido de que la acusada y nadie más que ella fue la autora del crimen, deben declararla culpable.
»Si la teoría sustentada por la defensa es posible y se halla de acuerdo con las pruebas suministradas, la acusada debe ser puesta en libertad.
»Ruego a ustedes que reflexionen conscientemente antes de pronunciar su veredicto, teniendo en cuenta solamente las pruebas expuestas ante ustedes.
»He terminado, señores del Jurado.»
III
Elinor fue conducida nuevamente a la sala.
—Señores del Jurado, ¿han llegado a un acuerdo respecto al veredicto?
—Sí.
—¡Miren a la acusada y pronuncien su fallo!
—¡Inocente!
5
UN HOMBRE CONSOLADOR
La sacaron por una puerta lateral.
Diose cuenta de infinidad de rostros sonrientes que la felicitaban. Roddy..., el detective de los grandes bigotes...
Pero fue a Lord a quien ella se volvió.
—Sáqueme de aquí —dijo.
Subieron al pequeño Daimler y abandonaron Londres.
Ninguno de los dos pronunció una palabra durante largo rato.
Cada minuto la llevaba más y más lejos...
Una vida nueva...
Eso era lo que ella necesitaba...
Una vida nueva...
Dijo de pronto:
—Quiero..., quiero ir a cualquier sitio tranquilo..., apartado..., donde no vea caras humanas...
Peter Lord murmuró en voz muy tenue:
—Ya he pensado en eso. Irá usted a un sanatorio. Un lugar reposado... Jardines encantadores... No le molestará nadie...
Ella susurró:
—Eso es lo que me hace falta.
Era su práctica de doctor, su conocimiento de la naturaleza humana, lo que le hacía comprender. Él lo sabía, y por eso no la molestaba. Era maravilloso encontrarse ahora allí con él, fuera de Londres, camino de un lugar reposado y recogido. Quería olvidar..., olvidar todo. Todo lo sucedido carecía de realidad. Todo se había desvanecido..., todo había terminado: la vida pasada y los antiguos sentimientos. Ahora era una criatura nueva, extraña, desamparada. Tenía que empezar a vivir de nuevo.
Era consolador sentirse junto al doctor Lord.
Ya habían salido de Londres. Atravesaban ahora los suburbios.
Ella dijo, al fin:
—¡Fue usted...., sólo usted!...
Peter Lord murmuró:
—No... Fue Hércules Poirot. Es un taumaturgo.
Pero Elinor movió la cabeza. Dijo obstinadamente:
—Fue usted. Usted le hizo venir y averiguar la verdad.
Peter gruñó:
—Bien, es verdad; yo le hice venir...
Elinor inquirió:
—¿Sabía usted que no lo había hecho yo, o no estaba seguro?
Peter afirmó simplemente:
—Jamás he estado tan seguro de una cosa.
—¿Sabe usted por qué estuve a punto de decir culpable cuando me preguntaron? Porque había pensado en hacerlo. Lo pensé, en efecto, aquel día..., cuando usted me sorprendió riendo.
—Lo sabía.
Elinor murmuró, asombrada:
—¡Qué extraño me parece ahora! ¡Fue como una especie de sugestión! Cuando compré la pasta y confeccioné los emparedados, pensaba: «He mezclado veneno con esto, y cuando ella lo coma morirá. Y Roddy volverá a mí.» Y este pensamiento me acuciaba.
Peter Lord dijo:
—A veces estas cosas son beneficiosas para los seres excesivamente imaginativos... Vienen a ser como las exudaciones de nuestro organismo...
Elinor exclamó:
—¡En efecto, así fue!... ¡La idea negra desapareció tan de repente como había venido! Cuando aquella mujer mencionó el rosal del jardín, recobré la noción de todo.
Luego, con un estremecimiento, prosiguió:
—Cuando llegué a la salita y la vi muerta..., no, moribunda..., pensé: "¿Hay mucha diferencia, después de todo, entre hacer una cosa y pensarla?»
—¡Claro que la hay, y enorme! Pensar en un asesinato no hace daño a nadie. Hay quien tiene ideas absurdas sobre eso. Quien cree que pensar en cometer un asesinato es lo mismo que planearlo... No lo es, no. Cuando se ha estado pensando durante largo rato en ello, desaparece la idea negra y se da cuenta de la tontería...
Elinor exclamó jovialmente:
—¡Es usted realmente consolador!
Peter Lord dijo incoherentemente:
—Nada de eso. Poseo sentido común...
Elinor repuso, con lágrimas en los ojos:
—Allí, en la sala, no apartaba los ojos de usted. Me daba valor. Parecía usted tan ordinario —y añadió—: Soy demasiado ruda.
Él dijo:
—La comprendo. Cuando se encuentra uno en medio de una pesadilla, son las cosas ordinarias las que nos dan esperanza. A veces, lo ordinario es lo mejor. Yo siempre lo he creído así.
Por primera vez desde que subieron al coche, ella volvió la cabeza para mirarle.
La contemplación de su rostro no le causó la sensación que siempre experimentaba al mirar al de Roddy... Entonces le daba una impresión confusa de dolor y placer... Ahora sentía consuelo y calor...
Ella pensó: «¡Qué rostro más simpático... y gracioso... y consolador!»
Atravesaron una verja, y después de dar varias vueltas se detuvieron frente a un edificio blanco que se alzaba al pie de una colina.
Él aseguró con gravedad:
—Aquí estará muy bien... Nadie la molestará...
Impulsivamente, la muchacha asió el brazo del médico. Dijo:
—¿Vendrá usted a verme?
—Sí... Naturalmente.
—¿Con frecuencia?
—Con tanta frecuencia como usted quiera —dijo Lord, mirándola a los ojos.
Y ella replicó:
—Venga entonces... todos los días.