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Hizo una pausa, y luego prosiguió:

—Una vez vista la verdad con los ojos del espíritu, el resto era sencillísimo. La rapidez con que se efectúan los viajes aéreos hizo posible que viniese un testigo de Nueva Zelanda, que conocía perfectamente a Mary Draper, y declarase ante el tribunal.

Peter Lord replicó:

—¿Y si se hubiese equivocado...? ¿Si la enfermera Hopkins y Mary Draper hubiesen sido dos personas distintas?

Poirot repuso con frialdad:

—¡Yo no me equivoco nunca!

Peter Lord lanzó una carcajada.

El detective prosiguió:

—Amigo mío... Ahora sabemos bastantes cosas de esa Mary Riley o Draper... La Policía de Nueva Zelanda carecía de pruebas suficientes para formular una acusación formal contra ella. Sin embargo, llevaban vigilándola algún tiempo cuando ella abandonó repentinamente el país. Había un paciente suyo, una anciana señora, que dejó a su querida enfermera Riley un pequeño legado, y el médico que la asistió observó algo extraño en su muerte repentina. El esposo de Mary Riley se había asegurado la vida en una cantidad elevada. Su muerte fue tan repentina como inesperada. Desgraciadamente para la viuda, el fallecido esposo había olvidado pagar la póliza del seguro y ella no cobró ni un céntimo. Tal vez haya habido otras muchas muertes. Lo cierto es que se trata de una mujer que carece de remordimientos.

»Podemos imaginarnos sin gran esfuerzo las posibilidades que le sugirió la carta de su hermana. Cuando vio que Nueva Zelanda se le estaba quedando estrecha, como vulgarmente se dice, se vino a este país y se estableció con el nombre de Hopkins, antigua colega suya en el hospital, que murió en el extranjero.

»Su objetivo era Maidensford. Tal vez pensara, en principio, en el chantaje, pero mistress Welman no era de esas mujeres pusilánimes que se dejan estafar impunemente, y la enfermera Riley o Hopkins no lo intentó siquiera. Sin duda, practicó sus averiguaciones y descubrió que mistress Welman era muy rica y adivinó, o llegó a saber por cualquier conducto, que todavía no había hecho testamento.

»Así, pues, aquella noche de junio en que la enfermera O'Brien le dijo que mistress Welman había hecho llamar a su abogado para la mañana siguiente, la Hopkins no vaciló. Mistress Welman debía morir sin testar, para que su ilegítima hija heredara toda su fortuna. Hopkins ya había trabado amistad con Mary Gerrard y había adquirido gran ascendiente sobre ella. Todo lo que tenía que hacer ahora era convencer a la muchacha para que otorgara testamento a favor de la hermana de su madre, y le dictó las palabras precisas con que debía redactarlo, con todo cuidado. No mencionó para nada el parentesco. Simplemente, lo destinaba todo a Mary Riley, hermana de Elisa Riley. Cuando estampó su firma al pie del documento, Mary no podía pensar que había firmado su sentencia de muerte. La mujer no tenía más que esperar la oportunidad... Ya había pensado en el arma que había de emplear para cometer el crimen, con el uso de la apomorfina para asegurar su coartada. Se proponía, tal vez, atraer a Elinor y Mary a su propia casa; pero cuando Elinor fue a invitarlas a ir a Hunterbury, para acompañarla a tomar unos emparedados, vio el cielo abierto. Las circunstancias acusarían a Elinor sin que pudiera tener la menor probabilidad de defenderse.

Peter Lord murmuró:

—Si no hubiese sido por usted, la habrían condenado.

Hércules Poirot se apresuró a replicar:

—No; es a usted, amigo mío, a quien tiene que agradecer el haber conservado la vida.

—¿A mí?... Yo no hice nada... Me esforcé...

Se interrumpió.

Hércules sonrió débilmente.

—Eso es... Se esforzó usted en convencerme de que era inocente... Usted se impacientaba al ver que yo no parecía avanzar un paso en el camino emprendido... Llegó a temer que fuese culpable, a pesar de todo... Y por esa razón tuvo la impertinencia de engañarme también. ¡Ah, mon cher, para eso carece usted de aptitud!... Le aconsejo que se dedique con todo entusiasmo a combatir el sarampión y la tos ferina, pero deje para siempre las aficiones detectivescas.

Peter Lord se sonrojó. Dijo:

—¿Se dio usted cuenta... desde... el primer momento?

Poirot afirmó con severidad:

—Mais oui... Usted me llevó de la mano a aquel lugar frente a la ventana y me ayudó a encontrar una caja de cerillas que había puesto allí poco antes... C'est l'enfantillage!

Peter Lord hizo un guiño. Gruñó:

—¡Continúe!

Poirot preguntó:

—Habló usted con el jardinero y se las arregló de forma que me dijese que había visto su coche en la calzada. Entonces afirmó usted que el coche no era suyo. Y aún trató de convencerme de que fue un extranjero que estuvo allí aquella mañana.

—Fui un idiota —confesó Peter Lord.

—Peter Lord —dijo Poirot con una sonrisa burlona—, ¿que estuvo usted haciendo aquella mañana en Hunterbury Hall?

El doctor se sonrojó.

—Me... va... a... creer... tonto. Supe que ella había venido y me apresuré a ir a la casa... No pretendía hablar con ella..., sino verla. Desde los matorrales la estuve observando mientras permaneció en la despensa, y la vi cortando el pan y la manteca...

—Carlota y Wehther... Siga usted, amigo mío.

—No hay nada más... Estuve allí hasta que salió para irse al pabellón.

Poirot dijo suavemente:

—¿Se enamoró usted de Elinor Carlisle el primer día que la vio?

—Creo que sí.

Hubo un largo silencio.

Peter Lord dijo:

—Bueno, supongo que ahora ella y... Roderick Welman serán felices... juntos.

Hércules Poirot dijo:

—Usted no cree nada de eso, amigo mío.

—¿Por qué no? Ella le perdonará lo de Mary Gerrard. Fue un capricho pasajero por parte de él...

Hércules Poirot afirmó con gravedad:

—Hay que profundizar mucho más en los sentimientos humanos de lo que usted lo hace, mon cher... Cuando una persona ha estado a punto de entrar en el valle sombrío de la muerte y vuelve a la luz del sol..., entonces empieza una vida totalmente nueva... El pasado desaparece...

Poirot hizo una pausa y continuó:

—Una vida nueva... Eso es lo que Elinor Carlisle empieza ahora... y es usted el que le ha dado esa vida.

—No.

—Sí. Fue su determinación..., su insistencia, lo que me impelió a satisfacer sus deseos. Además, confiéselo... ¿No le ha expresado ella su gratitud?

Peter Lord dijo pausadamente:

—Sí... En efecto... Me ha expresado su agradecimiento y... me ha... dicho que vaya a verla con frecuencia.

—Sí... Le necesita.

Peter Lord dijo con vehemencia:

—Pero ¡no tanto como necesita... a... él!

Hércules Poirot movió la cabeza.

—Ella no necesitó nunca a Roderick Welman... Le amaba, sí... Tal vez desesperadamente.

Peter Lord hizo una mueca de despecho al afirmar:

—Como no me amará a mí jamás.

Hércules Poirot asintió suavemente:

—Peut etre non... Pero le necesita a usted, amigo mío, porque sólo con usted verá de nuevo con agrado el mundo...

Peter Lord no respondió.

La voz de Poirot tenía tonalidades exquisitas cuando dijo:

—¿Por qué no acepta los hechos tal como están?... Ella amaba a Roderick Welman... Pero sólo con usted podrá ser feliz...

[1] Como todo el mundo sabe, dos en inglés es two (que se pronuncia tu). De aquí la analogía entre la matrícula del coche y Miss Tou-Tou. (N. del T.)