—¡Buenas tardes, doctor! —dijo casi sin aliento.
—Buenas tardes, señorita.
El doctor las acompañó hasta la habitación de la enfermera O'Brien y les dio algunas instrucciones. La Hopkins debía permanecer allí toda la noche, turnándose con su colega.
—Mañana sin falta enviaré otra enfermera que pueda quedarse aquí por las noches. La epidemia de difteria nos ha dejado sin enfermeras en el hospital.
Después de transmitirles sus órdenes, que ellas escucharon con reverente atención, el doctor Lord descendió la escalera dispuesto a recibir a los sobrinos de mistress Welman, que no podían tardar en llegar.
En el vestíbulo se encontró con Mary Gerrard. Su carita pálida tenía una expresión de ansiedad.
—¿Está mejor, doctor?
—Pasará una noche tranquila. Eso es todo lo que puedo asegurar.
—Es... cruel..., injusto... —dijo la joven entrecortadamente.
—Sí... Desde luego —asintió el doctor, enternecido—. Me parece... —Se interrumpió.
—¡Ahí está el coche!
Salió al vestíbulo. Mary descendió la escalera corriendo.
Elinor exclamó al entrar en el gabinete:
—¿Está grave, doctor?
—Me temo que va a producirle una impresión terrible, señorita. La parálisis se ha extendido. No es posible entender lo que habla. Está preocupadísima por algo que se refiere a su abogado. ¿Sabe usted quién es, miss Carlisle?
—Mister Seddon..., que vive en Bloomsbury Square. Pero no estará allí a esta hora, y no sé la dirección de su domicilio particular.
—No hay prisa... Estoy preocupado únicamente al ver la ansiedad de la enferma, y quiero que se tranquilice lo más pronto posible. ¿Quiere usted subir conmigo a ver si lo conseguimos?
—Naturalmente.
Roddy preguntó:
—Yo no soy imprescindible, ¿verdad?
Estaba avergonzado de sí mismo, pero tenía verdadero horror a los enfermos... No se sentía capaz de ver a su tía esforzándose por pronunciar palabras ininteligibles.
El doctor Lord le tranquilizó:
—No es absolutamente necesaria su presencia, señor. Y no es conveniente que haya muchas personas en su habitación.
Roddy exhaló un suspiro de consuelo.
Cuando el doctor y Elinor llegaron al dormitorio de la enferma, la enfermera O'Brien se hallaba junto a ella.
Laura Welman, respirando fatigosamente, estaba sumida en una especie de sopor. Elinor se sentó al borde de la cama y permaneció unos segundos contemplando aquel rostro demacrado y convulso.
De pronto, el párpado derecho de mistress Welman se alzó después de temblar un instante. Un cambio imperceptible se operó en su rostro al reconocer a su sobrina.
Intentó hablar.
— ¡Elinor...!
La joven lo adivinó por el movimiento de los torcidos labios.
Respondió rápidamente:
—Aquí estoy, querida tía. ¿Estás preocupada por algo? ¿Quieres que vaya a buscar a mister Seddon?
Otro de aquellos sonidos roncos. Elinor adivinó su significado.
Dijo:
—¿Mary Gerrard?
Lentamente la mano derecha de la anciana se movió en señal de asentimiento.
Un murmullo apagado surgió de los labios de la enferma. El doctor Lord y Elinor se miraron perplejos. Mistress Welman repitió una y otra vez los sonidos inarticulados. Elinor consiguió comprender una de las palabras.
—¿Legado? ¿Quieres hacer un legado para ella...? ¿Dinero...? No te preocupes, tía. Mister Seddon llegará mañana, y todo se hará conforme a tus deseos.
La enferma pareció tranquilizarse. La expresión de ansiedad desapareció del único ojo que tenía abierto. Elinor tomó su mano derecha entre las suyas y sintió la débil presión de los dedos.
Mistress Welman dijo con gran esfuerzo:
—Vosotros..., todo..., vosotros...
Elinor repuso:
—Sí. Yo me encargaré de todo. Cálmate y descansa.
Sintió la presión de sus dedos otra vez. Luego, la mano inmóvil. Su párpado se cerró.
El doctor Lord posó una mano sobre el hombro de Elinor y le hizo señas para que saliera de la habitación. La enfermera O'Brien volvió a ocupar su puesto junto al lecho.
Mary Gerrard estaba hablando animadamente con la enfermera Hopkins en el rellano de la escalera.
Al ver al doctor, se interrumpió y exclamó:
—¡Oh doctor! ¿Puedo pasar a verla?
El médico asintió.
—Pero esté callada para que no se despierte.
Mary se dirigió a la habitación de la enferma.
El doctor Lord dijo:
—Ha venido su tren con retraso. Yo...
Elinor estaba mirando hacia el punto por donde había desaparecido Mary. De pronto se dio cuenta de que le hablaba. Volvió la cabeza y le miró interrogadoramente. Él tenía la vista fija en ella. Las mejillas de Elinor se colorearon, ruborizadas.
Dijo apresuradamente:
—Perdóneme. ¿Qué me decía?
El doctor repuso muy lentamente:
—¿Qué le decía?... No me acuerdo... Miss Carlisle..., estuvo usted espléndida en la habitación de su tía... ¡Tan rápida de comprensión!... ¡Cuan pronto la tranquilizó!... ¡Es usted maravillosa!
— ¡Pobrecilla! ¡No puede usted suponer lo que me ha impresionado verla en ese estado!
—Sin embargo, no lo demostró. Tiene usted un dominio absoluto de sus emociones.
Elinor dijo, apretando los labios:
—He aprendido a ocultar mis sentimientos.
El doctor repuso muy lentamente:
—Pero la máscara cae de cuando en cuando.
La enfermera Hopkins entró en aquel momento en el cuarto de baño. Elinor inquirió, levantando las delicadas cejas y mirándole a los ojos: —¿La máscara?
El doctor se humedeció los labios para responder:
—El rostro humano no es, después de todo, más que una máscara, un antifaz.
—¿Y debajo de él?
—Debajo aparece siempre el ser primitivo, el verdadero, sea hombre
0 mujer.
La muchacha se volvió bruscamente y empezó a bajar los escalones.
Peter Lord la siguió, perplejo e involuntariamente serio.
Roddy apareció en el vestíbulo y se dirigió hacia ellos.
—¿Y bien? —preguntó ansiosamente.
Elinor dijo:
—Da pena verla... No subas, Roddy..., hasta que pregunte por ti.
Roddy inquirió:
—¿Desea algo..., algo... especial?
Peter Lord habló, dirigiéndose a Elinor:
—Tengo que marcharme. Por el momento no se puede hacer nada. Volveré mañana temprano. Adiós, miss Carlisle... No..., no se preocupe demasiado.
Estrechó la mano de la joven en un apretón viril y consolador. Elinor pensó que la había mirado más estrechamente que nunca..., como si la compadeciera...
Cuando la puerta se cerró detrás del doctor, Roddy repitió su pregunta.
—La tía Laura está preocupadísima por ciertos asuntos de intereses. La he tranquilizado diciéndole que mister Seddon estará aquí mañana. Debemos telefonearle —dijo Elinor.
—¿Va a hacer un nuevo testamento?
—No sé... No dijo nada de eso.
—¿Qué...?
Se interrumpió en seco. Mary Gerrard descendía a toda prisa la escalera. Cruzó el vestíbulo y desapareció por la puerta de la cocina.
Elinor dijo con voz ronca:
—¿Qué me ibas a preguntar?
Roddy exclamó vagamente:
—¿Eh?... ¡Ah, lo he olvidado!
Su mirada estaba clavada en la puerta por la que Mary Gerrard acababa de salir.
Las manos de Elinor se contrajeron espasmódicamente. Sintió sus uñas largas y cuidadas horadar las palmas.
«¡No puedo soportarlo! —pensó—. ¡Oh, Roddy, no es imaginación, no! ¡Es la triste verdad!... Y no quiero perderte.»
Cerró los ojos, sumida en profundas reflexiones: «¿Qué será lo que vio él..., el doctor..., en mi rostro? ¡Oh, Dios mío, qué triste es la vida a veces! Pero ¿qué te pasa, tonta? ¡Tranquilízate!... ¡Vuelve a ser dueña de ti!»