– El Museo de Ciencias está por aquí cerca, ¿no? -le pregunté al chófer-. Lléveme hasta allí, por favor.
– El caballero me ha pagado para que la lleve hasta Chelsea.
– No me importa el dinero, puede quedárselo. Pero quiero que me deje en el Museo de Ciencias.
Sólo hacía veinticuatro horas que había salido de Maybridge, pero ya me parecía toda una vida.
Tuve que hacer un esfuerzo para recordar lo importantes que eran para mi los planes que habíamos…,bueno, que yo había trazado con respecto a mi futuro con Don.
Sophie y Kate estaban desayunando en la cocina y había una jarra de café humeante sobre la mesa.
– ¿Ya está arreglada la cocina? -pregunté depositando delante de Kate el cuenco que acababa de comprar en Portobello.
– ¿La cocina?
– Anoche intenté enchufarla y saltaron los plomos. Cuando me marché esta mañana, había un electricista en la casa tratando de arreglarla.
– Dijiste que te ocuparías de eso -le reprochó Kate a Sophie.
– Lo hice. Puse una nota que decía: «No funciona» y -el silencio entre ambas se podía cortar con un cuchillo.
– Y… -la animó Kate, enfurecida.
– Supongo que lo olvidé. Lo siento.
– No ha pasado nada -intervine rápidamente, antes de que Kate explotara-. Puse un fusible nuevo que me dio el vecino del número setenta y dos y… -no pensaba explicar el resto de mis actividades junto a Cal- y él se ofreció gentilmente a buscar un electricista a primera hora de la mañana.
– Es un encanto. Lastima que vaya a mudarse.
– ¿Mudarse? -la visita al primer ejemplar del Austin de l922 que albergaba el Museo de Ciencias no me había preparado para oír semejante noticia-. ¿Cuándo?
– Creo que pronto -contestó Kate con el ceño fruncido-. Me lo dijo hace un par de semanas. El apartamento no es suyo, lo tiene alquilado temporalmente.
– Entiendo. No me dijo que fuera a marcharse.
Pero era obvio que, si Cal viajaba tanto, no necesitaba disponer de un piso de forma permanente. Los planes para la filmación del ciclo vital de la tortuga gigante debían estar más avanzados de lo que parecía.
– La cuestión es -dije cambiando de tema- que anoche rompí un cuenco de porcelana mientras buscaba una linterna. Así que he comprado uno nuevo -añadí desenvolviendo el paquete-. Se que nunca podrá sustituir al original, pero espero que vuestra tía no se enfade demasiado.
– Philly, no tenías por qué hacerlo -dijo Kate mirándome-. La tía Cora lo hubiera entendido. Además, creo que Sophie debería devolverte el dinero, ya que todo ha sido culpa suya.
– ¡De eso nada! -exclamó Sophie volviendo a la vida súbitamente.
– No tiene la menor importancia, Sophie -me apresuré a calmar los ánimos-. Pero me gustaría pedirte un favor.
– ¿Qué tipo de favor? -preguntó con tono receloso.
– La verdad es que necesito comprarme ropa nueva -dije con un ligero encogimiento de hombros-. En realidad necesito comprarme un vestuario completo. Y no sé por donde empezar ni qué comprar.
– ¿Es urgente'? -preguntó ella, sonriendo claramente ante la perspectiva, pero sin dar aún del todo su brazo a torcer. Con el rabillo del ojo vi como Kate sonreía y asentía con la cabeza, como si aprobara la táctica que estaba usando para ganarme a su hermana.
– Me temo que sí. Quiero estar presentable el lunes por la mañana en el trabajo. No me gustaría que nadie pensase que soy una pueblerina. ¿Podrías acompañarme?
– ¿Dónde vas a trabajar?
Le di el nombre del banco y saltó de la silla.
– Concédeme diez minutos -dijo dirigiéndose como un rayo hacia su habitación para vestirse.
– Eres diabólica -comentó Kate con una carcajada cuando nos quedamos a solas-. ¿De verdad vas a trabajar en Barlett?
– He sido destinada a la central en comisión de servicio. Es solo un trabajo temporal.
– Eso no importa. Sophie se convertirá en tu mejor amiga si le proporcionas acceso a todos esos ejecutivos de alta dirección.
No era eso precisamente en lo que yo estaba pensando, pero seguro que resultaba mejor que tener a Sophie de uñas todo el día.
Mi teléfono móvil sonó, avisándome de que tenía un mensaje de texto. Lo saqué del bolso y lo encendí: Éxito total con el paraguas. ¿Estás a salvo en casa? Cal.
Yo no quería enterarme de que Jay estaba contento e hice caso omiso de la pregunta de Cal sobre mi seguridad, así que desconecté el teléfono de nuevo. Cuando levanté la vista me encontré con una mirada de Kate que decía: «No te voy a preguntar de quién es, pero me muero por saberlo».
– No es nada -dije con las mejillas arreboladas-.Un amigo, ya lo llamaré más tarde.
– Bien -dijo Kate.
Era evidente que no me había creído. De hecho, ni siquiera yo me creía lo que había dicho. ¿Podía describir mi relación con Cal como simple amistad?
– Dios mío, Philly -exclamó Kate de repente-. Me he olvidado de decirte que alguien te ha llamado mientras estabas fuera.
– ¿Don? -pregunté con una sensación de pánico motivada por la culpa. No podía hablar con Don todavía, no hasta que mis pensamientos y sentimientos se hubieran tranquilizado un poco.
– Tu madre -repuso Kate-. ¡Qué mujer tan encantadora! Me dijo que allí donde estaba eran las tantas de la madrugada, pero que no podía dormir, así que pensó que podría llamarte para decirte que ella y tu padre habían llegado bien.
– Gracias.
– ¿Quién es Don?
– ¿Qué?
– Pensaste que la llamada podía ser de Don.
– Ah, sí, claro -dije componiendo una mueca cómica que ocultara la confusión de mis sentimientos-. Es mi vecino.
– ¡Qué bonito!
Ese solía ser el momento en que yo soltaba toda la historia de nuestro noviazgo desde el principio. La bicicleta, etcétera. Era el momento en que explicaba que habíamos decidido pasar el resto de nuestras vidas juntos y que todo Maybridge lo sabía. Pero en ese instante todo me parecía lejano y remoto, así que me limité a sonreír. Hice un esfuerzo para volver a la realidad y saqué del bolso la postal del primer Austin de l922 que había comprado en el Museo y escribí: Me gustaría que estuvieras aquí. Pero en vez de terminar la frase con un punto, puse una interrogación. La verdad era que, por el momento, no me apetecía nada que Don apareciese por allí. Lo que necesitaba era un poco de tiempo para aclarar mis ideas sobre nuestro futuro.
Capítulo 7
Tu mejor amiga te invita a una cena de cuatro con un desconocido al que vas a adorar en cuanta la veas. ¿Qué harías?
a. Saltas de alegría. No hay nada que perder. El novio de tu amiga es jugador de rugby y se supone que todos sus amigos deben ser hombres potentes y musculosos.
b. Te acuerdas de tu última cita a ciegas con un ligero escalofrío, pera te convences de que esta vez no tiene por qué ser tan espantoso.
c. Le dices, sin contemplaciones, que nunca te citas a ciegas.
d. Le recuerdas que tienes un novio esperándote en tu pueblo y haces caso omiso a la carcajada con que te responde.
e. Como sabes que no va a aceptar un «no» por respuesta, llamas a una amiga para que finja una crisis de nervias repentina y te disculpas con esa excusa.
– ¿Philly?
Yo estaba hecha pedazos. Sophie me había llevado de tiendas y habíamos comprado ropa sin parar hasta que no pude dar ni un paso más. Ya no me importaba que Don no se planteara una boda inminente. Acababa de gastarme los ahorros de toda la vida en una tarde. El pensamiento de que tardaría tiempo en volver a reunir el dinero necesario para pagar los gastos de la boda no me molestó tanto como era de esperar.