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– El taxi ya está aquí -dijo Sophie, asomando la cabeza por la puerta-. ¿Estás lista? ¡Dios, estás preciosa! Tony no va a dar crédito a sus ojos.

– Prefiero que no se anime demasiado -dije, lista para salir con Sophie y sin alternativa.

Recogí el elegante abrigo negro que había comprado esa misma tarde. En aquel momento me había parecido una extravagancia, pero no podía por menos que alegrarme de que me cubriera desde el cuello hasta los tobillos. Podría no quitármelo en toda la noche.

Sophie estaba ansiosa por partir y tiró con fuerza de mí para arrastrarme hasta el ascensor antes de pulsar el botón de subida. Las puertas se abrieron y apareció Cal.

– ¡Dios mío, Philly! -exclamó él al cabo de unos segundos de sorprendido silencio.

Yo traté de hablar, pero mi boca se negó a pronunciar ni una sola palabra. ¿Cómo conseguía ese hombre afectarme de tal manera? ¿Cómo conseguía llegar justo a tiempo para rescatarme?

Salió del ascensor y me tomó de la mano, extendiendo el brazo para poder admirar mi indumentaria en todo su esplendor. El abrigo que llevaba en la mano cayo al suelo sin que nadie le prestara atención.

– Estás… -dijo él, al parecer incapaz de encontrar el adjetivo adecuado. Sin acabar su frase, me tomó por la cintura y me estrechó contra su cuerpo. Yo me quedé sin aliento- diferente -concluyó. Y antes de que pudiera reaccionar me besó, y no precisamente en la mejilla.

Yo pensaba que tenía una buena experiencia en lo que a besos se refería. Don y yo habíamos hecho bastantes prácticas, aunque no demasiadas últimamente. Pero estaba equivocada. La boca de Cal era posesiva y apasionada, y aprovechó al máximo el efecto sorpresa. Me sostenía por la cintura con una mano y enredó los dedos de la otra en mi melena.

Estaba claro que no iría a ninguna parte hasta que él hubiera terminado lo que había comenzado. No tenía ninguna prisa.

Sin embargo, Sophie, preocupada por la tarifa del taxi que nos esperaba, se aclaró la garganta. Cal se alejó un tanto y me miró con una ceja enarcada.

– No puedes salir a la calle así vestida -dijo.

– ¿De veras? -repuse atrevidamente.

– No, si no me permites acompañarte.

– Estás invitado a venir con nosotras -terció Sophie.

– Gracias, pero ha sido un día muy largo -contesto él, sujetando mi cintura con firmeza-. Tienes al taxi esperándote en la calle y podría jurar que el chófer está empezando a impacientarse.

– ¡Uf! -exclamó Sophie-, tengo que irme.

– Lo siento -dije volviéndome un poco insegura ante la posible irritación de Sophie, pero me encontré con un rostro de sonrisa radiante.

– Por Dios, Philly -dijo-, no te disculpes. Creía que ibas a ser la compañera de piso más aburrida del mundo. Bueno, eso es lo mejor que se puede pensar de una chica que aún vive en casa de sus padres, ¿no? -añadió dirigiendo una mirada de aprobación a Cal-. Pero tengo que admitir que yo en tu lugar, tampoco habría tenido prisa por salir de casa.

Una vez dicho eso, se metió en el ascensor-. Pasadlo bien -dijo, y presionó el botón de la planta baja.

– ¿Qué vas a decirle a Tony? -pregunté deteniendo las puertas automáticas del ascensor. Estaba recuperando el sentido común.

– Nada en absoluto. Tu aparición era una sorpresa y no pienso romperle el corazón diciéndole que ha estado a punto de conocer a la chica de sus sueños.

Sentí como el brazo de Cal me sujetaba con firmeza mientras yo dudaba.

– Estás entreteniendo a la señorita Harrington -me dijo, alejándome del ascensor. Las puertas se cerraron y Sophie desapareció de escena. Me volví para mirarlo, esperando un gesto de burla ante el nuevo lio en que había estado a punto de meterme. Pero él no se divertía podría decirse que estaba más bien furioso, aunque no podría asegurarlo. Sus ojos se habían oscurecido y no había en ellos ningún mensaje fácilmente descifrable. No tenía ni idea de qué estaría pensando.

– ¿Cómo lo sabias? -pregunté rápidamente para romper el silencio. Aún me sostenía por la cintura y me entregué al placer de estar entre sus brazos.

– Saber… ¿qué?

– Que deseaba que alguien me rescatara. Pensé mandarte un mensaje por el móvil, pero…

– ¿Un mensaje? -algo en su tono de voz me hizo pensar que había sido un error mencionar los mensajes-. Es muy gracioso eso de los mensajes. Me he pasado toda la tarde intentando contactar con alguien a través del móvil, pero esa persona lo tenía desconectado y, además, ha hecho caso omiso de todos los mensajes que le he mandado. Al final, me he quedado sin batería y he tenido que venir personalmente para asegurarme que se encontraba bien, que no se había perdido o se había dejado atrapar por un desconocido en un taxi.

– Entonces no habría servido de nada que hubiera intentado llamarte.

– No es lo mismo -aseguró, recogiendo mi abrigo del suelo pero sin soltarme-. Y respondiendo a tu pregunta, Philly -me dijo mientras tomaba mi rostro entre las manos-, no tenía ni idea de que deseabas que te rescataran, lo único que tenía claro era que no pensaba dejarte ir a ninguna parte con ese vestido sin mí. ¿Te has enfadado porque te haya besado?

– ¿Enfadarme? Claro que no. Ha sido un beso perfecto -dije ahogando un gemido e intentando no ponerme en ridículo. Pero la calidez de su boca, el contacto de su lengua contra la mía y su aroma varonil me habían hecho concebir esperanzas. ¿Quién podría pensar racionalmente en un beso tan apasionado?- Lo que quiero decir es…

– Sé a lo que te refieres -repuso él amablemente.

– Bueno, gracias de nuevo. Quizá algún día yo pueda hacer lo mismo por ti -dije poniéndome totalmente en ridículo, como había temido desde un principio-. Es decir…

– A mí no me ha sonado del todo mal lo que has dicho -aclaró él con una sonrisa en los ojos.

No tenía respuesta para eso. Al menos, ninguna que fuera coherente. Aunque nada había sido demasiado normal desde que él había aparecido y se había negado a dejarme salir con ese vestido mínimo. A no ser que estuviera pensando en Don. Claro, eso tenía que ser, no iba a dejarme cometer ninguna tontería, teniendo como tenía un novio esperándome en casa.

– Sera mejor que entre y me ponga algo más cómodo -dije haciendo un movimiento hacia mi puerta. Pero Cal siguió sujetándome por la cintura.

– Sería una pena, cuando te has esmerado tanto para estar tan…

– Sé perfectamente el aspecto que tengo -atajé.

– No, Philly. Te aseguro de que no tienes ni la menor idea -dijo con una sonrisa que me hizo estremecerme.

Se hizo el silencio y, finalmente, él optó por arrastrarme hacia su apartamento.

El beso de Cal podría haberme hecho soñar con sensaciones maravillosas y desconocidas, pero sólo había sido una charada para apartarme de Sophie.

Con él estaría a salvo, pensé, sintiendo como se apaciguaba mi conciencia.

– Puedes demostrarme tu gratitud preparándome una bebida mientras yo me doy una ducha. Luego podemos salir a cenar algo.

Me sentía tan segura como una montaña de granito, pero el problema estaba en que no deseaba sentirme segura. Quería arriesgarme al máximo y que Cal fuera el motivo del peligro.

– Realmente, no es necesario que me invites a cenar -dije rápidamente-. Ya has hecho bastante por mí en el día de hoy y todavía no sé cómo empezar a darte las gracias…

– ¿Y?

Y yo me estaba metiendo en un lío que no me sentía con fuerzas de manejar. Los sentimientos que despertaba en mí eran totalmente inadecuados a las circunstancias. Solo se trataba de la amabilidad de un vecino, nada más. Pero él seguía esperando una contestación y yo no sabía qué decir, así que hice uno de esos gestos vagos que no significaban nada para ocultar mis pensamientos. Mi mente me decía que no podía existir nada en el mundo comparable a pasar la velada con Cal, pero no quería que fuésemos simplemente amigos, quería algo que él no podía darme, algo que no había sabido siquiera que existía antes de conocerlo.