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Él no me presionó.

– Entonces decide: o Tony o yo -dijo mientras abría la puerta de su apartamento-. Estoy seguro de que si llamas a Sophie, podrá darte la dirección de la fiesta.

– ¿Y qué le digo? ¿Que después de besarme has decidido huir? -pregunté con lo que quería ser un tono de broma-. No soy una autoridad en el tema, pero el beso que ha presenciado no parecía de esa clase.

– ¿Eso crees? -preguntó perdiendo la sonrisa mientras se apartaba para que yo lo precediera al entrar a su apartamento-. Ponte cómoda -dijo tomando mi abrigo y dejándome prácticamente desnuda. Lo colgó en un perchero y se volvió hacia mí-. Hay vino blanco en la nevera.

– Gracias, pero hoy me voy a dedicar al agua mineral, en plan preventivo.

– Aprendes rápido -repuso él, empezando a desabrocharse los botones de la camisa.

Estaba aprendiendo rápidamente un montón de cosas nuevas, pensé mientras él se deshacía de la camisa, y revelaba un pecho musculoso y un vientre plano.

– ¿Qué quieres beber? -pregunté para apartar los lujuriosos pensamientos de mi mente.

– Un whisky solo, con hielo. Ha sido un día muy duro.

Eso era culpa mía. Era un vecino encantador y yo, su peor pesadilla.

– Lo siento, Cal.

– No te preocupes -dijo él acercando una mano para acariciarme la mejilla, aunque sus dedos se cerraron en un puño antes de que pudiera tocarme-. Las cosas empezaron a enderezarse en cuanto se abrieron las puertas del ascensor -aseguró mientras abría la puerta de su dormitorio. Pude ver un suelo de terracota y una cama enorme con un edredón de color crema antes de que la cerrara tras él.

Dejé escapar un suspiro prolongado y lento y me dirigí a la cocina en busca de hielo, aunque estuve unos instantes parada delante de la nevera sin abrirla, para recuperar la tranquilidad de espíritu. Mi sistema nervioso se había encendido con la presencia de Cal, pero me invadía un sentimiento devastador de que esa relación no iba hacia ninguna parte. Volví al salón con una cubitera y una botella de agua mineral.

El apartamento de Cal era más grande que el que yo compartía con Kate y Sophie, y estaba claro que por allí no había pasado la mano de ningún decorador. Las ventanas carecían de cortinas, de modo que ofrecían una panorámica espectacular de la noche londinense, moteada de luces navideñas. Había estado tratando de superar la perspectiva de celebrar las Navidades lejos de mi familia y de mis amigos, de Don… y aparté la vista.

El apartamento era totalmente masculino, sin adornos de porcelana que pudieran causar desastres nocturnos. Había una chimenea flanqueada por dos confortables sillones de cuero. Entre ellos, una mesa de cedro se apoyaba sobre una alfombra persa. Sobre la chimenea colgaba una inmensa foto en blanco y negro de un tigre en plena carrera. La firma de Callum McBride no me sorprendió lo más mínimo. Lo que sí me sorprendió fue la sensación de que no se trataba de una vivienda eventual. Todo, el mobiliario y las piezas de arte primitivo, encajaba a la perfección con la personalidad del inquilino. Era posible que pensara marcharse pronto, pero desde luego no había signos de que hubiera empezado a hacer las maletas.

Llené un vaso de hielo y serví el whisky para Cal. Luego llené otro de hielo y agua mineral para mí y lo apoyé durante un instante sobre la frente. Aunque en la calle hacía frío, Cal debía tener una buena calefacción central. Yo estaba ardiendo. Tomé un cubito de hielo y me lo pasé por el cuello y la garganta, gimiendo de placer.

Un gemido que imitaba al mío me sacó de mi trance. Cal estaba en el umbral del dormitorio, vestido con un albornoz que dejaba sus piernas al descubierto. Se había secado el cabello con energía y lo tenía despeinado. Sus ojos, lo suficientemente cálidos como para derretir la escarcha, no se apartaron de mi rostro mientras cruzaba el salón para acercarse a mí.

Capítulo 8

Acabas de quedar en ridículo frente al hombre de tus sueños. ¿Qué harías?

a. Suspirar, culparlo a él por ser tan sexy y decirle que, si cambia de opinión, aún tiene tu número de teléfono.

b. Evitas durante el resto de tu vida cualquier lugar donde puedas coincidir can él.

c. Te cambias de nombre y te tiñes el pelo.

d. Emigras.

e. Actúas como si nada hubiera pasado cuando os volvéis a ver. Requiere unas ciertas dotes de actriz, pero si lo consigues, quedaras estupendamente. Puede que incluso se arrepienta de haberte llamado antes…

Cuando Cal llegó hasta mí, tomó el vaso de whisky y apuró la mitad de un trago.

– ¿Tienes frío? Puedo encender la chimenea -propuso.

Pero no era el caso, un fuego interno me consumía desde el mismo momento en que él había posado sus ojos en mí.

– No tengo frío -repuse innecesariamente. El minúsculo vestido negro me estaba algo estrecho y levanté un poco el escote para dejar que entrara un soplo de aire fresco.

Cal me agarró la muñeca para detenerme.

– ¡Santo cielo, Philly! Lo he intentado, te juro que he intentado portarme bien, pero me lo estás poniendo cada vez más difícil.

– ¿Portarse bien? ¿De qué estaba hablando?

– Ten-ten-tengo calor -tartamudeé. Jamás había tartamudeado en toda mi vida.

– Cuéntamelo -dijo él, arrebatándome el cubito de hielo para pasárselo por su rostro, por sus labios… Yo sabía cómo se sentía, también mis labios ardían, hinchados y palpitantes-. Acabo de arriesgarme a contraer una pulmonía -prosiguió él sin esperar mi respuesta-. Diez minutos bajo una ducha fría que apenas ha conseguido bajar un par de grados la temperatura de mi cuerpo, y todo para acabar encontrándome con una chica, en actitud absolutamente seductora, que pertenece a otra persona.

– ¡No! -exclamé-. No pretendía. Simplemente, tenía calor.

– Sí, ya lo sé.

Él retiró el hielo de sus labios y lo aplicó a una de mis sienes mientras yo daba un salto de sorpresa y excitación. Me sentía muy vulnerable a causa de la intimidad que se había creado entre nosotros y cerré los ojos en silencio.

– ¿Cuanto calor tienes? -preguntó él con atrevimiento.

– Cal, por favor… -dije, enfureciéndolo.

Si se hubiera tratado de otra persona, yo habría reaccionado con nervios, incluso con miedo.

– ¿Por aquí? -insistió él pasando el hielo por mi mandíbula.

– Cal… -protesté débilmente mientras sentía debilidad en las rodillas-, por favor. Lo siento…

Lamentaba que él no pudiera desearme de la manera que yo quería. Mi cuerpo parecía querer explotar y mis pezones amenazaban con traspasar la tela del vestido. Deseaba quitármelo y dejar que sus manos lo recorrieran por completo, que me estrechara contra su cuerpo, que me acariciara los lugares más recónditos…

– ¿Por aquí? -continuó él sin compasión, dejando que el cubito de hielo se deslizara por mi garganta, por el escote, por la parte de mis pechos que quedaba al descubierto, por encima de la tela sobre mis pezones… haciéndome estallar de deseo.

– ¡Sí! -exclamé, dándome por vencida-. ¡Sí, sí y sí! ¿Estás ya contento? ¿Te divierte llevarme hasta el límite de lo que una mujer puede soportar?

– No soy homosexual, Philly -dijo con tono de advertencia- Aunque supongo que ya te habrás dado cuenta.

– ¿Qué? -exclamé con los ojos como platos. Su mirada brilló con deseo animal-. ¿Que no eres homosexual? ¿De verdad?

De repente sentí que el interrogatorio podía esperar. Lo que necesitaba en ese preciso momento era pasar a la acción, no conversar. Solté una carcajada-. No puedes imaginarte el alivio que siento.