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– ¡Philly, escúchame! Quiero que lo comprendas.

Pensabas que conmigo estarías a salvo, pero no es así. Estás jugando con fuego.

– Yo estoy que ardo -le dije mientras pasaba los brazos en tomo a su cuello para atraerlo hacia mi-. Crepitando -añadí antes de besarlo sin vergüenza, sin reparos, entregándome por completo.

Él se resistió durante unos instantes, luchando contra su propio deseo y apartándome un momento para poder mirarme a la cara.

– Hueles tan bien… -comentó antes de utilizar toda la potencia de su cuerpo para abrazarme-. Eres tan dulce… -murmuró mientras su boca con sabor a whisky se apoderaba de la mía y me transportaba a un lugar oscuro y remoto, primitivo, donde no existía el pensamiento, sólo los sentimientos.

Estaba segura de que Cal ya me había enseñado todo lo que había que saber sobre los besos con el que me había plantado delante de Sophie, pero no era así. Eso sólo había sido el preámbulo de la clase magistral que estaba recibiendo en ese momento.

Cuando me bajó la cremallera trasera del vestido, gemí de alivio. Me besó los pechos con avidez, sacándolos de su confinamiento, succionándome los pezones hasta hacerme gritar de placer, presintiendo ya el momento de éxtasis final. Me sentí diabólicamente hermosa y deseada.

– Cal… -la mención de su nombre expresaba mi urgencia, suplicaba que me llevara a la cima del placer; pero no sabía como pedirlo-. Por favor…

Oí un gemido de dolor, era posible que él me hubiera malinterpretado.

– Philly… Lo siento…

– ¡No! ¡No te detengas! -rogué, estupefacta ante mi propia respuesta libertina, pero incapaz de apartar la atención de la urgencia de mis sentidos. Todo había desaparecido de mi mente, menos la dulzura de la boca de Cal recorriendo las distintas partes de mi anatomía, algo con lo que solo había podido soñar hasta la fecha. La carne suave y caliente de su cuello y sus hombros bajo mis manos, la urgente necesidad que yo había despertado en él y que también corría por mis venas-. Por favor, no te detengas…

– No podemos hacerlo -dijo Cal.

– Sí…, sí podemos.

El deseo de él era evidente incluso para una persona poco experimentada como yo, lo cual convertía su rechazo en algo totalmente incomprensible, hasta doloroso.

– Yo no puedo -aclaró él.

– Pensé que habías admitido que podrías -repuse con amargura cuando me di cuenta de que hablaba en serio. Luego me llevé una mano a la boca y musité-: Lo siento, lo siento, lo siento…

– ¡No digas eso! Tendría que ser yo el que lo dijera. Creí que podría controlarme, pero lo que estamos haciendo no está bien.

Yo no quería que él se sintiera apenado, sólo deseaba que siguiera abrazándome. Y, de hecho, mantuvo el abrazo, pero sólo para que me apaciguara, para asegurarse de que no me desplomaba sobre el brillante suelo de tarima. En cuanto se dio cuenta de que yo había recobrado la compostura, me soltó, tomó su vaso de whisky y lo apuró de un solo trago.

Parecía que había llegado el momento de que me vistiera. Él esperó a oír el sonido de mi cremallera antes de volverse a mirarme.

– Estás sola y eres vulnerable, por eso no debemos hacerlo. Tienes un novio esperándote en Maybridge.

– No pienso volver jamás.

– No sabes lo que dices, Philly.

¿No lo sabía? Aunque me sorprendía haber dicho semejante cosa, todo mi cuerpo sabía que era la pura verdad. Había pasado la mayor parte de mi vida convencida de estar enamorada de Don y, sin embargo, allí estaba, en el apartamento de Cal, a una hora escasa de Maybridge, lanzándome a los brazos de otro hombre, tan entregada como si hubiera llegado el día del fin del mundo. Algo iba mal, pero no tenía ninguna relación con Cal.

– Simplemente estás furiosa porque te ha dejado venirte a Londres sin él -prosiguió Cal.

Me habría echado a reír si hubiera estado segura de no ponerme a llorar al mismo tiempo. No tenía ningún sentido enfadarse con Don, ya me había inundado de frustración cuando su madre había abortado los planes para que me acercara a la estación de tren, pero él solo me había dedicado una suave mirada que quería decir: «no me queda otro remedio». Solo había un hombre en todo el planeta con el que deseaba mostrarme furiosa, y estaba delante de mí.

– ¿Y piensas que hago esto para vengarme'? ¿Es eso? -él no contestó y yo sospeché que había dado en el blanco-. ¿Piensas que esa era la razón por la que me iba de fiesta con Sophie?

– Estabas lo suficientemente provocativa y preparada para entrar en acción cuando nos encontramos en el ascensor.

– Y estás convencido de que has conseguido evitar que cometiera un error, ¿no? ¿Es por causa de Don? Pues quiero dejarte bien claro que me parece un gesto muy noble, excepto por una cosa -dije mirándolo directamente a los ojos-. Al salir del baño, daba la impresión de que tú también estabas deseando entrar en acción.

– No, maldita sea…

– Sí, maldita sea, Cal -dije recogiendo mi bolso mientras me dirigía a la puerta del apartamento. Casi había terminado de ponerme el abrigo, cuando él llegó hasta mí y apoyó con fuerza su mano contra la puerta para impedirme salir. Busqué mi móvil en el bolso y con dedos temblorosos marqué un número que tenía en la agenda.

– ¿Qué demonios estás haciendo?

– Estoy llamando a un taxi. Me voy a la fiesta de Sophie tal y como habíamos planeado. Puede que ésta sea la noche de suerte de Tony.

– Ni hablar -repuso Cal arrebatándome el móvil para desconectarlo, antes de devolvérmelo con una pequeña y taimada sonrisa que procuró contener.

– No se puede negar que tienes arrestos -dije.

– También tengo el número de una agencia de taxis más cerca de Londres que de Maybridge.

– ¿Qué?

– El número que has marcado desde la memoria del teléfono era de una agencia de taxis de Maybridge. ¿Lo utilizaste para que te llevara a la estación? ¿No tenías a nadie que pudiera acompañarte?

– Mis padres estaban fuera y Don no pudo venir conmigo. Surgió algo importante que… -dije mientras una lágrima solitaria escapaba de mis ejes. Antes de que pudiera secármela yo misma, Cal pasó su pulgar sobre ella.

– Debe ser un hombre maravilloso para que hayas aguantado tanto tiempo en él, recibiendo tan pecas atenciones.

Pensé, per primera vez, que era posible que ye me hubiera pegado a él como una lapa y que él había sido le suficientemente dulce y considerado como para no echarme de su lado.

– ¿Qué haces? -pregunté al ver que Cal se colocaba detrás de mí.

– Ayudarte a ponerte el abrigo -dijo mientras me le ofrecía para que metiera el segundo brazo, como si fuera una niña de dos años-. Así está mejor. Ahora ya puedo pensar con claridad.

Parecía tener todo completamente bajo control, pero mi situación estaba muy lejos de poder compararse con la suya. Hice un esfuerzo para reunir todos les restos de dignidad que me quedaban e intenté abrir la puerta con el propósito de marcharme, pero él volvió a impedírmelo.

– Per favor, debo marcharme -supliqué.

– ¿Adónde?

Yo enarqué las cejas sugiriendo que eso no era de su incumbencia.

– A la cama -admití, después de una breve pelea con mi conciencia-. Con una taza de cacao caliente y un buen libro. Te invito a venirte conmigo, pero debes traer tu propio libro -añadí con el mayor descaro, dando por supuesto que él jamás se atrevería a aceptar semejante sugerencia.

– Te había propuesto que saliéramos a cenar fuera juntos…

– ¿Ah, sí? ¿Y eso lo has pensado antes o después de compartir nuestro escarceo sexual? -él sonrió con amargura. Estaba claro que jamás podríamos retomar las cosas donde las habíamos dejado. En todo caso, podríamos seguir siendo simplemente amigos-. Lo siento, pero ésta vez no puedo aceptar tu oferta.