– ¿Has comido hoy?
– Pareces mi madre, claro que he comido.
– ¿Cuándo?
– Sophie y yo nos detuvimos en un restaurante japonés mientras estábamos de tiendas y tomamos unos canapés de sushi. Fue estupendo.
– A sugerencia suya, supongo… Un menú con pocas calorías.
– Efectivamente. La verdad es que yo me hubiera inclinado por unos huevos revueltos con tostadas untadas de mantequilla -admití-. Pero me parece muy sensato poner límites a las calorías. Como siga comiendo a mi manera, pronto no podré abrocharme el primer botón de los vaqueros.
– Los vaqueros te quedan perfectos -me aseguró mientras yo componía una mueca-. ¡Te lo digo en serio! -exclamó con furia al ver mi expresión de recelo-. Lo siento -añadió tomándome por los hombros-, no pretendía gritarte. Pero, dada la hora que es, estoy seguro de que debes tener hambre.
Desde luego, estaba tan hambrienta que hubiera sido capaz de comerme un buey. Y lo cierto era que había pasado toda la tarde con Sophie comprando ropa, pero aún no me había aprovisionado de alimentos.
– Puede que vuelva a intentar lo de la tostada con queso -dije con voz temblorosa a causa de su proximidad. Tenía que alejarme de él cuanto antes.
– ¡Ah, no! No estoy dispuesto a que vuelvas a arriesgarte otra vez con esa cocina a solas,
– La cocina está arreglada -protesté-. Por cierto, ¿qué ha pasado con la factura del electricista?
– El servicio de mantenimiento del edificio cubre todos los gastos, pero no puedo garantizarte que pueda volver a ponerte la primera de la lista.
– Gracias.
– No me des las gracias. Siéntate en el sofá durante un par de minutos, relájate y espera a que me vista. Por favor… -añadió al ver como yo abría la boca para protestar.
Me callé. Si yo me marchaba y desaprovechaba la oportunidad de resolver la situación amistosamente, a partir de ese momento iba a tener que andar con pies de plomo para evitarme la vergüenza de volver a verlo: bajar y subir por las escaleras en vez de tomar el ascensor, escuchar detrás de la puerta antes de salir para asegurarme de que no había nadie en el vestíbulo… También podía regresar a Maybridge, pero en ese caso… ¿qué iba a hacer con toda la ropa nueva que me había comprado?
– Por favor, Philly -insistió él-, necesito explicarte…
¡No! Yo no necesitaba explicaciones. Lo que quería…, bueno, lo que yo quería era algo en lo que no merecía la pena pensar.
– De acuerdo -acepté a regañadientes- Pero debo arreglarme un poco antes de salir a la calle, no me gustaría escandalizar a la gente.
Él no se rio ante mi intento de bromear, sino que abrió la puerta de la habitación de invitados.
– Ahí puedes retocarte el maquillaje y recolocarte el vestido -dijo dejándome a solas.
Yo llevaba un estuche de maquillaje en el bolso.
Sólo lo básico. Y, en cuanto a mi pelo, sabía que por mucho que lo cepillara, jamás conseguiría alisarlo, así que, como siempre, tendría que salir a la calle con una mata de cabello asilvestrado. Me miré en el espejo, me lavé la cara y me apliqué una ligera capa de maquillaje casi imperceptible. Los ojos marrones presentaban un aspecto natural que reforcé con un toque de rímel; la nariz seguía en su sitio, pero los labios… Los labios estaban diferentes: llenos y enrojecidos, bien besados. Y también vi una sonrisa de satisfacción que no podía controlar y que me curvaba hacia arriba las comisuras, recordándome la intensidad del reciente encuentro sexual con Cal.
Éste ya me aguardaba con el abrigo puesto cuando finalmente decidí salir del cuarto de baño de invitados. Me miró y pensé que iba a decirme algo, pero fuera lo que fuera, se contuvo. Abrió la puerta del apartamento y, retirándose, me dejó un amplio espacio para que lo precediera sin que hubiera la menor posibilidad de rozarnos.
– ¿Adónde vamos? -pregunté al sentir que el silencio ya se había prolongado demasiado.
– ¿Qué? Ah, a un restaurante del barrio. Reservé una mesa a primera hora de la tarde. Por eso intenté ponerme en contacto contigo por teléfono, para invitarte a cenar. Antes de que… -se interrumpió. Si seguíamos evitando el tema, la relación no funcionaría, sino que se convertiría en un campo de minas, algo que había que evitar a toda costa. El cuestionario de la revista femenina dejaba bien claro que ninguna «tigresa» dejaría que las cosas llegaran a enconarse en la relación con un hombre.
– ¿ADB? -pregunté.
– ¿Qué?
– Antes Del Beso -repuse, con lo que pretendía ser una risa divertida. Todo lo que él tenía que hacer, según la revista, era unirse a mi risotada, de modo que al trivializar el asunto pudiéramos seguir siendo amigos. Pero parecía que no estaba por la labor. También era posible que mi risa le hubiera sonado histérica en vez de amistosa. O quizá fue la mala suerte de que el ascensor se detuviera delante de nosotros en ese mismo momento. Yo procuraba mantenerme derecha sobre los tacones de aguja y él lo notó.
– Son nuevos -expliqué mientras descendíamos en el ascensor-. Sophie ha hecho un buen trabajo esta tarde, ¿no te parece?
– Son muy bonitos, pero la cuestión es si podrás caminar con ellos o no.
– La prueba de fuego llegara el lunes por la mañana cuando me incorpore al banco. Espero poder soportarlo.
El sonrió.
– Los que no van a poder soportarlo son los hombres que trabajan en el banco -dijo con una mirada enigmática.
– ¿Está lejos el restaurante? -pregunté al llegar al portal haciendo caso omiso de su comentario.
– Al volver la esquina.
– En marcha, pues.
En ese momento entró al portal una mujer imponente.
– ;Cal, cariño! -exclamó, besándolo en la mejilla y dándole un abrazo posesivo que me puso furiosa.
– Tessa -contestó el-, estás estupenda.
– Tú también estás magnífico. ¿Cuándo has vuelto? ¿Por qué no me has llamado? ¿Saben tus padres que estás en casa? Ahora están en Londres.
– Regresé hace un par de días, pero he estado muy ocupado. Además, ya sabes que a ellos no les interesan mis viajes -repuso él brevemente.
La mujer no se mostró ofendida, se limitó a sacudir ligeramente la cabeza con gesto exasperado, antes de dirigirme una mirada con las cejas enarcadas.
– Estarás ocupado, pero eso no te impide reservar tiempo para salir a divertirte -dijo sin un ápice de descontento mientras me tendía una mano de manicura perfecta que jamás había fregado ni un solo plato.
– Tessa, te presento a Philly Gresham -dijo Cal-.Acaba de instalarse en el piso de las hermanas Harrington. Vamos a cenar al restaurante de Nico. Philly, ésta es mi hermana, Tessa Cartwright. Supongo que ha decidido abandonar la remota localidad rural donde reside para venirse de compras navideñas a Londres.
Tessa le dirigió el tipo de mirada que las mujeres reservan especialmente para sus hermanos.
– Encantada de conocerte -dijo estrechándome la mano-. Si necesitas algo, vivo en el sesenta y cuatro -se volvió hacia su hermano-. Si tienes tiempo, podrías sacarme una noche a cenar antes de que tenga que regresar al norte, Cal. Sólo para ponernos al día del cotilleo familiar.
A continuación se despidió con la mano y se dirigió con paso resuelto hacia el ascensor.
Cal abrió la puerta del portal y la sostuvo para que yo pasara. Me estremecí súbitamente de frío.
– ¿Tienes frío? -preguntó
– No debería haber prescindido de la ropa interior de invierno.
– A mí me ha gustado verte tal cual -dijo poniéndome una mano sobre la espalda para orientarme hacia la izquierda, una vez en la calle, antes de tomarme del brazo-. No está lejos.
Caminamos unidos, tal y como habíamos hecho durante el paseo por los jardines de Kensington, cuando yo aún estaba convencida de que él no podría interesarse en mí como mujer, cuando me sentía feliz y a salvo en su compañía. ¿Qué había cambiado? Todo, me dije. Antes podría haber interpretado sus acercamientos, e incluso sus besos, como gestos puramente amistosos, pero desde que sabía que no era homosexual, las cosas habían cambiado de rumbo. Su deseo era real y el mío también.