Выбрать главу

– ¿Trató de presionarte?

– Es demasiado inteligente para hacer algo así. Prometió regalarme el apartamento en el que vivo si terminaba los estudios. Sólo pretendía eso, que me licenciara. Después, hablaríamos de nuevo.

– ¿El apartamento? ¿Te refieres al número setenta y dos?

– Él diseñó el edificio.

– Es precioso, Cal.

– Recibió un premio por él. Los McBride somos una familia de triunfadores -dijo con una sonrisa-. Mi padre es un hombre muy inteligente y tiene mucho talento. El constructor atravesó una mala racha financiera y mi padre renunció a sus honorarios a cambio de tres apartamentos. Mis padres se alojan en el ático cuando vienen a Londres. Tessa recibió el apartamento más pequeño como regalo de boda. Y a mí me ofrecieron el número setenta y dos a cambio de que renunciara a mis ilusiones como cineasta de documentales sobre la vida salvaje de los animales.

– Pero si no renunciaste… -me encontraba confusa.

– Se lo compré cuando salió al mercado hace un par de años. Como declaración de que seguía unido a la familia, pero a mí manera -yo silbe entre dientes, asombrada-. ¿Piensas que hice mal? -me pregunto.

– Eso solo lo puedes saber tú. ¿Apareció tu padre para felicitarte?

– Si vino alguna vez, puedo asegurarte que yo no estaba en casa. Es inteligente y tiene talento, pero no por ello deja de ser un cabezota.

– ¿Y no has intentado arreglar las cosas por tu cuenta?

– ¿Quién? ¿Yo? -exclamó con una carcajada.

– No debes alimentar el resentimiento, Cal -lo amonesté.

– Lo he intentado…

– No, no lo has intentado. Lo que has hecho es estamparle tu éxito en plena cara. Lo que has hecho es decirle: «Ves, aquí estoy, he comprado tu maldito apartamento con mi propio dinero. Eres tu el que está equivocado y yo no necesito tu ayuda para nada». Creo que sería oportuno demostrar un poco de humildad, ¿no te parece? Dejarle saber que te has convertido en el hombre que eres gracias a la educación que te han dado tus padres, aunque vuestros intereses difieran. Ahora puedo ver tu carácter con claridad: eres inteligente y tienes talento, pero también eres un cabezota.

– Por favor, no te andes con rodeos, Philly, si piensas que me he equivocado, dímelo claramente.

– No necesitas mi opinión. Lo único que tienes que hacer es pensar en cuales serán tus sentimientos con respecto a él cuando estés de pie frente a su tumba dentro de veinte años. En lo diferente que hubiera sido tu vida si te hubieras atrevido a arrinconar un poco tu orgullo para facilitar las relaciones familiares -él se estremeció y yo le apreté la mano comprensivamente para que supiera que entendía que la tarea no era fácil-. Dentro de poco será Navidad, aprovecha el momento para hacer algo que te acerque a ellos.

– ¿Qué me sugieres? ¿Que me pegue un tiro y les mande mi cuerpo como regalo? -preguntó él con amargura.

Había hablado demasiado, me dije, echándole la culpa a la margarita y al vino.

– Si vas a pegarte un tiro, prefiere que me mandes el cuerpo a mí -dije con fingida desenvoltura-. Desgraciadamente, ese día estaré compartiendo un pavo con mi tía abuela Alice y no creo que ella pudiera soportarlo.

Se produjo un silencio espeso, largo e incómodo como respuesta a mi frívolo comentario.

– Se acabó el sermón -dije recuperando la cordura mientras alejaba mi mano de la suya con el pretexto de apartarme un mechón de cabello de la cara-. Y ahora, dime, Cal… ¿quién es exactamente «George el Magnífico»? Si Jay no es tu amante, ¿por qué intentó asesinarme con la mirada el día que nos conocimos?

Una vez efectuado el cambio de tema, agarré el tenedor y ataqué mi plato. Cal me imitó al cabo de unos instantes.

– Alquilé el apartamento a George Mathiesen durante mi estancia en África. Se mudó la semana pasada. Supongo que es a él a quien te refieres.

– De acuerde, ese era «George», pero… ¿era magnífico?

– Como inquilino era perfecto -dijo sin comprometerse-. De acuerdo -añadió al ver la curiosidad pintada en mi mirada-, es modelo de pasarela y mide un metro ochenta y cinco, tiene unos ojos tan azules que lo más probable es que lleve lentillas de color y sus pómulos parecen esculpidos en mármol. ¿Contenta?

– No necesitaba una explicación tan detallada. Me hubiera conformado con un simple «sí».

– No tienes de qué preocuparte, Philly -me dijo con una sonrisa-. Te aseguro que no es mi tipo.

– ¿De veras? ¿Y Jay?

– No sé qué decirte sobre Jay. Creo que es mejor que se lo preguntes a su mujer.

– ¿Mujer? ¿Está casado?

– Pareces sorprendida -me dijo en tono de guasa.

– Entonces, si no estaba celoso, ¿qué problema tenía conmigo esta mañana?

– Vino a buscarme para que nos fuéramos juntos a echar un primer vistazo a la cinta. Pero yo le dije que tenía ya un compromiso previo que no pensaba cancelar.

– ¿No tuvo nada que ver con el paraguas?

– No llegó a mencionarlo -admitió Cal-. Le di el que había comprado por la mañana y ni siquiera se percató de la diferencia.

– Pero parecía tan… irritado… Me resultó tan…grosero…

– No era nada personal, Philly. Está obsesionado con el trabajo. Se había pasado toda la noche editando la cinta y deseaba a toda costa que yo fuera a felicitarlo. Nada más.

– No lo entiendo. ¿Por qué te tomaste tan en serio la búsqueda de un paraguas adecuado si él no iba a notar la diferencia?

– Porque cuanto más alargara la búsqueda, más tiempo podría pasar en tu compañía, Philly. Me resultó muy duro tener que meterte en un taxi, dejar que desaparecieras de mi vista -traté de concentrarme en la comida para mantener mis reacciones físicas bajo control-. Jay me saludó desde la ventana y yo le devolví el saludo. Cuando volví la vista, tu taxi ya había desaparecido. Me sentí como si el corazón me hubiera dejado de latir…

Durante unos segundos, Cal se mantuvo en silencio, como si sopesara la posibilidad de comprometerse aún más y seguir hablando de los sentimientos que me profesaba. Yo levitaba.

– Parece una tontería -prosiguió al fin-, pero cuando me di cuenta de que no ibas a contestar a mis mensajes, se me pasaron por la cabeza cientos de posibles catástrofes. Finalmente, decidí interrumpir la sesión con Jay y…

– Gracias -lo interrumpí-. Ahora jamás podré librarme del odio de Jay.

– No, Philly. Jay es obsesivo, pero no inhumano. Me dijo que me fuera a resolver mis asuntos mientras él se dedicaba a lo verdaderamente importante. -Por primera vez, pensé en Jay con simpatía-. Solo quería verte, asegurarme de que te encontrabas bien.

– No soy del todo idiota, Cal. Soy capaz de poner en práctica mis planes sin que nadie me lleve de la mano.

Él levantó las manos en gesto de rendición.

– Supongo que, entonces, el idiota soy yo -dijo-. La verdad es que deseaba volver a verte, mirarte…aunque supiera que no debía tocarte. Cuando se abrieron las puertas del ascensor, te vi vestida como en mis mejores sueños, pero no para mí ni para Don, sino para irte de juerga con Sophie. Y perdí la cabeza, por eso te besé. Si estabas disponible, yo te quería para mí.

– Estaba disponible y podrías haber hecho el amor conmigo, Cal -le aclaré tranquilamente.

– Ya. Y después… ¿qué? Me hubiera sentido culpable de haberme aprovechado de tu… inocencia. -mi corazón dio un respingo pensando que, por alguna oscura razón, ese hombre había sido capaz de descubrir mi secreto mejor guardado-. En realidad estaba pensando en tu vulnerabilidad -se explicó-. Me habrías odiado, Philly al menos tanto como yo me habría odiado a mí mismo.