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»No. Más bien una impresión de… ¿mal presagio? ¿De maldad? Demasiado melodramático. Una impresión de alerta en ambos lugares. Esto y el sonido de ratas deslizándose por las paredes. Me pregunto por qué nadie más habla del ruido de las ratas en Old Central. No creo que el personal de sanidad del condado se entusiasmase demasiado con una escuela elemental con ratas, excrementos de rata por todas partes, ratas corriendo sobre las tuberías del sótano donde están los retretes. Recuerdo cuando estudiaba segundo en Old Central y bajé allí…»

Duane pasó a las notas que había tomado aquella tarde en Bandstand Park.

«Dale, Lawrence (nunca Larry), Mike, Kevin y Jim. ¿Cómo describir los guisantes de una misma vaina?

»Dale, Lawrence, Mike, Kevin y Jim. (¿Por qué todo el mundo le llama Jim "Harlen"?) Tengo la impresión de que incluso su madre lo llama así. Desde luego ella ya no se llama Harlen. Recuperó su apellido de soltera al divorciarse. ¿A quién más conozco en E. H. que se haya divorciado? A nadie, no cuento a la esposa del tío Art, a la que nunca conocí y a la que probablemente ni él recuerda, porque era china y el matrimonio duró sólo dos días (veintidós años antes de que yo naciese).

»Dale, Lawrence, Mike, Kevin y Jim.

»¿Cómo comparar a los guisantes de una misma vaina? Por el corte de pelo.

»Dale luce el corte de pelo típico de Elm Haven, el que hace el viejo Friers en su tétrica peluquería (con el signo del gremio: sangre cayendo en espiral. Tal vez había vampiros en la Edad Media). Pero el corte de pelo de Dale es un poco más largo por delante, y casi le hace flequillo. Dale no presta atención a su pelo. (Salvo aquella vez en que se lo cortó su madre, cuando estábamos en tercero, y le dejó aquellos claros, como archipiélagos de calvas, y Dale no se quitaba la gorra de Cub Scout, ni siquiera en clase.)

»Lawrence lleva el pelo más corto, pegado sobre la frente con fijador. Hace juego con sus gafas y sus dientes de conejo, y le da un aire aún más flaco a su cara. Me pregunto cómo serán los cortes de pelo en el futuro. Digamos en 1975. Una cosa es segura: no serán como en las películas de ciencia ficción, donde los actores de hoy aparecen con trajes brillantes y máscaras de calaveras. ¿Se llevarán largos los cabellos como en los tiempos de T. Jefferson? ¿O lisos y con raya en medio como el viejo en sus antiguas fotos de Harvard? Una cosa es segura: todos miraremos entonces nuestras fotos de ahora y pensaremos que parecíamos geeks.»

Duane hizo una pausa, se quitó las gafas y pensó en el origen de la palabra geek. Sabía que significaba el tipo que en un número circense de poca monta cortaba con los dientes la cabeza de un pollo. Tío Art había empleado esta palabra, y tío Art entendía de palabras, pero ¿cuál era la etimología?

Duane se cortaba él mismo el pelo. Cuando se acordaba. Lo dejaba largo sobre el cráneo, mucho más largo de lo que era normal en los muchachos en los años sesenta, pero muy corto sobre las orejas. Y no se peinaba. Ahora debía de tener el pelo sucio por el polvo del trayecto desde Elm Haven. Duane abrió de nuevo la libreta.

«Mike: el mismo corte de pelo al cepillo, probablemente de manos de su madre o de una de sus hermanas porque no tienen dinero para la peluquería, pero por alguna razón le queda mejor que el de O'Rourke. Más largo por delante pero no erizado, y tampoco con flequillo. Nunca me había fijado, pero Mike tiene las pestañas largas como las chicas. Sus ojos son extraños, de un azul grisáceo que se advierte desde lejos. Sus hermanas probablemente serían capaces de matar por tener los ojos como él. Pero no es amariconado, afeminado (¿especial?), sino guapo a su manera. Una especie de senador Kennedy, aunque no se le parece en absoluto, todo hay que decirlo. (No me gusta cuando Mailer u otro describe a un personaje diciendo que se parece a un actor o algo así. Es por pereza.)

»El cabello de Kevin Grumbacher parece erizarse sobre su cara de conejo. Hace juego con su nuez de Adán, sus pecas, su sonrisa nerviosa y su aire de ansiosa consternación. Siempre esperando que su mamá lo llame.

»El pelo de Jim (de Harlen) no está exactamente cortado al cepillo, aunque sí muy corto. Es como un mechón sobre su cara casi cuadrada. Jim Harlen me recuerda aquel actor a quien vimos el verano pasado en una sesión gratuita, en la película Mr. Roberts, el hombre que representaba al Alférez Pulver. Jack Lemmon. (Vaya, ya estamos de nuevo. Describes a los personajes de tus libros como si se pareciesen a estrellas de cine; así será más fácil el reparto cuando vendas los derechos a Hollywood) Pero Harlen se parece al Alférez Pulver. La misma boca. Los mismos gestos nerviosos, graciosos. La misma charla tensa, sarcástica. ¿El mismo corte de pelo? ¿A quién importa esto?

»O'Rourke es una especie de líder tranquilo, como Henry Fonda en aquella película. Tal vez Jim Harlen representa también su personaje de aquel filme. Quizá todos imitamos a personajes que vimos en las sesiones gratuitas el verano pasado y no nos damos cuenta de ello…»

Duane cerró la libreta, se quitó las gafas y se frotó los ojos. Estaba cansado, aunque no había hecho nada en todo el día. Y hambriento. Trató de recordar lo que había comido para desayunar, pero renunció. Cuando los demás se habían marchado para comer, él se había quedado en el cuarto de los trastos, tomando notas, pensando.

Duane estaba cansado de pensar.

Saltó de la camioneta y se dirigió hacia la orilla del bosque. Centelleaban luciérnagas en la oscuridad. Duane podía oír las ranas y las cigarras que cantaban alrededor del agua, en el barranco, a sus pies. La ladera de detrás de la Taberna del Arbol Negro estaba llena de basura y de chatarra, sombras negras sobre un fondo más negro, y Duane se desabrochó el pantalón y orinó en la oscuridad, oyendo caer el líquido sobre algo metálico. Una fuerte risotada sonó a través de la ventana iluminada y Duane pudo distinguir la voz de su padre, dominando todas las demás y preparándose para sorprenderles con la gracia de otro chiste.

A Duane le gustaban los chistes del viejo, pero no cuando bebía. Los graciosos chascarrillos se hacían maliciosos y sombríos, matizados de cinismo. Duane sabía que el viejo se consideraba un fracasado. Fracasado como estudiante de Harvard, como ingeniero, como agricultor, como inventor, como próspero hombre de negocios, como marido, como padre. Duane estaba generalmente de acuerdo con la valoración del viejo, aunque pensaba que el jurado tal vez aún estaba deliberando sobre la última acusación.

Duane volvió a la camioneta y subió a la cabina, dejando la puerta abierta para que saliese el olor a whisky. Sabía que fuera quien fuese el que se encargara del bar esta noche, echaría al viejo de allí antes de que se pusiese violento. Y sabía que metería al viejo en la parte de atrás de la camioneta para que no pudiese agarrar el volante, y que él, Duane, que había cumplido once años en marzo último, estudiante notable con un cociente intelectual de 160 según el tío Art, que le había llevado a la Universidad de Illinois hacía dos inviernos para ser examinado sabía Dios por qué razón, conduciría al viejo a casa, le metería en la cama, prepararía la cena e iría al granero para ver si las piezas se adaptaban al John Deere.

Más tarde, mucho más tarde, Duane fue despertado por un murmullo en el oído.

Aunque medio dormido, sabía que estaba en casa -había llevado al viejo en la camioneta sobre las dos colinas, más allá del cementerio y de la casa de Henry, el tío de Dale, y después, por la carretera Seis del condado, hasta la casa de campo. Había metido al viejo en la cama y había montado el nuevo distribuidor antes de cocinar una hamburguesa-, pero le sorprendía que se hubiese dormido con el auricular de la radio murmurando todavía en su oído.