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Mike continuó arrastrándose, con el cuerpo reducido a un simple órgano destinado a transmitir el dolor de las extremidades al agotado cerebro. Aquí abajo se estaba fresco. Sería estupendo acurrucarse y echarse a dormir, dejar que se agotasen las baterías y se apagase la luz…, y dormir sin soñar en nada.

Siguió arrastrándose hacia delante, con la escopeta cargada pero introducida en el cinto y junto a la pierna derecha, con las palmas de las manos dejando huellas de sangre en el suelo ondulado del túnel.

El ruido que oyó entonces fue más fuerte que el que habían hecho las lampreas antes de sus anteriores ataques. Era como si ambas criaturas bajasen tras él por el túnel. Desde atrás. Muy rápidamente a juzgar por el súbito aumento de las vibraciones y el ruido.

Mike se arrastró más deprisa, con la linterna entre los dientes, golpeándose la cabeza con las piedras y el techo del túnel.

El ruido aumentó en intensidad detrás de él. Ahora podía oler aquellas cosas, el hedor a basura podrida y a carne muerta, y sobre todo aquel otro olor, fuerte y terrible. Miró hacia atrás y vio una potente luz que se acercaba en una revuelta del túnel detrás de él.

Mike se lanzó hacia delante, perdiendo una de las pistolas de agua sin darse cuenta. La linterna se apagó y él la arrojó a un lado; el túnel, ahora más ancho, estaba perfectamente iluminado por el resplandor del paso de la lamprea a su espalda.

Algo grande, ruidoso y brillante llenaba el espacio detrás de él. Sintió su calor, como si la boca y el intestino de la lamprea se hubiesen convertido en un horno.

El suelo del túnel se hundió de pronto debajo de él, y Mike rodó y resbaló sobre las piedras sueltas y una roca fría y lisa. Ahora se hallaba en una especie de cueva, oscura como el túnel pero mucho más ancha, y Mike sacó la escopeta de Memo y la amartilló, mientras andaba de lado e iba por fin a chocar contra un bloque de piedra vertical.

La luz del túnel se hizo más brillante, la tierra retembló y la lamprea apareció de pronto, con los zarcillos y las fauces pulsando furiosamente.

Pasó zumbando junto a Mike, como un tren de mercancías rápido que no iba a detenerse en una estación tan poco importante, con su carne resplandeciente y ardiente pasando a menos de tres palmos de los zapatos de Mike, cuando éste trató en vano de introducirse en la sólida pared a su espalda.

La cosa había pasado, chocando con más piedras y hundiéndose en la oscuridad, dejando un rastro de lodo y de carne ardiente antes de que Mike se diese cuenta de dos cosas: la lamprea se estaba quemando y él no se hallaba ya en el túnel.

Estaba en los aseos de chicos de los sótanos de Old Central.

Kevin fue en una dirección y Cordie en la otra, balanceándose ambos en la línea curva de la cuba de acero. Las lampreas chocaron contra el centro donde habían estado Cordie y Kevin, golpeando el acero inoxidable y resbalando al suelo con un chirrido de dientes sobre metal. Una de aquellas cosas se enredó con la manguera al pasar, haciendo que se soltase del tubo de llenado. La gasolina fluyó cuesta abajo y mojó la hierba.

– ¡Mierda! -exclamó Kevin.

Se abalanzó y miró hacia abajo y a través de la tapa abierta de la cuba: ésta se había llenado hasta más de la mitad, pero no lo bastante.

Las lampreas trazaban círculos en el blando suelo, con las espaldas grises y sonrosadas, formando arcos como caricaturas del monstruo de Loch Ness.

Kevin oyó que una puerta se cerraba de golpe y se preguntó si su padre o su madre se habrían asomado a la de la esquina sudeste de la casa para mirar la tormenta por encima de las agitadas copas de los árboles. Esperó que no fuese así. Si daban dos pasos sobre el césped verían aquellas cosas como lampreas dando vueltas; otros dos pasos y verían el camión encima del camino de entrada.

– Quédate aquí -gritó. Resbaló sobre el lado curvo de la cuba, y saltó lo más lejos que pudo desde el estribo metálico de encima del guardabarros izquierdo de atrás.

Al caer rodó cerca del extremo desprendido de la manguera. Ahora estaba absorbiendo aire, pues la bomba centrífuga seguía funcionando. Kevin empezó a introducirla de nuevo en el depósito subterráneo de gasolina.

– ¡Cuidado!

Se volvió a la derecha y vio que las dos lampreas avanzaban en su dirección sobre el suelo, con la máxima velocidad que podría alcanzar un hombre al correr.

Kevin se metió detrás del camión, haciendo girar instintivamente la manguera.

Pero el movimiento de la mano derecha sobre la llave no fue instintivo sino simplemente una pura acción que pareció adelantarse a la orden del cerebro.

La primera lamprea estaba a dos metros de los pies de Kevin cuando se invirtió la bomba y la gasolina pasó de la cuba a la boca abierta de aquella cosa. Esta se hundió en el suelo. Kevin le roció la espalda y vertió más gasolina en el agujero cuando hubo pasado.

La segunda lamprea había torcido a la derecha y había trazado un círculo, y ahora avanzó. Cordie se puso a gritar en el momento en que Kevin alzaba el arco de gasolina hasta cinco metros sobre el césped, empapando la parte de delante de la criatura.

Un olor a gasolina le advirtió que la primera lamprea había surgido del suelo detrás de él. Kevin saltó hacia el guardabarros de atrás cuando aquélla pasó ciegamente, mordiendo los neumáticos traseros. El muchacho la empapó, y luego vertió más gasolina en el agujero que dejó en el suelo.

Envuelto en los vapores de la gasolina, Kevin saltó sobre la parte de atrás del camión, alargó un brazo para invertir de nuevo la succión y se arriesgó a correr hasta la abertura del depósito subterráneo e introducir de nuevo la manguera en ella. Empezó a fluir el carburante. «Otros tres o cuatro minutos. Tal vez menos.»

Saltó hacia el guardabarros desde un metro y medio de distancia sabiendo que era demasiado pero viendo que la espalda de la lamprea se alzaba debajo del camión. Sus pies chocaron con metal y resbalaron, recibió un fuerte golpe en las rodillas y clavó los dedos en la curva casi lisa de la cuba. Estaba cayendo hacia atrás, hacia la masa hirviente de carne de debajo de él.

Cordie se abalanzó, con la mano derecha todavía en la tapa levantada de la cuba, y agarró a Kevin por la muñeca con la izquierda. El peso de él casi la hizo caer.

– Vamos, Grumbelly -gruñó-, sube, ¡maldito seas!

Kevin pataleó. Encontró un sitio donde apoyar el pie en el neumático mordido y se encaramó en el momento mismo en que la lamprea se lanzaba de nuevo contra la rueda.

Se tumbó sobre la cisterna, jadeando y resoplando. Si aquellas criaturas se alzaban y atacaban de nuevo a esta altura, se apoderarían de él. Estaba demasiado cansado y aterrorizado para moverse enseguida.

– Están empapadas -farfulló-. Lo único que hemos de hacer es prenderles fuego.

Cordie estaba sentada con las piernas cruzadas, observando aquellas cosas que trazaban círculos debajo del césped.

– Magnífico -dijo-. ¿Tienes una cerilla?

Kevin se palpó los bolsillos en busca del encendedor de oro de su padre. Se encogió, todavía aferrado a la tapa de la cuba.

– Está en mi bolsa de gimnasio -dijo, señalando la pequeña bolsa de lona que había dejado cuidadosamente sobre la bomba de la gasolina, a tres metros de distancia.

La luz de la linterna de Harlen se juntó con la de Dale.

Casi a doce metros por encima de ellos, Lawrence estaba sentado en una silla de madera colocada sobre la barandilla del tercer piso, pero con dos patas balanceándose en el vacío. El hermano de Dale parecía estar atado a la silla, pero las «cuerdas» eran más bien gruesos cordones de aquel material parecido a carne que colgaba en todas partes como tendones arrancados. Uno de ellos pasaba alrededor de la boca de Lawrence y desaparecía detrás de su cabeza.