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Por último, en el otoño de 1959, el nuevo Concejo Municipal y el Distrito Escolar de Creve Coeur County decidieron que Old Central había dejado de ser útil, que la monstruosidad arquitectónica incluso en su decadente estado era demasiado difícil de calentar y mantener, y que los últimos 134 alumnos de Elm Haven de primera enseñanza serían trasladados a la nueva escuela próxima a Oak Hill, en el otoño de 1960.

Pero en la primavera de 1960, en el último día de clase, sólo unas horas antes de verse obligada al retiro definitivo, la Old Central School seguía todavía en pie, conservando firmemente sus secretos y silencios.

2

Dale Stewart estaba sentado en su clase de sexto curso de Old Central y tenía la seguridad, aunque no lo decía, de que el último día de colegio era el peor castigo que habían inventado los adultos para los chicos.

El tiempo había transcurrido más lentamente que cuando estaba esperando en la antesala del dentista, peor que cuando había tenido dificultades con mamá y tenía que esperar a que papá llegase a casa antes de recibir el castigo, peor que…

Una mala cosa, pues.

El reloj de pared, encima de la cabeza teñida de azul de la vieja Double-Butt [1], indicaba las 2.43 de la tarde. El calendario, también colgado de la pared, le informó de que era miércoles 1 de junio de 1960, el último día de colegio, el último día en que Dale y sus compañeros tendrían que sufrir el tedio de estar encerrados en las entrañas de Old Central; pero a todos los efectos, el tiempo parecía haberse detenido tan completamente que Dale tenía la impresión de ser un insecto aprisionado en ámbar, como la araña en la piedra amarillenta que el padre Cavanaugh había prestado a Mike.

No había nada que hacer. Ni siquiera deberes escolares. Los de sexto curso habían devuelto sus libros de texto alquilados a la una y media de aquella tarde; la señora Doubbet había comprobado los libros, examinándolos meticulosamente por si se había producido algún desperfecto, aunque Dale no veía cómo podía distinguir en los deteriorados textos los desperfectos de este año de los sufridos en años anteriores. Cuando estuvo hecha la comprobación y no quedó en la clase más que el desnudo tablero de anuncios y los despejados pupitres, la vieja Double-Butt había sugerido, soñolienta, que leyesen, aunque los libros de la biblioteca de la escuela habían sido devueltos el viernes anterior, so pena de no recibir el boletín de notas final.

Dale habría traído uno de sus libros de casa para leerlo, tal vez el de Tarzán que había dejado abierto sobre la mesa de la cocina al mediodía, cuando había ido a casa a comer, o quizás uno de los de ciencia ficción del Consejo Americano de Educación que estaba leyendo, pero aunque leía varios libros a la semana, nunca pensaba que el colegio fuese lugar adecuado para hacerlo. El colegio era un lugar para hacer deberes, escuchar a los maestros y dar respuestas tan sencillas que un chimpancé hubiese podido sacarlas de los libros de texto.

Así pues, Dale y los otros veintiséis alumnos de sexto estaban sentados bajo el calor y la fuerte humedad del verano, mientras nubes de tormenta oscurecían el cielo en el exterior y el aire sombrío de Old Central se hacía más oscuro, el verano parecía retroceder al inmovilizarse las agujas del reloj, y la mohosa densidad del interior de Old Central los envolvía como una manta.

Dale ocupaba el cuarto pupitre de la derecha de la segunda fila. Desde donde se hallaba sentado podía ver, más allá de la entrada del guardarropa, el oscuro pasillo, y de refilón la puerta de la clase de quinto donde su mejor amigo, Mike O'Rourke, esperaba también que terminase el año escolar. Mike era de la misma edad que Dale, en realidad tenía un mes más, pero se había visto obligado a repetir el cuarto curso, y por esta razón los amigos habían sido separados por el abismo de todo un curso escolar durante los dos últimos años. Pero Mike había tomado su fracaso en aprobar el cuarto curso con el mismo aplomo que mostraba ante la mayoría de las situaciones; bromeaba acerca de ello, seguía siendo un líder en el campo de deporte y en el grupo de amigos de Dale, y no tenía rencor a la señora Grossaint, la vieja bruja que le había suspendido…, por pura maldad, según pensaba Dale.

En la clase había algunos otros íntimos amigos de Dale: Jim Harlen, en el primer pupitre de la primera fila, donde la señora Doubbet podía controlarlo. Harlen ganduleaba ahora con la cabeza apoyada en las manos, mirando alrededor del aula, en la danza de hiperactividad que Dale sentía también pero que no se atrevía a exhibir. Harlen vio que Dale le estaba observando y le hizo una mueca, con una boca tan elástica como Silly Putty. La vieja Double-Butt carraspeó, y Harlen volvió a su actitud sumisa.

En la fila más próxima a las ventanas estaban Chuck Sperling y Digger Taylor, compañeros, líderes y políticos de la clase. Unos pelmazos. Dale no veía mucho a Chuck ni a Digger fuera del colegio, salvo durante los partidos y los entrenamientos de la Pequeña Liga. Detrás de Digger se sentaba Gerry Daysinger, con una camiseta de manga corta, gris y rota. Todos llevaban camisetas de manga corta y tejanos fuera del colegio, pero sólo los más pobres, como Gerry y los hermanos de Cordie Cooke, los llevaban dentro de la escuela.

Detrás de Gerry se sentaba Cordie Cooke, con su cara de luna, plácida y con una expresión que iba un poco más allá de la estupidez. Su cara gorda e inexpresiva estaba vuelta hacia la ventana, pero sus ojos incoloros parecían no ver nada. Estaba mascando chicle -siempre mascaba chicle-, pero la señora Doubbet no parecía advertirlo ni la reñía por ello. Si Harlen o uno de los otros bobos de la clase hubiese mascado chicle con tanta regularidad, la señora D. probablemente le habría suspendido por ello, pero en Cordie Cooke parecía un estado natural. Dale no conocía la palabra bovina, pero con frecuencia se imaginaba a Cordie como una vaca mascando su bolo alimenticio.

Detrás de Cordie, en el último pupitre de la hilera de la ventana, en un contraste casi chocante, se sentaba Michelle Staffney. Michelle estaba inmaculada, con una camisa de un verde claro y una planchada falda marrón. Su pelo rojo captaba la luz, e incluso desde el otro lado de la clase Dale podía ver las pecas que salpicaban su piel blanca, casi traslúcida.

Michelle levantó la mirada de su libro cuando Dale la observó fijamente, y aunque no sonrió, el más débil atisbo de reconocimiento bastó para hacer palpitar el corazón del muchacho de once años.

No todos los amigos de Dale se hallaban en esta clase. Kevin Grumbacher estaba en quinto, como le correspondía, porque era nueve meses menor que Dale. El hermano de éste, Lawrence, estaba en la clase de tercero de la señora Howe, en la primera planta.

Duane McBride, también amigo de Dale, estaba aquí. Duane, dos veces más pesado que el segundo gordinflón de la clase, llenaba el asiento del tercer pupitre de la hilera central. Estaba atareado, como siempre, escribiendo algo en una gastada libreta que siempre llevaba consigo. Sus desgreñados cabellos castaños se alzaban en mechones, y se ajustaba las gafas con un movimiento automático, mientras miraba ceñudo lo que estaba escribiendo y volvía al trabajo. A pesar de la temperatura de más de treinta grados, Duane llevaba la misma gruesa camisa de franela y los mismos holgados pantalones de pana que había usado durante todo el invierno. Dale no recordaba haber visto nunca a Duane con tejanos o camiseta de manga corta, aunque el grueso muchacho era campesino. Dale, Mike, Kevin, Jim y la mayoría de la clase eran chicos de ciudad… y Duane tenía que hacer faenas.

Dale rebulló en su asiento. Eran las 2.49 de la tarde. La jornada escolar terminaba, por alguna razón abstrusa en la que tal vez tenía que ver algo el horario de los autobuses, a las 3.15.