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– Hola, papá -dijo Lawrence desde la cama.

Acababa de poner fin a su rito de sujetarlo todo bien y asegurarse de que no quedaba nada suelto que pudiese caer y tentar a las criaturas de debajo de la cama.

– Hola, fieras. Ya veo que esta noche os habéis acostado temprano, ¿eh?

– Iba a leer un rato -dijo Dale, y de pronto comprendió que sucedía algo. Su padre no solía subir a darles las buenas noches, y ahora había una tensión alrededor de sus ojos y de su boca-. ¿Qué pasa, papá?

Su padre entró y se quitó las gafas como si acabase de darse cuenta de que las llevaba puestas. Se sentó en la cama de Lawrence y apoyó la mano izquierda en la de Dale.

– ¿Habéis oído el teléfono?

– Yo sí -dijo Dale.

– Y yo también -dijo Lawrence.

– Era la señora Grumbacher… -empezó a decir su padre. Jugaba nerviosamente con las gafas, desplegándolas y plegándolas de nuevo. Entonces se detuvo y las guardó en el bolsillo-. La señora Grumbacher ha telefoneado para decir que hoy había visto a la señorita Jensen en Oak Hill.

– La señorita Jensen -dijo Lawrence-. ¿Quieres decir la mamá de Jim Harlen?

Lawrence nunca había comprendido por qué la madre de Harlen tenía un apellido diferente… y por qué podía ser una «señorita» y tener un hijo.

– Cállate -le dijo Dale.

– Sí -dijo su padre, y dio unas palmadas en la pierna de Lawrence, debajo de la manta-. La mamá de Jim. Dijo a la señora Grumbacher que Jim había tenido un accidente.

Dale sintió que su corazón daba un salto y se encogía después. Kevin y él habían ido a buscar a Harlen aquella tarde -Mike no había acudido y no eran bastantes para jugar al béisbol-, pero su casa estaba cerrada y a oscuras. Pensaron que como era domingo habrían salido para ir a ver a algún pariente o amigo.

– Un accidente -repitió Dale al cabo de un momento-. ¿Está muerto?

Dale tuvo intuitivamente la seguridad de que Jim estaba muerto.

Su padre pestañeó.

– ¿Muerto? No, hombre; Jim no está muerto. Pero fue una lesión grave. Todavía estaba inconsciente en el hospital de Oak Hill cuando la señora Grumbacher habló con su mamá.

– ¿Qué sucedió? -preguntó Dale, y su voz sonó seca, áspera.

Su padre se frotó la mejilla.

– No están seguros. Parece que Jim estaba trepando en el colegio…

– ¿En Old Central? -farfulló Dale.

– Sí; trepaba por la pared del colegio y se cayó. La señora Moon le encontró esta mañana. Estaba buscando periódicos y botes de hojalata en el contenedor de basura que hay junto a la escuela… Bueno, Jim se había caído allí la noche pasada o a primera hora de la mañana, y estaba inconsciente.

– ¿Está muy grave? -preguntó Dale.

Su padre pareció meditar un momento la respuesta. Dio unas palmadas en las piernas de los dos chicos, debajo de las mantas.

– La señora Grumbacher dice que la señorita Jensen le ha dicho que se pondrá bien. Pero todavía está inconsciente; dice que recibió un golpe en la cabeza y que sufrió una conmoción bastante seria…

– ¿Qué es una conmoción? -preguntó Lawrence, con los ojos muy abiertos.

– Es como si te machacasen el cerebro o te rompiesen el cráneo -murmuró Dale-. Ahora calla y deja hablar a papá.

Su padre sonrió ligeramente.

– Está todavía inconsciente, pero no del todo en coma. Los médicos dicen que esto es normal cuando se ha sufrido un fuerte golpe en la cabeza. Supongo que también tiene algunas costillas rotas y una fractura múltiple en uno de los brazos. La señora G. no ha dicho en cuál. Por lo visto Jim cayó desde bastante altura y dio contra el borde del contenedor. Si no hubiese habido algo blando allí para amortiguar la caída…, bueno…

Lawrence se puso a lloriquear.

– Habría sido como el gatito de Mike al que aplastaron en Hard Road el verano pasado, ¿verdad, papá?

Dale dio un golpe a su hermano en el brazo. Antes de que su padre pudiese regañarle, dijo:

– ¿Podremos ir a verle a Oak Hill, papá?

El padre sacó las gafas del bolsillo.

– Claro. No creo que haya ningún inconveniente. Pero dentro de unos días, naturalmente. Jim tiene que recobrar el conocimiento y ellos asegurarse de que se pondrá bien. Si empeorase o no volviese en sí, tendrían que trasladarle a un hospital de Peoria… -Se levantó y dio unas palmadas en la pierna de Lawrence por última vez-. Pero iremos a verle esta semana, si se encuentra mejor. Y ahora no estéis demasiado rato leyendo, ¿eh?

Se dirigió a la puerta.

– ¡Papá! -dijo Lawrence-. ¿Cómo es que la mamá de Harlen no sabía que había salido por la noche? ¿Cómo es que nadie le buscó hasta esta mañana?

La cara de su padre sólo mostró un instante de cólera. Y no contra Lawrence.

– No lo sé. Tal vez su mamá pensó que estaba durmiendo en casa. O tal vez Jim salió de su casa y se encaramó en la escuela esta mañana.

– No lo creo -dijo Dale-. De todos los chicos que conozco, Harlen es el que se levanta más tarde. Tuvo que ser anoche. Estoy seguro.

Dale pensó en el cine gratuito, en los relámpagos y las primeras gotas de lluvia que habían enviado a todo el mundo a sus coches o a refugiarse debajo de los árboles durante algunos minutos, mientras Rod Taylor luchaba contra los Morlocks, y en la segunda película, que hubo que interrumpir a causa de la lluvia. Él y Lawrence habían vuelto andando, con una de las hermanas de Mike y su estúpido amiguito.

«¿Qué pretendía Harlen al escalar Old Central?»

– Papá -dijo-, ¿sabes por qué parte del colegio subía Harlen?

Su padre frunció el entrecejo.

– Bueno, cayó en el contenedor de basura que está cerca de la zona de aparcamiento; por lo tanto, supongo que fue por la esquina de este lado. Es donde estaba tu clase este año, ¿no?

– Sí -dijo Dale.

Se estaba imaginando el sitio por el que habría trepado Harlen. Probablemente por la tubería de desagüe y quizá por las piedras salientes de la esquina; sin duda por la cornisa de fuera de la clase.

«Desde luego no era una subida fácil. ¿Por qué diablos había ido Harlen por allí?»

Su padre pareció expresar con palabras el pensamiento de Dale.

– ¿Sabéis alguno de vosotros por qué Jim intentaba subir por allí hasta su clase?

Lawrence sacudió la cabeza. Estaba abrazando al raído oso panda al que llamaba «Teddy». Dale sacudió también la cabeza

– No, papá. No tiene sentido.

Su padre hizo una señal de asentimiento.

– Mañana por la noche y el martes estaré de viaje, pero telefonearé para saber cómo estáis… y cómo sigue vuestro amigo. Si queréis, podremos ir a visitar a Jim a finales de la semana.

Los dos chicos asintieron con la cabeza.

Más tarde Dale trató de leer, pero las aventuras de Tarzán en la ciudad perdida le parecieron bastante tontas. Cuando al fin se levantó para apagar la luz, Lawrence extendió la mano sobre el espacio vacío entre las dos camas. Generalmente Lawrence quería que su hermano le cogiese la mano al quedarse dormido -era el único riesgo que se atrevía a correr de que algo le agarrase-, pero casi siempre Dale le decía que no. Hoy cogió la mano de su hermano.

Las cortinas de las dos ventanas estaban descorridas. Las sombras de las hojas dibujaban siluetas en los tabiques. Dale podía oír los grillos y el susurro de las hojas. No podía ver Old Central desde este ángulo, pero sí el pálido resplandor del único farol, cerca de la entrada norte.