Duane asintió con la cabeza, pero prefirió no decir nada.
– Cállate, Henry -dijo suavemente tía Lena-. Al joven Duane no le gusta que hables mal del señor Van Syke. -Se volvió a Duane y le tocó la mejilla con una mano tosca y arrugada-. Sentimos mucho lo de tu perro, Duane. Recuerdo que ayudé a tu padre a elegirlo entre la camada del perro de Vira Whittakér antes de que tú nacieses. El cachorro fue un regalo para tu madre.
Duane asintió nuevamente y desvió la mirada hacia el campo municipal de béisbol a su derecha, observándolo fijamente, como si nunca lo hubiese visto con anterioridad.
Main Street estaba llena de gente. Los coches se situaban ya en diagonal en la zona de aparcamiento, y las familias se dirigían al Bandstand Park con sus cestas y mantas. Había algunos hombres sentados en el alto bordillo de delante de la taberna de Carl, sosteniendo botellas de Pabst en sus manos enrojecidas y hablando a gritos. Tío Henry tuvo que aparcar cerca de la cooperativa debido a la muchedumbre. El viejo gruñó, diciendo que aborrecía sentarse en las sillas plegables que habían traído; prefería quedarse en la camioneta e imaginarse que era uno de esos cines donde se veían las películas desde el coche.
Duane les dio las gracias y se dirigió apresuradamente al parque. Ya era demasiado tarde para poder estar mucho tiempo a solas con el señor Ashley-Montague antes de que empezase la película; pero quería hablar con el aunque sólo fuera un minuto.
Dale y Lawrence no habían proyectado ir al cine gratuito, pero su padre estaba en casa -se había tomado el sábado libre, lo cual era una rareza-, Gunsmoke y todos los programas de la noche eran reposiciones, y el matrimonio quería ir al cine. Cogieron una manta y una bolsa grande de palomitas de maíz y caminaron hacia el centro de la ciudad bajo la suave luz del crepúsculo. Dale observó que unos cuantos murciélagos volaban sobre los árboles; pero no eran más que murciélagos. El miedo de la semana anterior parecía un sueño malo y lejano.
Había más gente que de costumbre en el espectáculo. Las zonas herbosas, al este del quiosco de música y delante de la pantalla, estaban casi llenas de mantas, por lo que Lawrence se adelantó corriendo para buscar un sitio cerca de un viejo roble. Dale buscó con la mirada a Mike pero recordó que esta noche cuidaba de su abuela, como hacía la mayoría de los sábados. Kevin y su familia nunca venían al cine gratuito: tenían un televisor en color, uno de los dos únicos que había en la población. La familia de Chuck Sperling tenía el otro.
Al hacerse el silencio, después de anochecer del todo y antes de empezar la primera película de dibujos animados, Dale vio a Duane McBride que subía la escalera del quiosco de música. Murmuró algo a sus padres y corrió a través del parque, saltando sobre piernas extendidas y una pareja de adolescentes tendidos sobre su manta. Subió al escalón superior del quiosco de música, que estaba generalmente reservado al señor Ashley-Montague y al operador que trajese consigo, para saludar a Duane; pero vio que el grandullón estaba hablando con el millonario Junto al proyector. Dale se apoyó en la barandilla, no dijo nada y escuchó.
– … y de qué te serviría este libro, si existiese? -decía el señor Ashley-Montague.
Junto a él, un joven con corbata de lazo había acabado de conectar los altavoces y estaba colocando la bobina de la corta película de dibujos animados. Duane abultaba mucho al lado del benefactor de la población.
– Como le he dicho, estoy redactando un trabajo sobre la historia de Old Central School.
El señor Ashley-Montague dijo:
– El colegio está cerrado durante el verano, hijo -y se volvió a su ayudante.
Hizo una señal con la cabeza y se iluminó la pantalla del lado del Parkside Café. La multitud sentada sobre el césped o en sus vehículos siguió a gritos la cuenta atrás desde el diez hasta el uno, antes de que diera comienzo una cinta de dibujos animados de Tom y Jerry. El ayudante enfocó la imagen y ajustó el volumen del sonido.
– Por favor, señor -dijo Duane McBride, acercándose un paso al millonario-. Le prometo que devolveré los libros en perfecto estado. Sólo los necesito para terminar mi investigación.
El señor Ashley-Montague se sentó en la silla de jardín que su ayudante había preparado para él. Dale no había estado nunca tan cerca de aquel hombre; siempre se había imaginado al señor A.-M. como un joven, pero a la luz del lado del proyector y a la que reflejaba la pantalla, pudo ver que el millonario tenía unos cuarenta años. Tal vez más. Su corbata de lazo y la manera un tanto afectada de vestir le hacía parecer mayor. Esta noche llevaba un traje blanco de hilo que casi resplandecía en la oscuridad.
– ¿Investigación? -dijo el señor Ashley-Montague, riendo entre dientes-. ¿Qué edad tienes, hijo? ¿Catorce años?
– Dentro de tres semanas cumplo doce -dijo Duane.
Dale no sabía que el cumpleaños de su amigo fuese en julio.
– Doce -dijo el señor Ashley-Montague-. A los doce años no se investiga, amigo. Busca en la biblioteca lo que necesites para tu trabajo escolar.
– He buscado en la biblioteca, señor -dijo Duane, y Dale advirtió que a pesar de que utilizara la palabra «señor» no había verdadera deferencia en la voz de Duane. Era como si un adulto estuviese hablando a otro-. Allí no había los datos necesarios. La bibliotecaria de Oak Hill me dijo que el resto de los materiales de la Sociedad Histórica del condado le habían sido confiados a usted. Supongo que los documentos de la Sociedad Histórica son todavía de uso público… y lo único que pido son unas pocas horas para buscar los temas relacionados con Old Central.
El señor Ashley-Montague cruzó los brazos y observó la pantalla, donde Tom estaba dándole una paliza a Jerry. O tal vez era Jerry quien daba una paliza a Tom… Dale nunca estaba seguro de cuál era el nombre del gato y cuál el del ratón. Por fin, el hombre, que ya se había sentado, dijo:
– ¿Y cuál es exactamente el tema de tu trabajo?
Duane respiró hondo.
– La campana Porsha -dijo al fin.
O fue lo que Dale creyó que decía. En aquel instante, una explosión de ruido de la película de Tom y Jerry casi ahogó las palabras.
El señor Ashley-Montague se levantó de un salto de la silla, agarró los brazos de Duane, los soltó y se echó atrás, como confuso.
– No hay tal cosa -oyó Dale que decía el hombre, bajo el estruendo de los altavoces.
Duane dijo algo que se perdió al estallar un enorme petardo debajo del gato. Incluso el señor Ashley-Montague tuvo que inclinarse hacia delante para oírle.
– … había una campana -estaba diciendo el millonario cuando Dale pudo oír de nuevo-, pero fue quitada de allí hace años. Hace décadas. Creo que antes de la Primera Guerra Mundial. Era falsa, desde luego. Mi abuelo fue… defraudado, creo que ésta es la palabra. Engañado. Estafado.
– Bueno, esto es lo que necesito para terminar mi ensayo -dijo Duane-. En otro caso, tendré que decir que el paradero actual de la campana es un misterio.
El señor Ashley-Montague paseó arriba y abajo junto al proyector. La película de dibujos había terminado y el ayudante estaba preparando rápidamente su breve documental de la 20th Century sobre la expansión del comunismo, comentado por Walter Cronkite. Dale levantó la mirada y vio al reportero de negros cabellos sentado a una mesa. La corta película era en blanco y negro; Dale la había visto en el colegio el año pasado, en una sesión especial. De pronto un mapa de Europa y Asia empezó a teñirse de negro al extenderse la amenaza comunista. Unas flechas penetraban en la Europa del Este, en China y en otros lugares cuyo nombre Dale no conocía exactamente.
– No hay ningún misterio -saltó el señor Ashley-Montague-. Ahora lo recuerdo. La campana del abuelo fue descolgada y guardada en alguna parte a finales de siglo. Creo que ni siquiera se podía tocar con ella debido a las grietas que tenía. Fue sacada del sitio donde la guardaban y fundida. El metal se utilizó para fines militares en la Gran Guerra.