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No era fácil. Su ayuda de cámara sudaba tinta poniéndole las chaquetas que, tal como dictaba la moda, debían quedar como una segunda piel. Sin embargo, ella solo tuvo que pasarle los dedos por debajo de las solapas y deslizarlos por sus hombros y sus brazos para que la prenda siguiera sin protestar el camino marcado por sus manos hasta acabar en el suelo, a su espalda.

No era la primera vez que lo hacía, pensó Con.

Esos ojos azules se pasearon por su camisa y su corbata, justo antes de que sus manos atacaran a esa última para quitársela con destreza. Le desabrochó los botones del cuello y le apartó la camisa.

La observó en todo momento, mientras ella trabajaba con la mirada clavada en lo que sus manos hacían y con los labios entreabiertos.

No había prisa. Ninguna. Tenían toda la noche y no había ningún premio dependiendo del número de veces que la poseyera. Quizá una fuera suficiente, dado que era su primera vez juntos.

– Está magnífico en mangas de camisa -la oyó decir-. Masculino y viril. Quítesela.

¿No iba a hacerlo ella misma?

Se sacó los faldones del pantalón sin apartar la mirada de sus ojos, y después procedió a desabrocharse los puños antes de cruzar los brazos para sacarse la camisa por la cabeza. La duquesa lo observó con atención y después sus ojos recorrieron despacio sus hombros, sus brazos y su torso antes de descender hasta la pretina de sus pantalones. Apoyó las yemas de los dedos en su pecho.

Él se las apartó con el dorso de las manos, tras lo cual le bajó el vestido por los hombros. Acto seguido, sus pulgares siguieron el borde del escote y se detuvieron en el centro. Una vez allí aferró la tela con ambos dedos y se la bajó hasta dejar sus pechos fuera. Se había pasado toda la cena deseando hacer justo eso.

Sus senos no eran demasiado generosos, pero sí turgentes, bonitos y firmes. Con la ayuda del corsé, cierto. Además, eran del tamaño perfecto para sus manos. Cálidos y suaves. Tenía la piel muy blanca, casi translúcida en comparación con la suya. Sus pezones eran rosados y el deseo los había endurecido. Inclinó la cabeza y se llevó uno a la boca. Lo acarició con la lengua.

Sintió, que no escuchó, cómo aspiraba el aire con fuerza.

Desvió la atención de sus labios al otro pezón.

– Mmm… -la oyó murmurar. Un sonido ronco y satisfecho que surgió del fondo de su garganta mientras le pasaba los dedos por el pelo antes de levantarle la cabeza.

La duquesa había echado la cabeza hacia atrás. Tenía los ojos cerrados y el pelo le caía por la espalda mientras le acercaba los pechos al torso, mientras se pegaba por completo a él. Lo instó a acercar la cabeza y separó los labios justo antes de que los suyos los rozaran.

La abrazó para estrecharla con fuerza y se entregó al momento con abandono. Sus lenguas se debatieron, se acariciaron y se exploraron. La tensión se apoderó de sus brazos. La respiración se aceleró.

En un momento dado ella lo abrazó y notó que le clavaba los dedos en la espalda. Esas manos descendieron hasta detenerse en su cintura, donde se deslizaron por debajo de los pantalones y de los calzones para acariciarle las nalgas.

– Quíteselos -la oyó decir contra sus labios mientras tensaba el dorso de las manos contra la tela.

Una orden más. ¿Tampoco pensaba quitárselos ella misma? Claro que a esas alturas ya había demostrado dominar el arte de lo inesperado. Lo observó mientras se quitaba primero los zapatos y las medias, y después los pantalones y los calzones. Todo ello sujetándose el vestido bajo el pecho… hasta que lo vio desnudo. En ese momento apartó las manos y el satén verde esmeralda se deslizó hasta el suelo, dejándola tan solo con el corsé, las medias de seda y los escarpines.

Seguramente la habría poseído en ese mismo momento, sin más preámbulos, si no tuviera una ligera idea de lo opresivo que debía de ser el corsé y si no le hubiera prometido un maratón, claro está. En cambio, le desató las cintas y la asfixiante prenda acabó sobre el vestido.

La moda era un concepto raro. No sería de extrañar que se sintiera desnuda sin el corsé, aunque en realidad no lo necesitara. Su cuerpo era delgado, firme y bien formado. Sus pechos, turgentes y juveniles. Sus piernas, largas y torneadas. Si bien daba la impresión de no ser muy alta, solo era eso, una ilusión.

La vio sentarse en el borde de la cama e inclinarse hacia atrás con las manos apoyadas en el cobertor. Acto seguido levantó una pierna y le ofreció el pie. Le quitó la media y después la otra cuando ella repitió el movimiento.

Se inclinó sobre ella, instándola a tenderse en la cama, y la besó de forma apasionada y vehemente, mientras le acariciaba los pechos y se acomodaba entre sus muslos, que ella ya había separado, al igual que los brazos que estaban extendidos sobre la cama.

– ¿Cuánto se tarda en completar un maratón? -le preguntó la duquesa cuando por fin se apartó de sus labios. Según vio, tenía las mejillas sonrosadas.

– Toda la noche si es necesario -contestó él-. Aunque siempre se puede hacer trampa, tomar un atajo si nadie mira, llegar a la meta muchísimo antes de que la noche acabe.

– Estoy a favor de hacer cosas escandalosas cuando nadie mira -replicó ella mientras le pasaba los dedos índice y corazón por los hombros como si estuvieran caminando.

– Pues vamos allá.

En el fondo fue un alivio. Porque estaba tan excitado que incluso le resultaba incómodo.

Se enderezó para colocarle las manos bajo la espalda y la levantó a fin de acostarla a lo largo de la cama, y no a lo ancho como estaba hasta ese momento. Tras dejar las sábanas y el cobertor a los pies, se tumbó a su lado de costado y se apoyó en un codo para mirarla.

La duquesa estaba inmóvil, con las manos extendidas.

Le aferró la barbilla para besarla mientras su otra mano se deslizaba entre sus pechos, sobre ese abdomen tan plano, sobre su monte de Venus y entre sus muslos. Descubrió que estaba caliente y mojada. Tras explorar con los dedos, la penetró ligeramente con dos de ellos.

Y volvió a escuchar ese murmullo ronco que brotaba del fondo de su garganta.

Se colocó sobre ella, le separó los muslos y tras llevar de nuevo las manos bajo su espalda, la penetró hasta el fondo.

Su calor, su humedad, la tensión de sus músculos y la suavidad de su cuerpo fueron un impacto a sus sentidos.

Se obligó a controlar la respiración y las reacciones de su cuerpo. El momento de alcanzar el placer más sublime había llegado, por fin, y no quería apresurarlo, pese al estímulo que ella le había dado y al acuciante deseo que lo embargaba. Se mantuvo inmóvil y notó que la rigidez que de repente se había apoderado de ella comenzaba a desaparecer a medida que se relajaba. La esperó.

A la duquesa de Dunbarton.

A Hannah.

De repente, la recordó tal como la había visto en el parque aquella tarde con Stephen y Monty.

En ese momento ella lo abrazó por la cintura. Sus piernas se movieron para colocarse sobre las suyas. Su cuerpo irradiaba calor.

Levantó la cabeza para mirarla.

El deseo le oscurecía los ojos. Se estaba mordiendo el labio inferior.

– La línea de meta ya se ve -murmuró-, aunque todavía estamos a cierta distancia.

Ella no dijo nada. La vio cerrar los ojos y notó cómo lo aprisionaba en su interior.

Salió de ella y escuchó una especie de murmullo de protesta, pero volvió a penetrarla al instante, con fuerza y rapidez. Repitió el movimiento hasta imitar el ritmo de su propio corazón, hasta que todo su ser pareció sumergirse en esa ardiente humedad.

Era una mujer exquisita.

El momento era exquisito.

Sin embargo, el momento, el sexo, no se podía disfrutar a menos que se fuera consciente de la persona con la que se estaba compartiendo dicho momento. Y la duquesa demostró ser lista hasta el final. En vez de exhibir la experiencia que él esperaba, y que hasta ese momento creía desear, se limitó a dejarse hacer, a yacer casi de forma pasiva bajo su cuerpo.

Con se había preparado para resistir durante los preliminares, pero lo habían indultado. Claro que también habría disfrutado al máximo de no haber logrado dicho indulto. De modo que empleó la energía atesorada y el control que había invocado en ese momento, en el momento de la verdad, con la mujer que sería su amante durante los próximos meses.