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– No serías virgen, ¿verdad?

La pregunta fue hecha en tono socarrón, claro. Sin embargo, Hannah tardó más de la cuenta en contestar, y cuando lo hizo enarcó las cejas de forma arrogante, aunque el efecto de dicho gesto quedara oculto por la oscuridad.

– ¿¡Eras virgen!?

En esa ocasión Constantine lo dijo muy en serio. Ni siquiera fue una pregunta en toda regla.

Tenía treinta años. No había habido barrera física. No había habido sangre. Sin embargo, seguía siendo virgen en lo verdaderamente importante.

– ¿Hay alguna ley en contra de la virginidad? -replicó-. Nunca había tenido un amante hasta que te elegí, Constantine. Sabía que serías magnífico y lo eres. Es cierto que no tengo a nadie con quien compararte, pero sería tonta si te tildara de mediocre.

– Estuviste casada-señaló él-. Durante diez años.

– Con un anciano que no estaba en absoluto interesado en ese aspecto de nuestro matrimonio -repuso Hannah-. Lo cual me parecía estupendo, porque yo tampoco lo estaba. Me casé con él por otros motivos.

– Te convertiste en duquesa -aventuró Constantine, sacando a colación las únicas razones aparentes-, en una duquesa muy rica.

– Incalculablemente rica -convino-. Y es poco probable que acabe con ese horrendo título de «duquesa viuda» porque es casi imposible que el actual duque se case. Tiene una amante y diez hijos, cuyas edades van de los dos a los ocho años, pero la sacó de un burdel y, obviamente, no puede casarse con ella.

– Un detalle bastante escabroso para que una dama esté al tanto -replicó Constantine.

– Por suerte, el duque… mi duque -especificó- nunca me ocultó los detalles más jugosos de cualquier noticia. Siempre que escuchaba algún cotilleo picarón corría a casa para contármelo.

– De modo, duquesa, que no mantuviste relaciones conyugales -señaló Constantine-. Pero ¿qué me dices de la horda de amantes que tuviste durante tu matrimonio? Aparentemente al menos.

– Prestas demasiada atención a las habladurías -repuso Hannah-. Bueno, eso nos pasa a todos, así que mejor decir que les das demasiado crédito. ¿De verdad crees que rompí mis votos matrimoniales?

– ¿Teniendo en cuenta que tu marido no te satisfacía? -apostilló él.

– Constantine, ahora soy una viuda alegre, sí -reconoció-. De hecho, tengo la intención de pasar muy buenos ratos contigo durante el resto de la primavera, aunque por esta noche he tenido suficiente. Como iba diciendo, aunque ahora soy una viuda alegre, fui una esposa fiel. Y antes de que llegues a la horrible conclusión, no lo hice porque mi esposo me obligara a serle fiel. Porque eso habría sido espantoso. Mi duque no era un tirano en absoluto, al menos conmigo. Yo misma decidí serle fiel, al igual que ahora he decidido buscar un amante. Siempre he llevado las riendas de mi vida.

Constantine la miró en silencio un instante y por primera vez Hannah comprendió que había debido de costarle un tremendo esfuerzo apartarse de ella, dada su excitación, y tumbarse a su lado solo para hablar.

Si se hubiera negado a tiempo, él se habría detenido antes y la conversación que estaban manteniendo no habría tenido lugar. Tal vez el episodio la enseñara a no volver a titubear.

De todas formas, no importaba. Nada había cambiado. Al menos en su caso. En el de Constantine, tal vez sí. Porque había supuesto que contaba con una amante experimentada.

– Bueno -lo oyó decir en voz baja-, la rosa acaba de perder uno de sus pétalos exteriores. ¿Quedarán muchos en el centro?, me pregunto yo.

Era una pregunta retórica. De modo que Hannah no la respondió. De todas formas, tampoco sabía muy bien a qué se refería.

– De haberlo sabido, podría haber corrido el maratón de forma algo menos… vigorosa -siguió él-. Podría…

– Constantine -lo interrumpió-, como alguna vez se te ocurra mostrarte condescendiente o delicado conmigo como si fuera una dama frágil, te…

– ¿Me…?

– Te dejo -concluyó-. Como si fueras un par de zapatos viejos. Y para el día siguiente ya tendré otro amante, el doble de guapo y el triple de viril que tú. Te borraré por completo de mi memoria.

– ¿Eso es una amenaza? -le preguntó Constantine, que no parecía sentirse muy amenazado.

– Por supuesto que no -respondió con desdén-. Nunca hago amenazas. ¿Para qué hacerlas? Me limito a informarte de un hecho. De lo que sucederá si alguna vez intentas tratarme como a un ser inferior.

– Mi intención solo era la de comentarte que no es lo mismo hacer el amor con una virgen que con una mujer con experiencia -precisó él-. El placer no habría sido menor, duquesa, tal vez habrías disfrutado más si cabe.

Se percató de que Constantine le estaba acariciando el abdomen con la mano libre. La notaba más caliente que su piel.

– Supongo que harás el amor con una virgen al menos cada quince días.

Distinguió la blancura de los dientes de Constantine en la oscuridad y comprendió que le había arrancado una sonrisa. Un logro extraordinario. Lástima que no estuvieran a la luz del día para verlo bien.

– No me gusta fanfarronear ni exagerar -le aseguró él-. Una vez al mes. -Inclinó la cabeza para besarla con delicadeza en los labios-. Lo siento -murmuró.

Hannah le dio unas palmaditas en la mejilla, algo más fuertes de la cuenta.

– Nunca te disculpes por algo que hayas hecho -le aconsejó-. Nunca te arrepientas. Si haces las cosas de forma intencionada, no debes arrepentirte. Y si lo haces de forma accidental, no hay nada por lo que disculparse. En mi caso, no voy a disculparme por haber sido virgen hasta hace unas horas. Yo elegí serlo. Y no voy a disculparme por haberte ocultado esa información. Era un detalle que no necesitabas conocer. Parafraseando las palabras que me dijiste la noche del concierto, cuando te pregunté por tu distanciamiento del duque de Moreland: no era de tu incumbencia. Y, ya que estamos hablando del tema, te aseguro que te seré fiel durante el resto de la primavera, mientras estemos juntos. Y espero que sea recíproco. Me voy a casa.

– Tal vez no haya más pétalos en la rosa -comentó Constantine-, pero ciertamente el tallo está lleno de espinas. Duquesa, puedes estar tranquila con respecto a mi fidelidad durante los próximos meses. Físicamente carecería de resistencia para satisfacer a otra mujer como tú… o aunque no fuera como tú, la verdad. Sigue acostada un rato mientras yo aviso a mi cochero. No le va a hacer mucha gracia. Esperaba que requiriéramos sus servicios a primera hora de la mañana, pero me temo que sigue siendo más de madrugada que otra cosa. -Salió de la cama mientras hablaba y se vistió.

Hannah siguió acostada hasta que lo vio abandonar el dormitorio.

La noche había sido interesante, pensó. Y no del todo relajada. Desde luego, no había resultado en absoluto como la había planeado.

En primer lugar porque la… la experiencia propiamente dicha había sido muchísimo más carnal de lo que se imaginaba. ¡Y el doble de placentera, además! Aunque la hubiera dejado bastante dolorida.

Y en segundo lugar porque albergaba la incómoda sospecha de que tener un amante iba a conllevar algo más que lanzarse indirectas subidas de tono y retozar alegremente entre las sábanas. Un detalle que no había esperado ni deseado.

Sospechaba que el affaire con Constantine Huxtable acabaría enredándola en una especie de relación, como le sucedió con su matrimonio.

Y no quería una relación. Esa vez no.

O tal vez sí. Una relación unilateral o ceñida a sus propias condiciones. Comprenderlo le produjo cierta sorpresa. La verdad era que había deseado conocer más cosas de él desde el principio, conocerlo a fondo, de hecho. Y se lo había dejado claro. Era un hombre enigmático y misterioso. Se sabían ciertas cosas sobre él. Pero no sabía de nadie que lo conociera de verdad. Su duque no lo había conocido, aunque hablaba de él de vez en cuando. Según sospechaba su esposo, el carácter sombrío y taciturno de Constantine se debía al odio; y sus agradables modales cuando se desenvolvía en sociedad se debían al amor. Por tanto, aseguraba que se trataba de un hombre complejo y peligroso, poseedor de un atractivo arrollador. Así tal cual lo había dicho.