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– Yo mismo iré a Ainsley Park siempre y cuando alguien me diga en qué parte de Gloucestershire se encuentra -contestó el conde-. Haré todo lo que esté en mi mano…

– Había pensado en el duque de Moreland… -lo interrumpió Hannah.

– ¿En Elliott? -La expresión del conde se tornó más intensa.

– ¡Por Dios! -Exclamó ella, aunque más bien pareció un lamento-. Ojalá mi duque siguiera vivo. Salvaría a Jess con una simple mirada en la dirección correcta. Pero está muerto. La palabra del duque de Moreland tendrá mucho peso.

– Elliott y Con han sido enemigos acérrimos desde antes de que los conociera -señaló el conde.

– Porque Constantine vendió las joyas de Merton para financiar el proyecto por orden de su hermano -reveló Hannah-. Todo fue idea de su hermano, aunque él lo apoyaba por completo. Sin embargo, el duque de Moreland lo acusó de robarle a su propio hermano y de ser un depravado que se había aprovechado de muchas mujeres, que en esos momentos eran madres solteras. Constantine no lo contradijo, en parte porque temía que el duque acabara con el sueño de su hermano, pero principalmente por orgullo. El duque lo acusó en vez de preguntarle.

El conde de Merton respiró hondo, retuvo el aire unos instantes y lo soltó lentamente.

– Excelencia, no estoy seguro de que Elliott se muestre dispuesto a ayudar -replicó-. Permítame…

Sin embargo, lady Sheringford se puso en pie y atravesó el salón mientras lo interrumpía.

– Por supuesto que ayudará, Stephen -aseguró con brusquedad-. ¡Por supuesto que lo hará! No se habría pasado tantos años enfadado con él si no le quisiera. Y en caso de que titubee, Nessie lo convencerá de que ayude. A ella será más fácil convencerla. Siempre está dispuesta a creer lo mejor de los demás. Llevo años sospechando que sería capaz de perdonar a Con en un abrir y cerrar de ojos si él le pidiera perdón por lo que sea que le haya hecho.

– Debo irme -dijo Hannah, que se puso en pie y apartó las manos de las del conde-. Tal vez ya sea demasiado tarde. -Se llevó las manos a las mejillas-. ¡Pero tengo invitados en casa!

De repente, el problema se disolvió como por arte de magia. Los invitados se marcharían todos juntos, unos a Londres y otros a Ainsley Park, si seguían el impulso inicial, declaró alguien. Tal vez fuera lord Montford. Sin embargo, supondrían un estorbo. De modo que se quedarían en Copeland Manor y Stephen se marcharía con la duquesa. La condesa de Sheringford afirmó que gracias a su cuidadosa planificación todo iría muy bien en Copeland Manor y que su presencia no sería necesaria hasta que se marcharan, cosa que planeaban hacer al día siguiente por la mañana. Además, añadió que la señorita Leavensworth la había sustituido perfectamente como anfitriona durante el té del día anterior y que volvería a hacerlo durante el desayuno a la mañana siguiente. Según aseguró lady Montford, sería maravilloso que la señorita Leavensworth volviera con ellos a Londres al día siguiente. Una invitación que la señora Newcombe tildó de generosa, aunque ellos mismos habrían estado encantados de llevarse a Barbara, si bien la pobre hubiera viajado la mar de apretujada entre ellos y los gemelos. Barbara añadió que podía marcharse muy tranquila. Y la instó a hacerlo sin pérdida de tiempo.

A la postre resultó que el señor Newcombe conocía el emplazamiento de Ainsley Park. Aunque nunca había estado en la propiedad, apenas distaba treinta kilómetros de su hogar. Incluso había oído hablar muy bien de los aprendices que salían de sus talleres. Lo que ignoraba era que el dueño y el señor Huxtable, con el que había coincidido en la fiesta campestre, fueran la misma persona. De lo contrario, le habría encantado hablar con él largo y tendido sobre el tema.

Cassandra se había marchado del salón a toda prisa. Ella iba a acompañarlos y debía subir para avisar a la niñera de que preparara al bebé para la inminente partida.

– Vamos, Hannah -dijo Barbara, tan serena y eficiente como de costumbre-. Debes cambiarte de ropa y ordenar que te preparen una bolsa de viaje. Yo me encargaré de todo lo demás.

Lord Sheringford había salido para ordenar que prepararan el carruaje de lord Merton.

Una hora más tarde Hannah iba de camino a Londres, sentada enfrente del conde de Merton y de Cassandra. Su Señoría llevaba en brazos al bebé, que estaba dormido. Al parecer, Cassandra lo había amamantado antes de partir.

¿Dónde estaría Constantine en esos momentos? ¿Cuánto camino habría recorrido?

¿Llegaría a tiempo?

¿Influiría en algo que lo hiciera?

¿Iría el duque de Moreland?

¿Llegaría a tiempo?

¿Sería su influencia tan poderosa como para ponerle fin a la locura de ahorcar a un retrasado mental cuyo único delito había sido intentar reparar un error producido por un descuido?

Ojalá su duque estuviera vivo. Porque nadie habría osado llevarle la contraria. Hannah no conocía a nadie que ostentara tanto poder como había ostentado el anciano duque de Dunbarton. Salvo el rey, quizá.

El rey. ¡El rey!

Se dejó caer en el rincón del asiento y cerró los ojos con fuerza. ¿Se atrevería a hacerlo?

¿Se atrevería a hacerlo? Era la duquesa de Dunbarton, ¿no?

CAPÍTULO 18

El duque de Moreland estaba desayunando en su residencia londinense de Cavendish Square cuando le informaron de que Su Excelencia, la duquesa de Dunbarton, y el conde de Merton se encontraban en el salón recibidor y solicitaban verlo para tratar con él un asunto urgente. Su esposa acababa de sentarse a la mesa.

Era temprano. El duque tenía que ir a la Cámara de los Lores y le gustaba pasar siempre una hora con su secretario para discutir los asuntos del día antes de acudir a la cita. La duquesa todavía tenía que abandonar la cama a una hora indecente reclamada por su voraz hijo de ocho meses, que aún no había aprendido a esperar a una hora más civilizada para pedir su desayuno.

Los dos aparecieron en el salón recibidor antes de que Hannah estableciera una ruta satisfactoria para pasearse por la estancia. Se había cambiado de ropa al llegar a Londres hacía unas horas, pero no había dormido. Habría ido a llamar a la puerta del duque mucho antes si no se hubiera impuesto el sentido común. El conde de Merton había tenido la amabilidad de llegar a Dunbarton House diez minutos antes de lo que le había prometido.

– Stephen -saludó la duquesa a su hermano al tiempo que lo abrazaba. Cuando se separó, lo miró a la cara y después la miró a ella con cierta curiosidad.

– ¿Duquesa? ¿Stephen? Buenos días. -El duque los miró con expresión penetrante.

Hannah no esperó a que terminasen las formalidades.

– Tiene que ayudar a Constantine -lo urgió, dando unos pasos hacia él-. Por favor. Tiene que hacerlo.

– ¿A Con? -Los ojos del duque se posaron en ella… unos ojos azules que brillaban en esa cara morena de facciones austeras y expresión despótica. Tan parecida a la de Constantine y tan distinta-. ¿Tengo que ayudarlo, señora?

– ¿Constantine? -Preguntó la duquesa de Moreland al mismo tiempo-. ¿Está en un apuro?

– Van a colgar a un hombre en Gloucestershire -explicó Hannah, casi sin aliento, como si hubiera realizado el trayecto hasta allí corriendo en vez de en el carruaje del conde-. Y Constantine ha ido para salvarlo. Pero no podrá hacerlo. No tiene autoridad alguna. Usted sí. Usted es el duque de Moreland. Tiene que ir allí sin demora y ayudarlo. Por favor. -Para ella la explicación tenía muchísimo sentido.

– Elliott… -dijo el conde de Merton, pero el duque alzó una mano para silenciarlo.

– Vanessa, ¿tendrías la amabilidad de pedir que nos traigan un poco de café para la duquesa? -Preguntó a su esposa sin apartar los ojos de Hannah-. Y también para Stephen, amor mío. Los dos parecen recién llegados de Kent y creo que no han desayunado.

– Diré que traigan algunas tostadas también -añadió la duquesa antes de marcharse.