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La hora de la pausa llegó en un abrir y cerrar de ojos, y Stephen anunció a la alta sociedad que su primo, Constantina Mutable, sería honrado por Su Majestad el rey con el título de conde de Ainsley antes de que la temporada social llegara a su fin. Y que el nuevo conde de Ainsley convertiría en su condesa a la duquesa de Dunbarton poco después de que eso sucediera, en una ceremonia privada que se celebraría en Warren Hall.

Con intentó contar las semanas que habían pasado desde el día que vio a Hannah en Hyde Park después de dos años, mientras cabalgaba con Monty y con Stephen, y sufrió su rechazo. No eran muchas, pero le costaba recordar la imagen que tenía de ella en aquel entonces. Era sorprendente lo mucho que cambiaban las personas cuando se conocía el interior además del exterior.

Ya en aquel momento estaba planteándose el tema del matrimonio. ¿Quién le iba a decir mientras la observaba aquel día en el parque que acabaría casándose con ella?

Que sería ella.

Su amor verdadero.

El baile tardó en reanudarse. Todos querían felicitarlos y expresarles sus buenos deseos. Muchos hombres juraron que llevarían brazaletes negros en señal de duelo desde el día siguiente. Hannah los golpeó con fuerza con el abanico en el brazo.

Y llegó el momento del vals.

Un baile que a Con le gustaba mucho, siempre y cuando pudiera elegir con quién lo bailaba, por supuesto. Por suerte, los hombres disfrutaban de un mayor control del asunto. Sin embargo, Hannah no parecía contrariada al tener que bailar con él cuando la sacó a la pista de baile.

– ¿Estás contenta? -preguntó mientras le rodeaba la cintura con el brazo derecho y le cogía la mano con la izquierda.

– ¡Sí, lo estoy! -Respondió Hannah con un suspiro-. Aunque no sé si voy a disfrutar mucho con todos los preparativos para la boda. Quizá deberíamos habernos fugado.

– Mis primas jamás nos lo perdonarían -replicó él con una sonrisa.

– Lo sé. Pero lo único que quiero es estar contigo. Por su parte, llevaba todo el tiempo tratando de obviar ese tipo de anhelo.

– ¿Quieres venir a mi casa esta noche, después del baile? -preguntó.

Hannah lo miró a los ojos unos instantes antes de suspirar otra vez.

– No -contestó-. Ya no soy tu amante, Constantine. Soy tu prometida. Hay una gran diferencia.

Su respuesta lo decepcionó… y lo alivió. Porque había una gran diferencia.

– Seremos buenos, pues -repuso-. Y nos consolaremos con la idea de la noche de bodas.

– Sí -convino ella-. Pero no es solo eso. Es que estoy deseando… ¡Ay, no sé cómo decirlo! Estoy deseando ser tu esposa.

La miró con una sonrisa.

– Y acabo de recordar una cosa -añadió Hannah, cuya expresión recobró la alegría-. El duque me enseñó que jamás usara el verbo «desear», porque implica una falta de seguridad en mí misma y es la puerta a la decepción. No deseo ser tu esposa. Lo voy a ser, así que me lanzaré de lleno a ayudar a Margaret y a las demás con los preparativos de la boda para que el tiempo pase más deprisa. ¡Ay, Constantine! Es maravilloso tener una familia que se preocupe por mi boda, aunque en parte preferiría fugarme.

En ese instante comenzó la música.

Y sin dejar de mirarse a los ojos bailaron bajo la luz de las velas de las arañas, entre los arreglos florales y los frondosos helechos, entre el resto de las parejas que conformaban un reluciente remolino de satenes, sedas y joyas de variados colores.

Con comprendió que siempre había vivido en los márgenes de la vida, observando las vidas de los demás, ayudándolos incluso a caminar por ella. La muerte de Jon había supuesto un golpe tan fuerte porque había intentado vivir la vida de su hermano y había acabado descubriendo que era imposible. Jon tenía que morir solo. Y a esas alturas era un hecho que asumía como natural y justo. Jon había vivido su vida, la vivió con intensidad, y murió cuando le llegó la hora.

Y por fin había llegado su turno, reconoció. De repente y por primera vez, se encontraba en el centro de su vida, viviéndola y disfrutándola.

Amando a la mujer que ocupaba dicho centro a su lado.

Amando a Hannah.

Que lo miraba con una sonrisa.

La hizo girar al llegar a uno de los rincones del salón de baile y se la devolvió.

CAPÍTULO 24

La boda de Hannah Reid, duquesa de Dunbarton, con Constantine Huxtable, conde de Ainsley, era un acontecimiento íntimo a ojos de la alta sociedad. Y lo más sorprendente, al menos para Hannah, era que se trataba de un acontecimiento familiar, con niños correteando por todas partes que asistirían tanto a la ceremonia que se celebraría en la capilla de Warren Hall como al banquete de bodas que tendría lugar después en la mansión.

Sin embargo, era más sorprendente si cabía que no solo iba a asistir la familia de Constantine. Su padre también había ido. Al igual que Dawn y Colin, su hermana y su cuñado, con sus cinco hijos: Louisa, de diez años; Mary, de ocho; Andrew, de siete; Frederick, de cinco; y Thomas, de tres. Y Barbara se presentó con sus padres, ya que el reverendo Newcombe no podía abandonar sus responsabilidades después de su reciente escapada y antes de su propia boda y su luna de miel.

Su padre apenas había cambiado, descubrió Hannah cuando llegó a Finchley Park el día antes de la boda. No podía decir lo mismo de Colin ni de Dawn, Los dos habían ganado volumen y parecían bastante mayores. Colin había perdido mucho pelo y su aspecto lozano. Dawn, en cambio, tenía las mejillas sonrojadas y parecía contenta… aunque no en el momento de su llegada.

Debía de haberles costado mucho tomar la decisión de ir, supuso Hannah.

Había decidido de antemano comportarse como si no hubiera habido distanciamiento alguno, y al parecer ellos habían tomado la misma decisión. Se abrazaron, se saludaron y sonrieron. Y ocultaron la vergüenza que debían de estar sintiendo todos concentrándose en los niños, que en ese momento salían de otro carruaje.

Tenía dos sobrinas y tres sobrinos de los que no sabía prácticamente nada, pensó Hannah mientras veía cómo iban saludándola con las reverencias de rigor. Nunca había permitido que Barbara le hablara de su familia.

En otras circunstancias bastante distintas, llevaría casada unos diez años con Colin. En ese momento se le antojaba como un extraño al que había conocido de pasada hacía muchísimo tiempo.

– Entrad, por favor -dijo-. Hay té y galletas para todos.

– Tía Hannah -dijo Frederick, que la cogió de la mano cuando se volvió hacia la casa-, tengo zapatos nuevos para la boda. Son de una talla más grande que los viejos.

– Y los míos -añadió Thomas, que se puso a su altura cuando entraron en la casa.

– En ese caso me alegro mucho de celebrar una boda -replicó-. Todos necesitamos un buen motivo para estrenar zapatos nuevos de vez en cuando. -Se le encogió el corazón.

Mucho más tarde tuvo por fin una oportunidad para hablar con su padre en privado. Lo vio paseando por el prado junto a la casa, después de tomar el té, aunque lo imaginaba descansando en su habitación, como hacían casi todos los demás.

Titubeó un momento antes de reunirse con él. Había llegado hasta ese punto en la reconciliación, pensó. ¿Por qué detenerse a esas alturas?

Su padre levantó la vista cuando la vio acercarse y se detuvo. Tenía las manos entrelazadas a la espalda.

– Te veo bien, Hannah -dijo.

– Me siento de maravilla -aseguró.

– Y vas a casarte con otro aristócrata -continuó su padre-. Pero con un hombre más joven en esta ocasión. ¿Este caballero te proporcionará un poco de felicidad al menos?

¿Acaso su padre había malinterpretado la situación todos esos años?

– Le quiero -afirmó- y él me quiere a mí. Espero encontrar muchísima felicidad en mi matrimonio con Constantine. Lo conocerás más tarde. Va a venir a cenar. Pero, papá, también encontré muchísima felicidad en mi primer matrimonio. El duque fue amable conmigo… mucho más que amable. Y yo lo adoraba.