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Sin una palabra, Robert cruzó la alfombra e hincó una rodilla ante Elizabeth.

– Mi querida dama -dijo, poniéndose ambas manos sobre el corazón-. Es un honor para mí conocerla. Siempre contará con mi eterna gratitud por retirar a mi hermano de la lista de solteros. Ahora quizás otro pobre tipo desgraciado, es decir, yo, tenga alguna oportunidad de captar la atención de una mujer hermosa. No habrá otra como usted en su familia, ¿verdad? ¿Una hermana? ¿Una tía, una prima, una abuelita?

Con las mejillas encendidas, Elizabeth bajó la vista hacia el joven arrodillado ante ella. Unos ojos negros y burlones la miraban desde un rostro que se asemejaba mucho al de Austin. Sin embargo, el semblante de Austin era firme, reservado y adusto, mientras que el de su hermano menor tenía facciones más suaves, era más abierto y sonriente. A pesar del bochorno que estaba pasando, Elizabeth no pudo evitar devolverle la sonrisa.

– Es un placer conocerle, lord Robert -dijo ella con una torpe reverencia que le costó más trabajo que de costumbre porque Austin no despegaba el brazo de su cintura.

Robert se puso de pie e hizo una inclinación.

– Llámame Robert. Y el placer es mío. -Se volvió hacia Austin, tendiéndole la mano-. Enhorabuena, hermano. Te deseo toda la felicidad del mundo.

Austin aflojó ligeramente la presión de su brazo sobre el talle de Elizabeth y estrechó la mano de Robert.

– Gracias, Robert. Ya que llegas de un modo tan inesperado, quiero aprovechar la oportunidad para pedirte que seas mi padrino de boda.

– Acepto encantado. -Robert le dirigió a ella una sonrisa y un guiño-. Austin sabe lo que hace, ahora tendrá un buen padrino. ¿Has dicho algo sobre que tenías una hermana?

– Me temo que no -respondió ella, divertida.

– Vaya suerte la mía. -Sacudiendo la cabeza con aire apesadumbrado, atravesó la habitación y se sirvió una copa de brandy-. ¿Cuándo es la boda?

Elizabeth estaba a punto de contestar que no lo sabía cuando Austin declaró:

– Pasado mañana.

Se quedó boquiabierta y se obligó a recuperar la compostura.

– ¿Pasado mañana?

Robert le dirigió a Austin una mirada maliciosa.

– Tu prometida parece un poquito, ejem, sorprendida por la noticia. No sé mucho de estas cosas, pero creo que la costumbre dicta que la novia sepa cuándo se celebrará el desposorio.

– Me disponía a hablar del asunto con ella cuando has irrumpido en el estudio.

Un brillo malicioso asomó a los ojos de Robert.

– ¿Ah sí? ¿Era eso lo que te disponías a hacer? Más bien parecía…

– Robert. -El tono en que Austin pronunció esta única palabra era inconfundiblemente gélido.

Robert depositó la copa en el escritorio y alzó las manos.

– No se hable más. Aunque sé que te mueres de ganas de que me quede y os obsequie con anécdotas de mi viaje por el extranjero, debo marcharme. Apenas he hablado con madre desde que llegué hace una hora, y he prometido reunirme con ella en el salón antes de la cena.

– No he anunciado todavía la boda, Robert.

– Mis labios están sellados. -Cruzó la habitación, tomó la mano de Elizabeth y le plantó un beso en los dedos. Una imagen acudió a la mente de ella y, por un instante, fue como si vislumbrara su alma-. Estoy deseando verte a la hora de la cena -dijo él, con una mirada llena de afecto.

– Gracias.

Robert se dirigió a la puerta con un andar elegante y pausado que contrastaba mucho con las zancadas decididas características de Austin. Antes de cerrar la puerta tras de sí, le dedicó a Elizabeth un guiño que la ruborizó.

Aguardó a que Austin hablara, pero él se había quedado mirando la puerta cerrada como si quisiera prenderle fuego.

– Tu hermano es muy divertido -dijo ella finalmente.

– Es un maldito incordio.

– Te quiere.

– Él… -Austin se volvió hacia ella-. ¿Cómo dices?

– Te quiere. Se muere de curiosidad y preocupación por tu decisión de casarte conmigo.

– ¿Preocupación? ¿Qué te hace pensar eso?

«Me tocó -pensó Elizabeth-. Lo percibí.»

– A pesar de sus bromas, salta a la vista que teme que puedas haber tomado una decisión equivocada. Ha sido esclarecedor veros juntos a los dos. Me pregunto si os habéis percatado de lo mucho que os parecéis.

Estas palabras lo sorprendieron.

– ¿Parecemos? Robert y yo no nos parecemos en absoluto.

«Y tanto que os parecéis. Por dentro. En el alma, que es lo que cuenta», se dijo Elizabeth, pero en vez de discutir inclinó la cabeza.

– Tal vez tengas razón -dijo-. Después de todo, tú eres un hombre serio, mientras que Robert es bastante animado.

– No estoy seguro de que «animado» sea la palabra con que lo describiría en estos momentos, pero da igual. Hay otras cosas de las que tenemos que hablar.

– Así es. Austin, ¿a qué diablos te referías cuando has dicho que la boda se celebraría pasado mañana?

– Pues a eso exactamente. He pasado casi todo el día poniéndome en contacto con mis abogados y tramitando una licencia especial, que espero recibir mañana por la tarde. Supongo que podríamos programar la ceremonia para la noche de mañana, pero he pensado que querrías disponer de un día para hacer los preparativos necesarios.

– ¡Pero eso no es tiempo suficiente para planear una boda!

– Mi madre sería capaz de organizar una coronación en la mitad de tiempo. Si además contamos con tu tía y con Caroline, podríamos estar casados antes del desayuno. -Le enmarcó el rostro con las manos y la miró con el ceño fruncido-. No estarás cambiando de idea, ¿verdad?

A ella se le formó un nudo en la garganta. ¿Cambiar de idea? Ni hablar.

– Por supuesto que no. -Le sonrió al ver que se suavizaba su expresión ceñuda-. Pero por deferencia hacia tu madre y tía Joanna, opino que es mejor dejado para pasado mañana. -Le puso las manos en los antebrazos y notó la tensión bajo sus dedos-. ¿Puedo preguntarte a qué viene tanta prisa?

Sus expectativas de que hubiese motivos románticos tras su decisión quedaron inmediatamente truncadas por las palabras de Austin.

– Por una mera cuestión de logística. Tengo que estar en Londres el día primero de julio, y he planeado quedarme allí durante un tiempo indeterminado. Si celebramos la ceremonia antes de mi marcha podrás acompañarme a Londres y me ahorraré el viaje de regreso hacia aquí o a la finca de lady Penbroke para venir a recogerte.

Ella intentó disimular su desilusión con una sonrisa.

– ¿Recogerme? Hablas de mí como si yo fuera un par de pantuflas.

– ¿Unas pantuflas? Para nada. -Su mirada se clavó en la boca de Elizabeth, y a ella le dio un vuelco el corazón al pensar que él la besaría otra vez. De nuevo se llevó una decepción, pues él se apartó de ella y se dirigió hacia la mesita que sostenía las licoreras de brandy-. Hay varios asuntos de los que debo ocuparme antes de que hagamos público nuestro compromiso.

Al darse cuenta de que la estaba despidiendo, Elizabeth asintió con la cabeza.

– Por supuesto. Si me disculpas, debo arreglarme para la cena.

Se encaminó hacia la puerta. Antes de cerrarla a su espalda, volvió la vista atrás. Austin la observaba con una expresión intensa y enigmática que por alguna razón la dejó helada y la encendió por dentro al mismo tiempo.

10

Elizabeth acababa de vestirse para bajar a cenar cuando alguien llamó a la puerta de su alcoba.

– Adelante.

Tía Joanna entró envuelta en un maremágnum de plumas oscilantes y en el frufrú de la seda morada de su vestido.

– Mi querida niña -le dijo con una enorme sonrisa en medio del rechoncho rostro, y le dio un abrazo repleto de plumas-. ¿No te lo dije?

– ¿No me dijiste qué?

Su tía se apartó y la contempló con los ojos muy abiertos.

– Pues que sólo sería cuestión de tiempo antes de que un joven agradable se fijara en ti. -Abrió el abanico con un movimiento rápido de la muñeca y lo agitó, haciendo ondear sus plumas-. Sabía que te encontraríamos un marido, ¡pero ni siquiera yo habría predicho que conseguiríamos un duque! Vamos, cuando Bradford me dijo que quería casarse contigo, por poco me desmayo. No porque me sorprendiese que quisiera casarse contigo, por supuesto. Cualquier hombre se sentiría afortunado con una chica hermosa como tú. Pero ¡un duque! Un duque joven y guapo, además. -Se inclinó hacia delante y le confió-: En su mayoría son viejos decrépitos, ¿sabes?