Él inclinó la boca sobre la de ella una y otra vez, alternando entre un roce lento y engatusador y una fusión apasionada y vehemente de sus bocas y lenguas.
Cuando por fin alzó la cabeza, ella siguió aferrada a él y hundió el rostro en la pechera de su camisa.
– Cielo santo -susurró-. Eso ha sido…
– Un error, Caroline. Un grave error.
La voz le temblaba y el corazón le latía al triple de su velocidad normal. Echó la cabeza hacia atrás, cerró los ojos y de nuevo rezó por conservar la entereza. Todavía la estrechaba entre sus brazos, y sabía que ella debía de notar su erección contra su cuerpo, pero Caroline no hizo el menor intento de apartarse de él. Por el contrario, lo abrazó aún más fuerte. Miles deseaba poder culpar al alcohol de lo que acababa de ocurrir, pero sabía que no sería cierto.
Había deseado besar a Caroline más que cualquier otra cosa en su vida. Dio gracias a Dios por haber logrado controlarse y detenerse antes de tomarse más libertades con ella. Se estremeció al pensar lo que haría Austin si llegara a enterarse del modo en que el amigo en quien más confiaba acababa de besar a su inocente hermana. Un duelo con pistolas al amanecer no era una posibilidad demasiado descabellada.
– ¿Cómo puedes decir que ha sido un error? -preguntó ella levantando la cabeza-. Ha sido maravilloso.
Miles se obligó a apartarse de ella.
– No debería haber ocurrido. Si no hubiese bebido tanto, esto nunca habría pasado -mintió.
– ¿No te ha gustado? -preguntó ella, con los ojos empañados de pesadumbre y perplejidad-. ¿Cómo es posible? Ha sido el momento más maravilloso de toda mi vida. ¿Es que no has sentido lo mismo que yo?
Dios santo, ¿cómo negarlo? Ese beso casi lo había hecho caer de rodillas, pero ella no podía, no debía bajo ningún concepto enterarse.
– Ha sido un beso sin importancia, nada más.
Se forzó a pronunciar esa mentira, y algo se le rompió por dentro al ver que los ojos de Caroline se arrasaban en lágrimas.
– ¿Sin importancia? -musitó ella con la voz entrecortada. Luego le dio la espalda, pugnando por recuperar la compostura.
Él ansiaba abrazarla y retractarse, pero obligó a sus brazos a permanecer caídos a sus costados y mantuvo la boca cerrada. Tenía que permanecer firme. Ella era demasiado joven, demasiado inocente. Definitivamente no era la mujer ideal para él. La única en que podría poseer a Caroline era casándose con ella, y no estaba dispuesto a contraer matrimonio sólo por lujuria. No, gracias, ya desahogaría esa lujuria con una amante y permanecería soltero y despreocupado.
– Bueno, ¿estás satisfecha con mi respuesta sobre los besos? -preguntó en un tono alegre, intentando quitar hierro a los recientes y convulsos momentos.
Caroline respiró hondo y se dio la vuelta. Se encaró con él directamente, con los ojos todavía húmedos pero fulminándolo con la mirada.
– Sí. Te alegrará saber que tus besos no resultan aburridos en absoluto -le informó con una voz que lo conmovió-. Pero decir que lo que ha pasado entre nosotros carece de importancia es una gran falsedad. -Alzó la barbilla en un gesto desafiante-. Una falsedad de primera magnitud.
Él achicó los ojos, mirando su rostro enrojecido.
– ¿Me estás llamando mentiroso? -preguntó por segunda vez esa tarde.
– Sí, Miles, te estoy llamando mentiroso. -Avanzó hacia la puerta dando grandes zancadas y luego clavó una mirada severa en su virilidad, todavía hinchada-. Y además, lo disimulas muy mal.
Salió apresuradamente de la habitación, y él se quedó contemplando el umbral vacío con la boca abierta.
Dios santo, qué desaire tan demoledor.
Qué mujer más increíble.
¿Y qué diablos iba a hacer él al respecto?
14
Austin despertó poco a poco, y en su duermevela se percató de que unas manos le acariciaban el pecho. Abrió un ojo soñoliento y se vio recompensado con la visión de un seno perfectamente redondeado coronado por un pezón rosado y turgente. Decidió que aquello requería una investigación más a fondo, de modo que abrió el otro ojo y se deleitó con la imagen y el tacto de su esposa desnuda que, sentada a horcajadas sobre su cintura, le deslizaba las manos por el torso.
Su magnífica cabellera la rodeaba como una nube de color castaño rojizo, cayéndole en cascada sobre los hombros hasta tocarle los generosos pechos y acariciarle las caderas. Las rizadas puntas descendían por su espalda hasta descansar sobre las piernas de Austin.
El hecho de estar excitado no lo sorprendió en absoluto, considerando que había pasado los últimos tres días en un estado de excitación constante.
Pero hoy todo cambiaría. Había enviado un mensaje a Bow Street y le habían informado de que al menos hasta la víspera nadie había recibido noticias de James Kinney.
Y ya bien entrada la noche había recibido otra carta de chantaje que le exigía que reuniese la desorbitada suma de cinco mil libras y esperara nuevas instrucciones. Al interrogar al muchacho que le había dado la misiva, había averiguado que ti gabacho frecuentaba varios establecimientos del barrio de la ribera. La descripción que el chico había hecho del hombre no le había dejado lugar a dudas de que se trataba de Gaspard. Austin planeaba visitar esos lugares esa tarde con la esperanza de encontrarse cara a cara con aquel bastardo.
Así pues, pese a que ese breve interludio con su mujer le había resultado de lo más placentero, había llegado la hora de centrar su atención en otros asuntos.
– Buenos días, excelencia -lo saludó ella. Se inclinó y lo besó en los labios-. ¿O debería decir «buenas tardes»?
Sus dedos se deslizaron por su pecho y le hicieron cosquillas en el ombligo. Él contraía los músculos con espasmos de placer allí donde ella lo tocaba. Sí, era una pena que ese interludio tuviese que terminar.
Ella le rodeó la erección con los dedos y lo acarició suavemente.
– ¿Vas a volver a dormirte?
Por toda respuesta, él la aferró por la cintura, la levantó y la sentó sobre su erección.
– Estoy totalmente despierto y tienes toda mi atención -le aseguró con una voz que se convirtió en un gemido ronco cuando ella lo apretó dentro de su conducto sedoso y húmedo.
Austin alzó el brazo, enredó los dedos en su cabello y atrajo hacia sí su cabeza para besarla. Le introdujo la lengua en la boca mientras le ponía la otra mano entre los muslos. Cuando sus dedos la acariciaron, ella emitió un gemido profundo. Su clímax llegó rápidamente, consumiéndola por completo. Con la cara contra el hombro de Austin, gritó su nombre una y otra vez mientras se contraía espasmódicamente en torno a él y se derretía entre sus brazos.
En cuanto su mujer se relajó, él rodó con ella sobre la cama hasta que la tuvo debajo. Se acomodó entre sus muslos separados y se movió muy despacio dentro de ella, saliendo casi por completo sólo para sumergirse hasta el fondo.
Apoyándose sobre las manos, admiró su bello rostro mientras la acariciaba por dentro, lenta y rítmicamente, hasta que ella empezó a retorcerse debajo de él. Las reacciones de Elizabeth no eran en absoluto contenidas. Esa mujer no tenía nada de tímida ni retraída en la cama. La visión de Elizabeth poseída por la pasión, con su larga cabellera desparramada alrededor, era una de las más eróticas que Austin había tenido delante de los ojos. Un quejido le salió de lo más hondo cuando ella lo rodeó con sus largas piernas y aferró sus tensos bíceps con los dedos.
– Austin -gimió ella, arqueándose debajo de él.
Cuando alcanzó el orgasmo, apretó con fuerza a Austin, que la penetró una última vez, derramando su simiente en lo más profundo.
Estrechándola en sus brazos, rodó con ella hasta que quedaron de costado, y hundió la cara en su fragante cabello.